En una circunstancia como la que hoy apremia, es normal que las visiones simplistas se apoderen de la psicología colectiva. De ninguna manera podemos comparar, de forma inherente, la pandemia con la Segunda Guerra Mundial, pero baste decir que desde ese evento global ningún tema había tenido el peso y alcance suficiente para convertirse en la prioridad de todos los países y en el tamiz a través del cual todos evalúan sus acciones presentes y sus decisiones futuras. El día de hoy, por primera vez en casi un siglo, la humanidad tiene un referente común.
Pero esta situación, que podría generar una empatía natural entre todos los seres humanos, trascendiendo los intereses de grupo (raza, género, clase), también ha propiciado la aparición de un pensamiento mágico tardío, que impide analizar con claridad el estado de cosas, y por ende también nubla la vista en el diseño de estrategias para superar las crisis. Aunque le denominamos de ese modo, puede venir disfrazado de lenguaje técnico o científico. Y lo peor es que puede partir, peligrosamente, de una primera idea que sí sea verdadera o al menos verosímil.
Como ejemplo podemos revisar el común de las notas periodísticas que hablan sobre la economía durante este periodo, que el FMI ha denominado "el gran confinamiento". La mayor parte de ellas parten de datos duros, indiscutibles y negativos en lo general. Lo que no cuadra es que esos números se lean con las mismas categorías de pensamiento que en circunstancias normales, y por normales me refiero a cualquiera, literalmente, que no sea una recesión por diseño, provocada de un día para otro por decisiones políticas-sanitarias. Todos los indicadores económicos que actualmente utilizamos sirven para leer el comportamiento de los ciclos económicos, en circunstancias de normalidad económica.
Lo anterior quiere decir que parten de modelos que resaltan desviaciones positivas o negativas, a las que se intenta buscar su causa (o causas), con el fin de explorar medidas que permitan corregirla, esto es, volver a un equilibrio. Según esta visión, consensual en los bancos centrales y gobiernos, las recesiones son parte natural del devenir económico, y la política fiscal, monetaria y derivadas deben tomar una forma procíclica (austeridad, regulación, restricciones crediticias) o contracíclicas (apoyos sociales, bálsamos fiscales, etcétera). Pero todo lo anterior basados en la convicción última de que las contingencias no provienen de decisiones deliberadas, bien identificadas.
Por eso, aunque ya tenemos los libros fundamentales sobre la Gran Depresión de 1929, se sigue debatiendo cuál es la causa principal que la detonó. En la situación presente tenemos un escenario totalmente distinto. Sabemos claramente cuáles son las causas del choque masivo a la oferta y demanda domésticas, de la quiebra de empresas, de la caída en la recaudación fiscal y de la parálisis (ya amortiguada) del comercio exterior. Esto tiene una importancia fundamental, puesto que podemos diseñar planes de recuperación claros y con intervenciones plenamente focalizadas, en lugar de crear incentivos borrosos para tratar de influir en variables cuyo comportamiento no podemos descifrar.
En un segundo nivel, lo que debemos hacer es un análisis detallado y diferenciado, por nivel y sector, de las consecuencias económicas de la pandemia. Creer que todas las unidades económicas se vieron afectadas, y justificarlo con la caída trimestral del PIB, es desatender realidades manifiestas, en las que unos sectores dependen más de la interacción social, y otros inclusive se benefician de que las personas pasen más tiempo en sus casas. A nivel nacional, también se pasa por alto que la dinámica económica fue distinta en las entidades federativas. La caída en la actividad económica de la Ciudad de México, arrastra a la baja el crecimiento nacional, pero algunas entidades, como Tabasco, Oaxaca, Sonora y Morelos, registraron un crecimiento real. Esto nos obliga estudiar las diferencias realidades, pero también a evaluar los planes de reactivación específicos que, en su caso, esos estados han implementado. El momento de tomar decisiones es ahora.