"Banorte cree en la Cuarta Transformación. Usted inició un cambio de régimen y se ha ganado la confianza de los ciudadanos a ras de tierra. Confiamos porque sabemos que hay jóvenes que necesitan empleo, que hay muchos que necesitan una mano.”
Así habló Carlos Hank González, nieto homónimo del legendario Profesor mexiquense, en una reunión de apoyo al gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador. El hecho tiene profundo significado político, notable resonancia simbólica que, de forma inmediata, suscitó reflexiones y polémica en la conversación pública, por al menos tres razones.
La primera razón tiene que ver con la convicción ya ampliamente conocida de AMLO, de separar el poder político del poder económico. Se trata, ha dicho el Presidente, de reivindicar la supremacía de la política ante los grandes grupos financieros y económicos, de tal forma que el Estado recupere la capacidad de impulsar un proyecto de justicia social y redistribución de la riqueza.
La cancelación del Aeropuerto de Texcoco se inscribe en esa necesidad de que los grandes negocios asuman la prioridad del interés general, que los empresarios se obliguen a respetar la Ley y entiendan que la política social tendrá prioridad sobre los intereses económicos. La idea expresada por AMLO es que se acabarán los negocios al amparo del poder y la corrupción.
La segunda razón de las críticas que suscita la imagen de López Obrador y Hank González juntos y sonrientes, obedece a la historia familiar del joven y exitoso banquero. Su abuelo paterno, el Profesor Carlos Hank González desempeñó cargos políticos del más alto nivel, solo le faltó ser Presidente de la República, y fue en ese contexto que amasó una gran fortuna y desarrolló un gran olfato para consolidar e institucionalizar la riqueza familiar.
Como el propio López Obrador lo ha dicho toda la vida, la corrupción y el patrimonialismo son dos de los grandes males que impiden el progreso de México. La corrupción es parte orgánica de la política y la economía, pero, coinciden algunos observadores, se trata de un mal necesario para que las cosas funcionen. Mientras no se establezcan mecanismos eficaces para erradicar la corrupción, ésta será casi indispensable para garantizar la continuidad de los procesos económicos y políticos.
El Profesor Hank González acuñó la frase emblemática de la simbiosis entre el poder y los negocios: “un político pobre es un pobre político”. El político, por lo tanto, tiene que contar con suficientes recursos para hacer política, pero el apego a esta máxima siempre conlleva el riesgo de que, en el logro de la independencia financiera, el político ambicioso sucumba a la corrupción y, gran paradoja, se vuelva dependiente o interdependiente de los grandes intereses económicos.
Más aún, el banquero que ahora se suma a la Cuarta Transformación, no solo es nieto del Profesor, también es nieto materno del exitoso empresario Roberto González Barrera, quien construyó un verdadero imperio empresarial con Maseca y Banorte como marcas distintivas. Los grandes negocios de González Barrera, como prácticamente todos los grandes negocios del país desde la Colonia hasta le fecha, se hicieron al amparo del poder, o al menos en el marco de una relación de conveniencia mutua con el poder.
La tercera razón del debate sobre el apoyo a la Cuarta Transformación por parte del presidente del Grupo Financiero Banorte, Carlos Hank González, con todo lo que su persona simboliza, es la más interesante.
Muchas preguntas se abren paso: ¿es la primera expresión de realpolitik del Presidente López Obrador? El realismo político siempre es necesario, indispensable diría yo, para cualquier gobierno, sobre todo para aquellos que se plantean una transformación de la profundidad que enuncia la Cuarta Transformación. En este sentido, si la economía no crece, si grandes grupos empresariales deciden debilitar al gobierno de AMLO, reteniendo sus inversiones, es lógico que éste se proponga alianzas con sectores del gran capital más dispuestos a la negociación y el clan Hank González trae esa disposición en los genes. Tal vez López Obrador, en este tema, asuma que, entre otras definiciones, la política es el arte de lo posible.
Desde luego, también surgen preguntas más incisivas. ¿López Obrador se olvidará de su promesa de separar el poder político del poder económico y abrirá su propia etapa de apadrinar negocios al amparo del poder? Esperemos que no sea así, no necesariamente debe ser así. La historia tiene muchos ejemplos de acuerdos entre el Estado y los grandes capitales, donde ambas partes se comprometan a garantizar el interés general, es decir la supremacía de la política, sin que ello merme la expansión de las empresas.
AMLO tiene legitimidad, respaldo y disposición para lograr acuerdos de este tipo, pero esas grandes decisiones están siempre rodeadas de riesgos. Para evitar esos riesgos, es indispensable que el gobierno tenga bastante claro el A-B-C de la Cuarta Transformación, para que no se confundan los objetivos de ésta con las ambiciones de ciertos funcionarios, políticos o empresarios.
En todo caso, parece que, como muchos gobernantes a lo largo de la historia contemporánea, López Obrador abrevó en la fábula de Enrique IV, y puso en escena su propio “París bien vale una misa”. Evitar la recesión económica para sostener la política social, bien vale una alianza con los Hank González. Habrá que observar con detenimiento si esta expresión de realpolitik implica un debilitamiento de la dimensión ética y social de la Cuarta Transformación, como le pasó al monarca mencionado, o, como proclamó Napoleón e ironizó Lenin, se trata del típico momento político donde hay que dar un paso atrás para dar dos pasos adelante.