Algunos historiadores afirman que el imperio de Alejandro Magno fue destruido debido a la confusión que causó la respuesta a la pregunta que le formularon sus generales en su lecho de muerte: “¿A quién le dejas tu puesto?” La respuesta del discípulo de Aristóteles fue “Al más fuerte” (Krater´oi) expresión que sonaba casi igual que “A Crátero” (Krater´oi), el nombre del general más apegado al rey macedonio.
En todo caso, las versiones afirman que aún antes de morir Alejandro Magno, su reino estaba tan dividido, que los generales que combatieron a su lado terminaron por hacerse pedazos entre ellos, por lo que cabe la pregunta ¿Cuándo comenzó la debacle del líder? Probablemente, en el momento en el que Alejandro dejó de ser el amigo macedonio para convertirse en el tirano de tierras tan extrañas para los suyos, como el nuevo comportamiento de su -antes- aclamado hijo de Filipo.
En ese peligroso contexto, las intrigas demostraron ser tan eficaces como las lanzas y los elefantes a la hora de hacer caer a los enemigos reales o imaginarios, al tiempo que se abonaba el terreno para que el miedo y la traición sustituyeran de golpe al coraje y la lealtad.
Por eso, “Alejandro III de Macedonia, el rey que murió joven pero vivió de prisa” no pudo, no supo o no quiso, prever la conquista de las voluntades de sus generales después de su muerte, entonces ¿valió la pena morir a los 33 años habiendo conquistado el fin del mundo?
Las posibles respuestas a esta interrogante dirán más de quien las formule que del argumento en sí mismo, aunque justo es reconocer que no se pueden emitir juicios sobre hechos pasados a partir de criterios del siglo XXI, aunque algunos liderazgos permanecen casi idénticos al de aquel que conquistó el mundo hace 2400 años.
En contraposición a este tipo de liderazgo, Robin Sharma escribió “el líder que no tenía cargo”, una fábula moderna sobre el liderazgo en la empresa y en la vida que bien vale destacar en estos tiempos donde la mediocridad es un mal endémico, que se refleja en la cantidad de “generales” que se destruyen unos a otros por los restos de un poder que no les pertenece porque no tienen la visión ni el poder de El Magno.
Y no sólo eso. Los autodenominados “generales” en estos tiempos, pretenden vender estelas de mediocridad como actos heroicos o extraordinarios, cuando no son capaces ni siquiera de hacer la parte que les corresponde en un organigrama burocrático de medio pelo.
Hoy, cualquier mediocre se autodenomina “líder” y busca mandar, pero rara vez estará dispuesto a servir.
Identificarlos es fácil: siempre en busca del protagonismo, acaparando reflectores y butacas en primera fila con la misma enjundia con la que pelean los puestos y las partidas presupuestales. Un espectáculo sociológico en sí mismo, pues.
En ese orden de ideas, Robin Sharma rompe el paradigma de mediocridad que permea partidos políticos, sindicatos, burocracia, escuelas, oficinas y países enteros. He aquí la primera conversación de liderazgo: No hace falta tener un cargo para ser líder. Nada más revolucionario que eso.
Y es que el autor de “el monje que vendió su Ferrari” afirma -citando a Alice Walker-, que la forma más común de renunciar a nuestro poder es creer que no lo tenemos.
“Las pequeñas mejoras diarias producen con el tiempo increíbles resultados” dice Sharma. Y en realidad, la idea es muy sencilla “pon lo mejor de ti en mejorar, sé persistente y no cejes nunca en tu empeño”. Tal y como afirmó Martin Luther King Jr:
“Si un hombre está llamado a ser barrendero, debería barrer las calles como Miguel Ángel pintaba o como Beethoven componía o como Shakespeare escribía poesía. Debería barrer las calles tan bien que todos los habitantes del cielo y de la tierra se detuvieran para decir: “Aquí vivió un gran barrendero que hizo bien su trabajo”
Ese barrendero es sin duda alguna un GRAN líder.
La segunda conversación de liderazgo según Sharma: Las épocas turbulentas crean grandes líderes. Lo anterior tiene sentido, pues la necesidad de decir la verdad, de asumir la responsabilidad de hechos y dichos, de pedir perdón, de ser humilde, de SERVIR, sólo puede florecer en la adversidad.
El mediocre no escucha, juzga. Está más interesado en mandar que en comprender para promover el bien común, pues privilegia su propia agenda sobre cualquier necesidad de equipo o de grupo. Esto es típico.
La tercera conversación de Sharma, sostiene que cuanto más profundas sean tus relaciones, más fuerte será tu liderazgo, lo que nos lleva al cuarto y último diálogo: Para ser un gran líder, primero hay que ser una gran persona. Casi nada.
¿Usted qué opina, estimado lector?