¿Amnistía? Se preguntan miles en este país, horrorizados, deshaciendo el nudo de sus corbatas y ellas descomponiendo a fuerza de pasarse los dedos con fuerza, su peinado. Causa terror el imaginar las cárceles abriendo sus puertas y dejando salir con paso envalentonado y miradas siniestras a los criminales más temidos, crueles y desalmados que la tierra haya visto.

No es así, nos dicen los acérrimos seguidores de Andrés Manuel. O.K., entonces ¿cómo? Pero el Peje no se digna a sacarnos de la duda en el mejor escaparate que tenía para hacerlo: frente a una pluralidad de votantes potenciales, en cadena nacional con una audiencia de más de once millones de personas y alrededor de seis o siete millones a través de las redes sociales. Todos escuchándolo a la vez. Como sea, perdió la oportunidad de quitarles el miedo, si es que el miedo puede quitársele a alguien a estas alturas con las cifras de violencia que se manejan a diario a lo largo y ancho del territorio nacional.

Ni invocando al Papa, que no me quedan claras sus credenciales en cuanto al combate al narcotráfico y crimen organizado se refieren, logra el Peje acercarnos un poquito de tranquilidad. Algunos de sus voceros y seguidores han intentado en distintos foros, explicar lo que el señor López Obrador quiso decir, pero es evidente que ninguno tendrá la audiencia y la oportunidad de ser escuchado por el número de personas que el domingo por la noche esperaban oírlo de su boca y en vivo frente al televisor.

 En el debate al menos, no quedó clara la estrategia de ninguno de los candidatos para ocuparse a fondo y poner solución a este que es por hoy el más grave de los problemas del país, que no el único.

Argumenta el candidato de MORENA que permitiendo a todos los jóvenes matricularse en alguna Universidad y combatiendo la pobreza las personas no optarán por unirse a los grupos de la delincuencia organizada. Habría que analizar a profundidad esta propuesta y sin duda, algunas cosas buenas saldrán de ahí. La pregunta es ¿y los que ya están enganchados a los cárteles?

En eso estábamos cuando la noticia viene a cimbrar a la opinión pública del país: los tres jóvenes estudiantes de cine en Jalisco han sido encontrados muertos y sus cuerpos disueltos en ácido, sosa cáustica o la sustancia química que mejor aplique para ese fin. Explotan las redes en reclamos, condolencias, acusaciones, descalificaciones, enfrentamientos y exigencias de justicia.

Otra vez, todos unidos contra la causa del momento. ¿Cuándo va a terminarse? Dice la autoridad que los jóvenes fueron confundidos con otras personas por los miembros de un cártel. Ah, entonces no iban contra ellos, menos  mal. Vuelve la puerca al maiz (así sin acento). Con esto dejan entrever que el pleito es entre ellos, entre los delincuentes, que la muerte de estos jóvenes representa lo que Calderón llamaría “daños colaterales”.

Lo cierto es que esta es una práctica común en el país; solamente en Tijuana en el 2014 trescientos cuerpos fueron deshechos en esta modalidad por el mismo sujeto a quien solo le llevaban los cadáveres y él se encargaba de desaparecerlos. En 2016, en Jalisco encontraron tambos con ácido, ocho de los cuales contenían restos humanos. En Puebla en 2016. En San Fernando Tamaulipas se encontraron fosas conteniendo restos humanos de más de doscientas personas. Podría sonar extraordinario pero no lo es. Es una constante en un país en el que aparecen descabezados colgados en puentes, en el que amanecen asesinadas familias enteras, perro y perico incluidos, en el que los policías entregan camiones con estudiantes a miembros de cárteles delictivos, en el que las calles de algunos pueblos se han convertido en campos de batalla.

Hace pocos años, una ciudad ardía en llamas mientras el gobernador del estado se divertía en una reunión en la ciudad de México agitando sonriente un whisky on the rocks. En un país en donde varios gobernadores son acusados de lavar dinero del crimen organizado en el extranjero y dentro de él nadie levanta una mano en su contra, algo debe andar muy mal. Un país donde los criminales caminan tranquilos por las calles mientras los ciudadanos viven en el terror ya ha decidido, de facto, otorgar una amnistía.

Entonces, ¿nos sentamos y analizamos a fondo el problema y las implicaciones de cada una de sus soluciones o vamos a seguir culpándonos unos a otros hasta que nos toque agitar un whisky rodeados de guardaespaldas o deshacernos en un tambo de sosa cáustica en medio de la nada? Creo que en este delicadísimo tema, ninguna propuesta o consideración está de más. Pensemos en soluciones a largo plazo, que solucionen esta barbarie, no en ocurrencias para sentar a alguien en la silla presidencial. Y me refiero a las de todos los candidatos, sin excepción.