Aún hay piedras y miedo por remover. La crisis no ha pasado, pero ya cambió el país.No los chilangos, no la ciudad, no el rostro de la colonia Roma ni la cotidianidad en Xochimilco.Cambió el país como ha cambiado cada vez que los mexicanos se enfrentan en la calle a la noción de lo público. Como cambió con el 85, como cambió con el 92 en Jalisco.Díganme si hoy les dice algo la necesidad de que los partidos políticos unan sus izquierdas y sus derechas para gobernar.Díganme si hoy les dice algo el viejo líder de un partido populista cuyo discurso pasa por decir que él no forma parte de los partidos ni del status quo.Hoy ya no tiene sentido la noción, tan urgente hace un mes, de crear un monstruo burocrático anticorrupción con más de mil funcionarios para cuidar las manos de otros funcionarios. Tampoco tiene caso seguir el rumbo de la legislacioncitis: sólo los políticos de mentes secas creen que para combatir los problemas hay que hacer otra ley, pero antes una comisión.En suma: el sistema de partidos, el tablero electoral, la sobreregulación en todos los espacios, y el sobredimensionamiento de los manotazos contra la corrupción parecen temas de un ayer ya viejo, en ruinas. Y todo esto ya estaba frente a nosotros, no llegó con el temblor. Pero los derrumbes, la velocidad de las redes, el azoro burocrático frente a la urgencia, la parálisis de los operadores políticos y la extraordinaria capacidad organizativa y, ojo, autocorrectiva de los mexicanos evidenció que nuestro gobierno es una nulidad. No fue rebasado: fue irrelevante.El camino¿Los mexicanos pueden entonces hacer a un lado a los partidos? ¿Quedarse sin gobierno? ¿Convertirse en una asamblea multitudinaria que autoregule la basura, la protección jurídica, las construcciones, los desayunos escolares, los castigos al crimen, la movilidad y los fondos para viejitos?

Los anarquistas dirán que sí. Pero ese camino, no registra casos de éxito. Lo que la historia trae son casos de sustitución de instituciones. Y miren, pongan atención: hay instituciones que funcionaron en este septiembre: 1) las pequeñas agrupaciones de especialistas (desde los topos mexicanos hasta los entrenadores de perros canadienses, pasando por colegios de ingenieros). 2) Las empresas, desde la del taquero informal hasta el bufete de abogados, pasando por la ferretería. 3) Las asociaciones de escultismo y servicio civil: la cruz roja, los scouts, los alcohólicos anónimos. 4) Los espacios de convivencia que ligan grupos de interés: el equipo de fútbol, el foro de teatro, el taller literario, el grupo de dominó.

Todo esto se activó y funcionó en la emergencia como catalizador de esfuerzos individuales usando los medios digitales. Y nos recordó algo importantísimo: la sociedad democrática que anhelamos no es la suma de voluntades que siguen a un mesías. No es la que alarga la mano y grita por un gobierno bueno. La que anhelamos es la sociedad que tiene la colaboración deliberativa de grupos organizados que se hacen cargo de sí mismos y, por lo tanto, de su comunidad.

El cambio pasa por ahí. Hacer comunidad da pertenencia, permite trabajar sobre lo importante, civiliza y quita lo gandalla desde la esquina del barrio hasta las arcas de Veracruz.

Sumemos hoy y para siempre nuestro tiempo a todas las organizaciones que podamos. Para una emergencia, sí, pero sobre todo, para hacer un país distinto, con una mejor vida pública, mejores ciudadanos, mejores discusiones y menos gandallas.