La cuestión de fondo de la eventual coalición opositora no es el acuerdo de cabezas, es cómo serán electos los mejores candidatos que lleven al triunfo

Morena, el partido en el poder, se ha metido de lleno en el proceso electoral. No lo hace a través de sus órganos de partido, como lo manda el protocolo, sino mediante la cabeza del mismo presidente de la República, seguro de que su fuerza radica en su persona, y no en la organización. Morena sin AMLO cae al grado que tienen el PRD y PT, sus progenitores. Desciende al ras de todos. Hasta ahora el presidente no se asume como lo que es, el jefe de todos los mexicanos, sino como el ala que dirige el cambio estructural, denominado la Cuarta Transformación de México. Andrés Manuel López Obrador sigue hablando desde una posición de parte, y fustiga cada que puede a sus adversarios. No lo hace a título personal, lo hace desde el púlpito republicano. La tribuna más alta de la nación. El presidente no ve intervencionismo en él, sino derecho de réplica.

Del otro lado las cosas se complican para los partidos adversarios, aplastados por el discurso de las mañaneras. Estudios demoscópicos indican que la oposición tiene poco qué hacer en las elecciones del año entrante, en gubernaturas, diputaciones federales y locales y presidencias municipales. Ninguno de los llamados partidos grandes ha logrado concitar un programa medianamente atractivo que concite el apoyo de los votantes. No despuntan los liderazgos en ninguno. El único movimiento visible por su beligerancia es el de las féminas, pero todos le sacan la vuelta. El de los indígenas se evaporó. Sus balbuceos en contra del tren maya tienen un impacta regional limitado a uso cuantos grupos. El Proyecto Chapultepec esta concentrado en la ciudad de México, entre un sector beligerante de la comunidad cultural.

La idea de un frente electoral de oposición parece más obedecer al interés de mantener el registro y prerrogativas de los partidos promotores que de de salir a ganar elecciones. El otrora indómito Partido Revolucionario Institucional tuvo avances sorprendentes en las elecciones pasadas de Hidalgo y Coahuila, pero nada indica que se trata de un comportamiento nacional y de mediano plazo. Allí mismo el PAN se desplomó, no obstante ser plaza suya el norte. La eventual coalición es un acuerdo de intereses de cúpulas, de cabezas, ero ese acuerdo es apenas la primera aduana, apremiada por la urgencia de parar la caída.

La asociación de partidos es un prerrogativa democrática y un cálculo de las asociaciones de ganar-ganar. Sin embargo, y visto desde el territorio de los anhelos de los electores, es una decisión contraproducente y antidemocrática. Borra la pluralidad partidista y homogeniza a 130 millones de personas. Al coaligarse, los partidos se desnaturalizan y pierden su identidad ideológica y programática. Supongamos esa alianza en el estado de Tlaxcala. De ganar, el nuevo gobierno gobernará en base a los principios de qué partido. ¿Con los que conservadores que suele hacerlo Acción Nacional, o los de corte liberal de la Revolución Democrática, o se caerá en el pragmatismo que suele caracterizar al Revolucionario Institucional?

Situados más abajo, en el municipio mitad indígena-mitad mestizo de Huauchinango, en la Sierra Norte de Puebla, en donde la población tiene una muy amarga experiencia con los gobiernos del PRI, PAN y ahora de Morena. El PRD nunca ha ganado nada, ni goza de popularidad, pero por relaciones cupulares demanda la plaza para elegir de candidato a un familiar del dirigente estatal. ¿Vale la pena una alianza de tres partidos para beneficiar a los familiares? El descontento generalizado con los gobiernos anteriores y actual ha colocado al priista Zeferino Hernández como el aspirante más atractivo a ras de suelo, por su alto perfil popular urbano y entre los pueblos indígenas y campesinos.

El tema de Zeferino lleva a la cuestión neurálgica de la alianza. ¿Cuáles serán las prioridades que deberán ser puestas sobre la mesa y el método mediante el cual serán electos los mejores aspirantes? No se debe perder de vista que las elecciones de alcaldes tienen componentes de arraigo local que contradicen las tendencias nacionales, incluso los estudios de opinión son engañosos. Si la idea es ganar-ganar y derrotar a los candidatos de Morena, se tiene que ir con los mejores perfiles. Y los mejores perfiles no son los que indican las cabezas de parido, sino la voz de los votantes. Si la idea de los partidos es reposicionarse, la única manera de hacerlo es regresar a los anhelos de la gente. A sus bases. La magia de siete décadas del PRI se sustentó sobre esa base. Se vino a pique cuando fue tomado por los neoliberales y se menospreció el trabajo de tierra.