La invasión del Capitolio -sede del Congreso estadounidense- por parte de grupos abiertamente fascistas que defienden a Trump contra alegado fraude electoral es un intento de la ultraderecha estadounidense de retener el poder o al menos conseguir mejores condiciones para encabezar la oposición al reconocido como presidente electo Joe Biden.
Llama la atención la facilidad con la que los manifestantes ingresaron al recinto. ¿Vemos una alianza de una parte de los altos mandos de las fuerzas armadas con Trump? En momentos de caos y sucesos inesperados como el que asiste la nación estadounidense no caben los pronósticos. Queda solamente intentar apuntar el estado de cosas y las fuerzas actuantes.
Lo cierto es que las movilizaciones son una demostración de que las fuerzas desatadas y abanderadas por Trump y buena parte del Partido Republicano estadounidense no fueron derrotadas en las urnas; continúan siendo una fuerza social poderosa y cuentan con una capacidad de movilización y organización que fue capaz de tomar por sorpresa al establishment representado en el Partido Demócrata. Tomar postura entre los dos bandos no es una elección deseable; por un lado el fascismo abierto de las huestes de Trump es detestable por su xenofobia, racismo y machismo. Por otro lado es innegable que el poder económico y mediático que apoya al presuntamente electo Joe Biden ha jugado de manera antidemocrática en diferentes episodios (como cuando dio por cerrada una disputa electoral que todavía estaba siendo contada e impugnada).
Se trata de dos bandos electorales que disputan agresivamente el poder tanto en las calles (recordemos los episodios de violencia durante las manifestaciones de Black Lives Matter, que hoy los supremacistas blancos intentan imitar) como en las instituciones estatales y económicas-mediáticas. Ambos se acusan mutuamente de orquestar un golpe de estado y ambos usan las fuerzas sociales e institucionales a su alcance para aferrarse al poder que no pudieron obtener claramente en las urnas el año pasado.
Una elección cerrada para Trump
Debe decirse que ninguna de las dos facciones representa efectivamente al pueblo estadounidense ni a una clara mayoría. El hartazgo de las poblaciones rurales, blancas y cristianas con el establishment es auténtico, de otra manera Trump no hubiera logrado ser presidente de Estados Unidos. También es auténtico el deseo de las poblaciones urbanas progresistas por acceder a derechos sociales y revertir el orden económico capitalista neoliberal, pero el Partido Demócrata optó por cerrar el paso a una opción ligeramente más radical que la de los Obama-Clinton, es decir, Bernie Sanders. Por eso la elección fue tan cerrada y por eso el Partido Demócrata no logra condensar apoyo social suficiente para sostener su presunta victoria.
De ser correcta la hipótesis de una alianza entre las fuerzas armadas estadounidenses y Donald Trump podríamos ver intentonas de violencia militar en países del exterior -Medio Oriente es un candidato idóneo- para justificar una permanencia extra electoral en el poder del presidente estadounidense.
La lección más importante es que el país que se jacta de exportar democracia e interviene países alrededor del mundo para imponer su visión de las cosas en otras naciones demuestra que su modelo es insuficiente, ilegítimo y productor de desigualdad y descontento que a su vez producen violencia social. El antiguo hegemón del mundo está en plena decadencia, quizá acelerada por la crisis global de la pandemia de Covid-19. Nada que aprender de los Estados Unidos más que eso.