En el olvido quedó el legado de aquellos panistas de cepa como Clouthier, Castillo Peraza o Fernández de Cevallos, que a propios y a extraños sorprendían por su elocuencia y capacidad argumentativa. Ese panismo combativo, que varias veces el sistema intentó acallar, que en cada foro y en cada espacio tomaba oportunidad para defender sus ideales, hoy es pasado. En su lugar, nos dejaron el panismo ramplón de la Benito Juárez, ese panismo puerily de cuates que está a punto de perder el último bastión banquiazul que queda en la Ciudad de México.
De los 5 debates organizados al momento, el candidato del PAN Christian Von Roerich, ha sido el único que ha decidido, deliberadamente, no participar en ninguno de los encuentros. Justificándose con interminables ocupaciones, el panista ha desairado a los juarenses, dejándose guiar por lo que dictan sus propias encuestas. Ante su actitud, los vecinos han comenzado a preguntarse si Von Roerich tiene realmente propuesta, y si la tiene, si cuenta con capacidad para defenderla ante los demás candidatos.
En cualquiera de los casos, lo que es seguro, es que Von Roerich no tiene cara para mirar a la ciudadanía de frente. Sabe que una cosa es hablar monólogamente en mítines donde regala juguetes, bolsas y demás utilitarios, y otra, muy distinta, es hablar dialógicamente y ser contrastado y cuestionado por la oposición. A Von Roerich le basta con tener tapizada la delegación con su rostro, no quiere arriesgarse a las preguntas incómodas, a que se evidencie su complicidad con la administración de Jorge Romero, a que le pregunten si ya rebasó los topes de campaña, o si es verdad que empleó recursos de la delegación para promoverse anticipadamente. Claro que le conviene más quedarse en casa, claro que es más cómodo quedarse callado. Von Roerich es el panista que hace a Gómez Morín revolcarse en la tumba, es el panista que niega la democracia, el panista que no debate.
Pero, ¿puede la incapacidad y desinterés por debatir justificarse como parte de una estrategia electoral? ¿Tiene derecho a despreciar los debates un candidato que es puntero en las encuestas? Habrá quien considere prudente, no asistir a un debate en el que se espera ser el más atacado y cuestionado por los demás candidatos. Claro que es un riesgo que se corre, pero también una oportunidad para demostrar templanza y carácter al responder las provocaciones; oportunidad para demostrar capacidad y firmeza al defender las propuestas. Quizá lo más importante, es que asistir a un debate demuestra tolerancia y disposición al diálogo, cualidades que se esperan de cualquiera que participe en la vida democrática de nuestro país.
Si Von Roerich tiene miedo a debatir ahora que es candidato, no quiero ni imaginar el miedo que tendrá a las inmobiliarias, cuando haya que hacer valer los derechos de los ciudadanos frentea construcciones ilícitas. Si von Roerich se cierra al diálogo ahora que es candidato, me asusta la que nos espera de llegar a ser delegado: una autoridad que busque imponerse sin escuchar a quien piense distinto, sin dar razones ni argumentos, sin rendir cuentas, sólo actuando de acuerdo a su capricho y al beneficio propio y de los suyos (cualquier parecido a Jorge Romero es mera coincidencia).
Pero, ¿por qué tendría que indignarnos el que Christian Von Roerich no haya participado en ningún debate? ¿No es, después de todo, una elección personal? Nos indigna, porque ya no vivimos en el México de antes, donde existía una sola voz, una sola ideología y un solo partido. Esta democracia, que nos ha costado tanto a todos construir, exige a todo candidato ofrecer, contrastar y defender sus propuestas, para que la ciudadanía escoja racionalmente la mejor opción. Porque no debatir, es apostarle al voto duro, es despreciar a los independientes, es pecar de soberbia, es cerrarse a escuchar a otras fuerzas y posturas políticas, es subestimar al electorado, y eso, en la delegación con mayor índice de escolaridad y desarrollo, es una afrenta que se paga caro.
Ni por estrategia, ni por ética se debe abandonar un debate. Quien aspire a convertirse en representante de una comunidad política (como sostiene Hannah Arendty Habermas), debe ser capaz de convencer por la razón de sus argumentos y no por la coacción física, ni la manipulación. La política es el arte de la negociación y del entendimiento, es la capacidad de ponernos de acuerdo y orientar nuestra acción hacia un beneficio colectivo. Negar el debate, es negar la posibilidad del diálogo, negar la deliberación y el consentimiento, es negar a la democracia misma. No podemos obligar a ningún candidato a debatir, pero sí podemos negarle nuestro voto, para que entienda que ?nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos?.