La duda prevalece: “El Estilos” y Paloma, ¿hicieron el amor? Nadie lo sabe con certeza. Estuvieron juntos y solos, un buen rato, una buena parte de la noche, y se volvieron a reunir con los demás compañeros. ¿Qué hicieron en ese lapso? El director juega con nuestros sentimientos e imaginación, y deja abiertas todas las posibilidades: ¿Sí o no? ¿No o sí? Uno ve la película y a veces piensa que sí; la vuelve a ver, y piensa que no.
En alguna ocasión, en el programa “El Mañanero”, Brozo, el payaso tenebroso, entrevistó a Óscar Chávez, y no pudo evitar hacerle la pregunta. Le dijo que, desde 1966, cuando se filmó la película, tenía esa duda, y que no le quedaba claro, si Paloma y El Estilos, hicieron el amor.
La respuesta de Óscar Chávez fue contundente. Dijo que, si Brozo tenía esa duda, lo más conveniente era que volviera a ver la película.
Y es lo que hacemos todos o la mayoría de los espectadores: volver a ver la película, para cerciorarnos. Sin embargo, la duda permanece, la duda ahí está. Vemos la película, y pensamos que sí; la volvemos a ver, y pensamos que no. Y ése es el tema principal de la película, el momento cumbre: cuando el Director juega con nuestra imaginación y nos hace creer una cosa, y otra también, una situación, y otra también, y nos deja con la duda para siempre, al menos por 50 años, para volver a la película, una y otra y otra vez.
“El Géminis”, un cabaret de mala muerte, un antro, como los hay miles en la Ciudad de México, aunque también existan los de cinco estrellas; un cabaret de mala muerte, de esos a los que, todos, hemos asistido alguna vez, con patéticas prostitutas, olor a orines y aromatizante barato, ambiente muy pesado y aire muy denso, que se respira una y otra vez, con un espectáculo deplorable y artistas de ínfima categoría, que realizan rutinas de lo más simples, de lo más vulgares, de lo más comunes, pero que pueden asombrar a cualquiera que nunca haya asistido a un lugar de ésos.
El Gato, el líder del grupo, el que no le tiene miedo a nada, el que no supedita la imaginación a la poder, sino el poder a la imaginación, que tiene la imaginación para ir y para regresar, y es capaz de romperse el hocico cuando es necesario pero, si no es necesario, no se lo rompe, no se lo rompe él, ni se lo rompe a nadie, porque puede evitar un pleito, porque valora la situación y considera que no, que no es necesario, y así asume su condición de Jefe máximo.
Jaime de Anda, el ingeniero, el burgués; como dice, actualmente, algún dirigente político, un junior, un señoritingo, un perfumado: la lucha de clases queda, perfectamente representada, en la obra: los ricos contra los pobres. Un viejo director de cine, diría: “el rico no quiere al pobre, el pobre no quiere al rico, porque no se conocen”. Ahí queda.
El ingeniero Jaime de Anda, no se quita la corbata, no se quita el saco, no se le desacomoda un cabello, no pierde el estilo, no pierde su estatus; está rígido, es un estirado, elegante, flemáticos movimientos, impecable forma de vestir, finos modales. No tiene nada qué ver con los otro cuatro, salvo que es un ser humano y está enamorado de Paloma, su novia y se quiere casar con ella.
Sin embargo, a Paloma no le interesa; es moderna, liberal; al igual que Jaime, pertenece a esa clase social de los que todo tienen, pero es más abierta, más espontánea, más franca; se deja llevar, tiene curiosidad y echa a volar su imaginación, y es bellísima, sensual, hermosa, y ríe, y refleja todo eso que se da entre los suyos, porque no renuncia a su clase social; simplemente, abre la ventana para ver lo que pasa en la otra mitad del mundo.
“El Azteca”. El clásico naco, dirían muchos; el de los bigotes aguamieleros, el que usa un traje usado que no es de su medida, que le queda grande, que se ve grotesco, que parece un payaso; que, su aspecto, es el de un indígena que viene a tratar de conquistar a la ciudad y, mientras lo logra, al ponerse el traje y la corbata, se asume como un ser respetable: con sus dichos, su escasa cultura, y retazos de poemas y frases célebres que escuchó en algún lugar.
Excelente tipo, al que le suceden las mejores aventuras, casi hazañas. Queda encerrado en un ataúd, que se cierra intempestivamente, y no se puede abrir, y le toca treparse a la escultura de la Diana Cazadora, para vestirla, de la manera más grotesca posible y, al final, antes de que aparezca “un tecolote”, le planta un beso en la boca, a esa estatua que no se mueve, a esa estatua inmensa, de opulentas formas que, a la fecha, permanece en el Paseo de la Reforma.
“El Estilos”. Óscar Chávez, en un papel memorable; el guapo del grupo, el culto, el instruido, el que canta, y no lo hace mal; por el contario, tiene una canción para cada acontecimiento, y le roba la guitarra al “Pocaluz”, un invidente-indigente, que se gana la vida cantando tangos de Carlos Gardel; se la roba, en la misma taquería donde se aparece un infame Santa Clós, malhecho, borracho, impertinente y odioso, interpretado, nada menos y nada más, que por Carlos Monsiváis.
Para terminar, no por menos importante, sino por cuestión de orden, “el Mazacote”, personaje simpatiquísimo, de escandalosa y fácil sonrisa, de esas personas que nunca se quejan, que se la juegan, en serio y en broma; que las pescan al vuelo y le sacan brillo a la vida.
A la fecha, septiembre de 2016, de los protagonistas de esta película, sobreviven tres: Julissa, Óscar Chávez y Ernesto Gómez Cruz; los demás, se han adelantado en el camino, no sin antes dejar un estupendo legado en el difícil arte de la actuación, en el cine, teatro y televisión, ya que, todos ellos, tuvieron brillantes carreras y es una verdadera lástima que ya no estén con nosotros.
Los Caifanes. Un retablo de la realidad en la capital del país, en la década de los 60, los pobres y los ricos; el bajo mundo, el submundo; la humana historia de cuatro hombres que, con sus enseñanzas, refranes y bromas rupestres, sobreviven en un medio que les es adverso, porque aprendieron a engañar al hambre y a comer con las “manoplas”; porque se la juegan a diario y tienen con qué, “bajarle la vieja a cualquiera”.
LOS CAIFANES. Película mexicana, filmada en 1965 y dirigida por Juan Ibáñez, se exhibió en cines, en 1966. Actores: Sergio Jiménez, Óscar Chávez, Eduardo López Rojas, Ernesto Gómez Cruz, Julisa, Enrique Álvarez Félix, Carlos Monsiváis, Tamara Garina, Martha Zavaleta, Julián de Meriche y Norma Lazareno, entre otros. Canta: Al Suárez.