Leo en El Periódico de Catalunya que Ada Colau, la flamante casi nueva alcaldesa de Barcelona, soltó una fulminante declaración: «Solo deben temernos los corruptos y los especuladores que quieran vulnerar derechos y no pagar impuestos».
Nuestros políticos dicen, todos los días, cosas semejantes. Y a nadie sorprenden. Esa incredulidad ciudadana tiene justificación: los candidatos jamás cumplen sus promesas justicieras, cuando mucho sacrifican algunos chivos expiatorios o a sus adversarios políticos, lo que es una forma aún más perversa de corrupción.
Pero a Ada Colau los barceloneses sí le creen. Y es que su origen y camino es muy distinto al de los políticos vividores que padecemos en México.
Las promesas de Ada Colau son creíbles porque están respaldadas en una vida de lucha contra los abusos de los poderosos: con cadenas humanas para impedir que lanzaran a personas con problemas con sus créditos hipotecarios, con los pantalones bien puestos para decirle "criminal" al vicesecretario general de la Asociación Española de la Banca, Javier Rodríguez, frente a todos los diputados españoles, para participar en un movimiento social cuyo lema era «no tendrás casa en tu puta vida», ofendido e indignado por la voracidad de una legislación hipotecaria arbitraria y desproporcionada, con el valor civil de sacar a patadas a un partido protector de corruptos como Convergència i Unió, que se escudaba en el soberanismo para no rendir cuentas de las raterías de Jordi Pujol.
En efecto, Ada Colau es una Luther King de los desposeídos, una Rosa Parks de los lanzados, una catalana que no aceptó que le quitaran su casa, como aquella heroína estadounidense no permitió que le robaran el asiento. No es una radical como Rosa Luxemburg, es la señora que perdió su casa porque las leyes españolas fueron creadas para pasar por encima de los que no se pueden defender.
Por eso resulta ofensivo que un par de pirrurris, que parecen sacados del show de Los Polivoces, como los candidatos de partidos que se dicen «ciudadanos libres» (como si los demás no lo fueran), vengan a decir que vienen a sacar a los corruptos, cuando ellos son hijos del status quo, de la prosperidad respaldada en el trato diferenciado ante la Ley. Uno, el Mussolini del partido «de los ciudadanos», hijo de familias políticas y empresariales repujadas en dinero; el otro, el Yago de ese partido, aún no responde por la secuencia de investigaciones que el gobierno de Estados Unidos fincó a las empresas que dirigían él y su suegro, señaladas por fraudes escandalosos, aprovechamientos ventajosos de la crisis del Fobaproa? ¡y hasta lavado de dinero!
Así, los candidatos que dicen que «van a dar la cara» no pueden hacerlo, ya que se les cayó de vergüenza ante la exhibida en tribunales y agencias de Estados Unidos. ¿Cómo pueden hablar de honestidad si viven en casas pagadas por suegros condenados en tribunales estadounidenses? Su honradez es región 4, porque en la región 1 ya fue expuesta su deshonestidad.
No, esos políticos no pueden decirse de izquierda, cuando han crecido y sobrevivido en un mundo de privilegios y negocios al amparo del poder: muchos de los problemas del feudo de ese partido, el omnipresente Tlajomulco, son resultado de los voraces negocios inmobiliarios que engendraron una Neza Región 145 en el extremo de la Zona Metropolitana de Guadalajara, una ciudad dormitorio que se alimenta de otros municipios con gobiernos más responsables, donde sí se crean y mantienen empleos, así como se prestan servicios. Ciudad rémora, ese es el legado de ese grupo de interés que se disfraza de antipolítico, como ya lo hizo Berlusconi en Italia.
También, por esa diferencia de linaje y vida, ese partido «ciudadano» poco se parece a la agrupación de Ada Colau, Barcelona en Comú. En todo caso, el instituto político de los «ciudadanos libres» se parece más al partido Podemos o al movimiento Forza Italia del ya referido «Sultano» Berlusconi (etiqueta que le endilgó ácidamente Giovanni Sartori), institutos políticos que han hecho de la simulación su modus vivendi.
En una situación semejante a la de estos terribles Hermanos Lelos se encuentra su colega Marcelo Ebrard, «Monsieur Métrod'Or», autor de la Línea del Metro defeño que no funciona y doblemente fallido candidato a diputado plurinominal por el partido que le dio refugio: se dice de izquierda y progresista, pero gozadel lujo del que vive en el acierto del presupuesto público. Decir que esos tres y Andrés Manuel López Obrador están en el mismo lado del espectro ideológico es como sostener que el Coronel Sanders, Ronald McDonald, las vacas y los pollos son veganos.
Así, mientras Ada Colau participaba en un movimiento que decía «no tendrás casa en tu puta vida», estos políticos mexicanos de un movimiento (que se dice ciudadano) tienen en su p?róspera vida varias casas, autos y empresas. Por ello resulta imbécil que algunos comparen al partido «de los ciudadanos libres» con el movimiento de Ada Colau.
Por otra parte, ¿ese «partido ciudadano» se parece al instituto español Podemos? Tal vez solo en su capacidad de simular una cosa y hacer otra, como lo demuestran la estela de incongruencias que su dirigencia ha mostrado en los últimos meses.
En suma, ¿cómo pueden esos candidatos del «partido ciudadano» sentir el dolor de la gente, si en su vida de mansiones y millones jamás han sufrido por la presencia de unos tipos que los quieran lanzar a la calle?
Lo más risible del asunto es que, para atacar al sistema resulta indispensable que se cuente con credenciales de legitimidad? y quien se ha enriquecido con los privilegios (o vive, del presupuesto, cual potentado) obviamente carece de tales credenciales.
Cuando los que se mantienen de la corrupción y especulación se ostentan como defensores ciudadanos, la realidad es que el lobo se presenta como guardián de las gallinas: los «hombres y mujeres libres» se convierten en la presa del embaucador, del diablo candidato y predicador.