En su primera parte de su libro Elogio de la Traición, Denis Jeambar dice de manera concluyente algo que no supieron leer los impulsores de la candidatura de José Antonio Meade Kuribreña ni lo fueron después sus estrategas de campaña, como tampoco lo leyeron los que acompañaron la estrategia excluyente y aniquiladora de competidores que siguió Ricardo Anaya para convertirse en el abanderado de una coalición encabezada por el PAN para buscar la presidencia de la república.

Dice Jeambar cuando plantea los ejemplos del arte de gobernar sobre la negación:

 “Todos comprenden que es muy loable que un príncipe cumpla su palabra y viva con integridad, sin trampas ni engaños. No obstante, la experiencia de nuestra época demuestra que los príncipes que han hecho grandes cosas no se han esforzado en cumplir su palabra... No hay que tener una visión maquiavélica de la política para comprender uno de sus mayores dilemas: la dificultad, si no imposibilidad, de que se cumplan todas las promesas. Aunque los sociólogos saben a la perfección que las predicciones de las evoluciones socio-económicas para el futuro son prácticamente imposibles de hacer, los ciudadanos y por supuesto la oposición política de turno no dejan de denunciar a los políticos en el poder de mentirosos y traidores cuando hacen promesas que forman parte de todo el juego político. Tomando como modelo las teorías y figuras políticas más significativas desde la Grecia clásica hasta el renacimiento, los autores muestran en este original y sensato análisis de la política contemporánea las topologías de la traición política desde Francois Mitterand y Mijail Gorbatchev hasta Felipe González y muchos otros nombres importantes. Esta saludable lección de teoría política es una invitación a ver los juegos de la negación y de las inevitables rectificaciones de pronósticos como mecanismos necesarios en toda democracia.”

¿De qué se olvidaron Luis Videgaray y Aurelio Nuño cuando convencieron a Enrique Peña Nieto que el PRI era una marca muy destacada ante la sociedad y que se requería de ofertar un candidato lo menos parecido posible a un militante tipo del viejo partido?

Se olvidaron que para traicionar al viejo PRI, ese que ahora se rebela ante la gran posibilidad de que sufra la mayor derrota en toda su historia en los comicios que se celebrarán pasado mañana, primero deberían convertirse en gobierno y después sustituir por alguna forma de acercamiento a una sociedad hastiada de la corrupción, la impunidad y la demagogia.

Con personajes como Gerardo Ruíz Esparza y Emilio Lozoya actuando de manera por demás cuestionable en el gobierno, Meade, el candidato ciudadano, por muy honesta que sea su carrera de hombre público, no podía cargar con tamaño desprestigio que le generó gratuitamente un discurso reivindicador al mesías de Macuspana.

Hicieron pando al becerro por montarlo demasiado tierno y el de esa imprudencia trajo como resultado que el invento ciudadano no les trajo los resultados que le prometieron a su jefe Enrique Peña Nieto.

En el caso de Ricardo Anaya los resultados no solamente fueron electoralmente una catástrofe, sino que están envueltos en líos de lavado de dinero que pueden llevar incluso a la cárcel al joven queretano.

Anaya se sacudió a los calderonistas. Se quitó con malas artes la competencia de Margarita Zavala. Compensó a Rafael Moreno Valle regalándole una candidatura al gobierno poblano para su esposa que hoy está en riesgo de perderse ante el neo morenista Miguel Barbosa Huerta.

Se rodeó de voluntaristas políticos como Santiago Creel, Jorge Castañeda y su compañero en la presidencia del PAN, Damián Zepeda, que no tenían ni la más remota idea de lo que era el arte de negociar para ganar, un ejercicio que implicaba el realizar alianzas con los verdaderos opositores y no componendas con los residuos del PRD y la pestilente cercanía de Dante Delgado que a estas alturas ya lo tiene virtualmente abandonado.

Ante ese escenario anticlimático de la falta de oficio exhibido por sus opositores, López Obrador, como buen conocedor de las estrategias beisboleras, se dedicó a administrar el score favorable que le regaló, desde el inicio de las campañas, esa camarilla a la que jocosamente y burlonamente se refiere como ”la mafia del poder.”

La posibilidad de un fraude a estas alturas es algo verdaderamente impensable.

Sería un suicidio para Peña Nieto.

Lorenzo Córdova no está sujeto a las presiones que un presidente atrabiliario como Vicente Fox hiciera a Luis Carlos Ugalde, quien finalmente se fajó los pantalones y no atendió las inaceptables sugerencias del mandatario de las botas y sacó con fórceps una elección en cuyo resultado finalmente nadie creyó.

Pues sí, otra vez la realidad, terca como es, vuelve a imponerse por la abrumadora condición epistemológica de que simplemente, sin más, es la realidad.