El gesto quiere simbolizar unidad, fuerza y la certidumbre del triunfo. Los candidatos panistas a las nuevas gubernaturas y su secretario general, levantan sonrientes los brazos con las manos entrelazadas formando cadena.

No es aún tiempo para la euforia, pero hay precedentes. Conquistadas las plazas de Chihuahua, Aguascalientes, Tamaulipas, Puebla, Durango, Veracruz y Quintana Roo, la formación albiazul se lanza ahora por Coahuila, Nayarit y el Estado de México. Los compañeros de viaje perredistas, peteístas y miembros de otros partidos locales no aparecen en la foto, pero a nadie parece importarle quienes son. Lo que importa es que, para satisfacción de ambas partes, la fórmula funciona. Para los unos, se trataría ahora de un episodio más del lento asalto al poder; para los otros, la oportunidad (todavía) de ocupar algún despacho, el que sea.  El plan general es simple y de todos conocido: expulsar al PRI del poder y cerrarle el paso a MORENA. En eso están de acuerdo. Lo demás ya se verá. De esta suerte, Ricardo Anaya, que ya perdió su ingenuidad y se va curtiendo en la experiencia de la batalla, se reafirma en su estrategia de largo recorrido con la doble finalidad de conquistar el partido y la república. Ha entendido que un poder bien asentado es un poder piramidal, con una base amplia en todas las instituciones locales y con la cúspide en las federales. Con vistas a 2018 lo que vemos se antoja revelador de lo que podría ser la política de coaliciones. En el caso de Nayarit, los panistas saben aprovechar la ocasión que les presta el desgaste y la desesperación del PRD, un partido hambriento que va encaminado hacia la marginalidad. Mientras el PRD aguante, les irá bien a ellos. Por la cuenta que les trae, les conviene darle visibilidad para evitar que se disuelva en medio de una gran polvareda. Es el muro de contención de la izquierda. Con un PRI en retroceso y MORENA con escasa implantación local y el carisma de Andrés Manuel como único activo, el modelo PAN-PRD en Nayarit y PAN- Alianza Ciudadanía en Coahuila, tiene buenos auspicios. La receta funciona: Pactos de gubernatura con formaciones minoritarias. La fuerza del hábito hace que ya hayan dejado de percibirse como alianzas contra natura. Se les ve contentos, lo están haciendo.

Los candidatos responden al prototipo en boga: mediana edad, empresarios o vástagos de familia…

Del exsenador y ex diputado Guillermo Anaya, se recuerda que es reincidente; ya perdió Coahuila en 2011 contra  el PRI de los Moreira. Si las encuestas no andan descarriadas, este panista de raza podría ver llegado ahora el momento de la némesis, si bien su candidatura viene lastrada por disensiones personales dentro del partido. Con un golpe de magia, su homónimo Ricardo lo ha convertido de calderoniano en anayano, para enojo de un puñado de barones regionales. Sin embargo,  tiene la posibilidad de llevar al PAN a la gubernatura en un estado en donde hasta hoy, solo ha gobernado el PRI.

Por su parte, Antonio Echevarría, como ya otros -Cabeza de Vaca y Carlos Joaquín González-, es un exponente más de la vieja tradición mexicana de imbricación entre las dinastías empresariales y el poder político. Aunque no tiene experiencia en el servicio al estado, lo político le viene de familia con su padre el exgobernador “Tigre Toño” como principal mentor y su señora madre, la senadora Martha Elena García. Al Junior con gran implantación empresarial en Nayarit del grupo Álica, cuando menos se le supone talento para la gestión.

A Josefina Vázquez Mota ya la conocemos; es la única de los tres que hasta ahora ha remontado el vuelo y por tanto tiene potencia electoral para ir en solitario.

Hace 17 años la mayoría de los mexicanos votaron por el cambio. Luego vino lo que vino. Entonces se decían cosas semejantes a las que hoy escuchamos. Decimos lo mismo, pero somos otros, mejores, parecen manifestar ahora. Todos quieren cambio, pero la cuestión es de qué, hacia dónde y cómo.

Las exigencias de lo perentorio en México son de tal magnitud, y las soluciones tan urgentes, que ocupan casi todo el espacio de posibilidades;  no hay otra cosa. El diagnóstico es siempre el mismo: pobreza, violencia, corrupción. Sobre este presupuesto todos los partidos podrían coaligarse indistintamente. Todos coinciden en lo mismo, pero todos son corruptibles. Serán necesarios grandes pactos de estado. Solo los políticos de altura, los verdaderos estadistas, tienen visiones; solo ellos podrán asumir esa responsabilidad.