Siempre es difícil y peligroso tratar con un personaje como Donald Trump, máxime cuando es el Presidente del país más poderoso del mundo, está en campaña, lo tienes de vecino y te ha elegido como el demonio que sirve para dos propósitos catastróficos: pisotearte para alimentar a sus bases sociales y crucificarte para expiar todos los males de Estados Unidos.
Como el emperador romano, Trump disfruta someter, aterrorizar y aplastar a quien se deje o a quien haga falta. A diferencia de Calígula, el poder de Trump no es tan absoluto, tiene ciertos límites, pero igualmente sus amagos desestabilizan a naciones enteras.
México no tiene capacidad de enfrentar una confrontación abierta con Estados Unidos. La desigualdad de poderes es abismal. Hay quienes dicen que a los tiranos hay que enfrentarlos, pero el riesgo es enorme porque, en este caso, el tirano tiene hilos de poder tan inmensos que, literalmente, puede destruir el mundo.
El drama de López Obrador es que tampoco se puede quedar cruzado de brazos y apelar a su mensaje de amor y paz, porque de nada sirve ante la amenaza de Trump de destruir la economía mexicana.
La inmensa diferencia entre México y Estados Unidos se palpa en la forma en que estalló y se enfrentó la nueva amenaza de Trump: mientras al Presidente norteamericano le bastaron 147 caracteres en un breve mensaje tuitero, el Presidente López Obrador requirió una carta con miles caracteres para, más o menos, esbozar una respuesta digna.
Como sea, AMLO mandó la carta, misma que tiene aspectos buenos y malos, como todas las cartas de protesta.
LO BUENO
El principal aspecto positivo de la carta es el mero hecho de existir. Finalmente, AMLO abandonó la retórica de dejar pasar las agresiones, los insultos y las amenazas de Trump, y, con la carta, manda el mensaje de que México no se doblegará y responderá en la medida de sus posibilidades.
Proponer profundizar en el diálogo para buscar alternativas de fondo al problema migratorio y reivindicar la política como un instrumento para garantizar las relaciones pacífica, es atinado y coloca a México en el lado correcto del juego político internacional.
Reiterar que la migración, en gran medida, obedece a causas de pobreza, marginación e inseguridad en los países de origen y que es necesaria la cooperación internacional para encontrar soluciones de fondo, no solo es acertado sino que, si AMLO despliega una diplomacia propositiva con esta idea, puede ocupar el liderazgo hemisférico que merece.
Expresar que el actual gobierno mexicano está incrementando las medidas para evitar el paso de los migrantes de otros países, con números nunca antes vistos de deportados, es atinado porque le hace ver a Estados Unidos que México está colaborando y nadie está obligado a lo imposible.
Recalcar que esta medida, la de deportar migrantes centroamericanos, tiene el límite del respeto irrestricto a los derechos humanos, posiciona política y moralmente al gobierno de AMLO y manda el mensaje de que México no será el títere que haga el trabajo sucio.
La agresión de Trump, mueve a reflexionar sobre la necesidad de cerrar filas en torno a nuestras autoridades nacionales.
LO MALO
Decirle a Trump que en poco tiempo los mexicanos no tendrán que irse a Estados Unidos, como resultado del combate a la corrupción en México, es un despropósito innecesario. Da la impresión de que se hace una promesa, por cierto incumplible en el corto plazo, y se le rinde cuentas a Trump, aspirando a que Washington le ponga una estrellita en la frente a México para reconocer sus esfuerzos. La dignidad debe defenderse ante el Imperio independientemente de lo que se haga o no haga internamente en México.
Es inapropiado decir que AMLO no es cobarde ni timorato, porque personaliza un conflicto internacional que, en la posición de desventaja de México frente a Estados Unidos, debiera abordarse con la mayor institucionalidad posible. El alarde de valentía pude banalizar la postura de México y coloca al Presidente López Obrador en el nivel bravucón que distingue a Trump.
La descalificación del lema de campaña de Trump “Estados Unidos Primero”, tildándolo de falacia, es temerario, innecesario y contrasta con el pretendido tono conciliador de la carta. Trump buscará la reelección a sangre y fuego, no titubeará en tensar al máximo la lucha por el poder, razón por la cual tratará de cobrar con creces cualquier crítica que considere una afrenta a su ideario político electoral.
Señalar que los Estados Unidos se están convirtiendo en un gueto, está fuera de lugar porque históricamente la política migratoria norteamericana ha sido ambigua y particularmente hostil hacia los migrantes latinoamericanos. No hará la menor mella y puede molestar a otros actores políticos estadounidense que son potenciales aliados contra Trump.
En una mirada de fondo, parece que la carta no se dirige a los actores políticos y económicos de Estados Unidos que rivalizan con Trump o que pueden ser afectados por los aranceles con que amenaza, no apela a los legisladores de las regiones que más interactúan comercialmente con México, a los medios de comunicación, a los líderes de opinión.
Esperemos que la carta sea solo el inicio de una estrategia de Estado para enfrentar a Trump y posicionar a México en el mundo.
La agresión de Trump, mueve a los llamados a la unidad, pero hay que tener cuidado con la propaganda que exige unidad incondicional.