Salieron del aire, en todo el mundo, los célebres programas televisivos de Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”: “El Chavo del ocho” y “El Chapulín Colorado”.

Al parecer, todo tuvo que ver con la disputa por los derechos entre los herederos de “Chespirito” y Televisa (Edgar Vivar, reconocido actor de dichos programas, declaró que la cesión de derechos del creador venció el 31de julio del 2020, origen de la disputa).

Tal vez, en el fondo, a la compañía televisiva le pareció que los programas ya se veían anticuados; como sea, los programas salieron del aire, por lo que aprovecho para homenajear a “Chespirito”, cuya obra quedará en el archivo documental, para quien quiera rescatarlos y apreciarlos de forma personal.

Antes que nada, reconozco la labor de “Chespirito” como un gran payaso (que no es lo mismo que el clown, más profundo y poético); sino un auténtico payaso como los de los circos de antaño, y que aún se desempeña como animador de fiestas infantiles (aunque en la actualidad, algunos más bien actúan para el público adulto, introduciendo albures y recursos más prosaicos). “Chespirito” manejó el humor blanco y simple, y el “slapstick” (o humor de “pastelazo”); algo criticado por personas pretenciosas e intelectualoides, quienes prefieren el “humor inteligente” (no tienen idea cómo desprecio el epíteto de “humor inteligente”, es como disculpar al humor. Es como decir: “es cómico, pero es inteligente” con la misma intención que decir: “es mujer y es negra, pero es inteligente”).

Después, se debe reconocer su genialidad para reunir un entrañable cuadro de actores (algunos ni siquiera eran actores profesionales, como Rubén Aguirre, quien estudió agronomía en el internado de los Hermanos Escobar, Ciudad Juárez Chihuahua, de la misma generación que mi papá, el “Pocho”).

“El Chavo del ocho” sentó las bases para lo que podríamos considerar un proto-sitcom (serie unitaria de humor basada en situaciones que le ocurren a una comunidad centrada en pocas locaciones, pues en Estados Unidos, donde son los maestros, se graban con público). La acción sucedía en el patio de una vecindad, con algunas escenas dentro de los departamentos de los personajes, el salón de clases del Profesor Jirafales, y muy eventualmente en el patio trasero. Una geografía que, a través del tiempo, se fue volviendo extensión del espacio cotidiano de muchos televidentes, particularmente niños.

La reiteración era esencial de su humor, repitiendo mil veces las mismas frases y situaciones, que la mayoría disfrutamos como un ritual. A mí me encantaba, por ejemplo, que Doña Florinda le dijera más de un trillón de veces a Kiko: “¡No te juntes con esta chusma!”, y su hijo golpeara el pecho de Don Ramón, mientras le decía: “¡Chusma! ¡Chusma!”, y se retirara indignado tras las faldas de su mami (la pareja cómica de Kiko y Don Ramón, por cierto, era excelente, retomando el cliché del tonto y el patiño, dentro de las rutinas de los payasos).

Los teóricos del humor dejaron fuera al “Chavo del ocho” del esquema clásico del sitcom, porque sus personajes eran excesivamente fársicos, por el hecho de que los actores eran adultos protagonizando niños; sin embargo, todo mundo cayó dentro de la convención y a nadie le resultaba extraño; por el contrario, no tan solo resultaban creíbles, sino que encarnaron estereotipos reconocibles y eficaces para la caricatura: el niño mimado, el cobrador de la renta enojón, la niña traviesa, el profesor enamorado, etc., destacando, por supuesto, el Chavo del ocho (encarnado por el propio Roberto Gómez Bolaños),como el niño pobre y pícaro.

“El Chapulín Colorado” es un gran superhéroe bufo, surgido a principios de los 70, con características similares y de la misma época que el “Águila Descalza”, que creara Alfonso Arau (primero en comic y luego llevado al cine), pero desprovisto de su aguda crítica social, sino más bien con pretensiones de contar historias infantiles.

En la actualidad, los efectos especiales del Chapulín nos parecen conmovedoramente arcaicos, como el encogerse con las “pastillas de chiquitolina”, pero en su momento cumplieron su función de asombrar las mentes de los niños.

La obra de Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”, ha sido criticada por una supuesta falta de calidad y participar del embrutecimiento cultural propio de “la caja idiota” (apodo de la televisión), pero nunca aceptaré que se denigre la figura y la obra de un hombre que nunca tuvo un cargo de elección popular para robarle al pueblo, hizo del “chayote” su modus vivendis, negoció con la venta de drogas y el tráfico de personas, ni pagó ni cobró un centavo por generar cualquier tipo de violencia.