Cuando era la década de los 70´s en México comenzaba a sonar en el ambiente musical y discográfico el rumor de que no necesariamente los discos que reportaba la industria ser vendidos en un determinado tiempo (no importaba el artista) eran realmente esa cantidad. Podría parecer insignificante, pero el asunto es que se presumía, e incluso se comprobó, que se vendían más discos de los que reportaban, lo cual atentaba contra el bolsillo y las ganancias del verdadero motor de la industria de la música: el artista.
Fue la cantante brasileña Elizabeth la que comenzó la ofensiva en contra de la industria discográfica nacional. Descubrió por medio de su representante, empleados y dueños de tiendas especializadas en ventas de discos que su sencillo “Soy loca por ti” tenía más ventas que las que reportaba su compañía productora, tantas que no se le entregaba monto alguno por concepto de regalías, cuando en realidad su canción se escuchaba en todos lados y los discos se vendían como pan caliente. Yo no puedo imaginarme cómo una canción tan horrible tenía tanto éxito pero eso es otra historia.
Ese y otros casos se documentaron y fueron exhibidos en la revista especializada de música popular contemporánea, México Canta, el problema era que a la publicación además de las cuantiosas ventas que tenía, se sostenía también con la venta de publicidad que pagaban las compañías de discos y entonces se generaba tremendo lío. No obstante la presión que ejerció la industria, las historias se publicaban pero tratando de no generar un enfrentamiento directo entre artistas y representantes versus compañías de discos.
Dos de los socios de Ediciones Latinoamericanas que editaban México Canta, estaban de acuerdo con publicar dichas historias y tratar de remediar la problemática que se estaba generando, mientras que René Eclaire se mostraba contrario a la decisión. Desgraciadamente, el dueño mayoritario, Emilio Zambrano falleció y la dirección de la editorial recayó en Eclaire, misteriosamente comenzaron a presentarse retardos en los pagos a proveedores y a colaboradores cuando las ventas de la editorial seguían por las nubes.
Con ese escenario se siguieron publicando historias sobre la payola, ese fenómeno conocido y muy recurrido que consistía en pagarle una corta (o muy larga lana) a los programadores de estaciones de radio para que beneficiaran en la programación repetitiva y masiva de los éxitos a los artistas que se mochaban y también sobre la falta de transparencia de cuántos discos realmente se vendían y por ende cuánto le tocaba al artista.
Cuando el enfrentamiento llegó a su clímax, México Canta publica una “salida” al conflicto de las ventas, proponía que los discos deberían ser inventariados, y numerados dando fe ante notario público para entonces tener certeza y veracidad en las ventas reportadas así como de los montos a pagar. Desgraciadamente semanas después de publicado el artículo las instalaciones principales de Ediciones Latinoamericanas se incendiaron “inexplicablemente”, ¡qué coincidencias! y con este fatídico evento terminó la historia de México Canta, Tradiciones y Leyendas de la Colonia y un sin fin de publicaciones con récords en ventas.
Ya en la década de los 80´s, Ricardo González “Cepillín” era todo un fenómeno vendedor de discos en México, él ha tenido a bien desde siempre presumir esa cualidad, aseverando que él vendió más millones de discos de los millones de discos que se supone ha vendido Luis Miguel en toda su carrera, lo cual es verdad. Cepillín dice que cuando él estaba en sus 5 minutos de fama vendía millones de discos, que se reflejaban en la entrega de discos de oro y de platino cuando éstos representaban verdaderamente millones de ventas. ¿Cuánto le reportaba de ganancias realmente su compañía de discos?
El asunto es que precisamente los niños que en su momento escuchaban a Cepillín, posteriormente escucharían a Luis Miguel, la incógnita es ¿por qué vendió menos? Mucho de la respuesta radica en el fenómeno pirata, o de la piratería, según muchos. Ya para los años 80´s se vendían en nuestro país no solamente discos de vinil, sino también cintas electromagnéticas, o sea cassettes, pero también caseteras, o sea los medios, o el medio para que cualquiera en la comodidad de su hogar pudiera grabar a su gusto sus acoplados con los éxitos del momento, ya fuera para su uso personal o para obsequiarlos al ser querido, el regalo para el niño y para la niña, la cinta del recuerdo.
Ni qué decir de las ventas de cassettes que se fueron por las nubes cuando la compañía Sony anuncia el invento de la década, los walkman´s o reproductores de cassettes portátiles, todo un trancazo.
Al poder grabar y grabar y grabar las canciones sin tener que pagar nuevamente, pues las ventas para las disqueras disminuyen y ni qué decir las ganancias para los artistas, pero ojo al parche, porque EL CONSUMO de esa música aumentaba, si no se reportaba en ganancias e impuestos, eso ya es otra historia. La pregunta que volaba con harto ruido en el aire, era: ¿Por qué hay compañías que tienen disqueras y a su vez venden aparatos (grabadoras de cassettes) con los cuales se puede vulnerar a los discos originales? ¿Acaso no se están metiendo un autogol? O mejor aún, ¿por qué si es notorio los gobiernos de todo el mundo lo permiten y no intervienen para proteger a los artistas?
Ni qué decir con la llegada del CD a finales de los 80´s, con la cual se masificó la venta de éxitos musicales en la primera mitad de los noventas, pero para la segunda, la venta de dispositivos que podían “quemar” o duplicar un CD ya estaba a la venta y a la mano de quien quisiera a un precio más que accesible, las disqueras aparentaban que les molestaba, pero la pregunta era la misma que una década atrás, ¿por qué venden quemadoras para las computadoras y discos vírgenes que duplican al original?
Si a esto sumamos que se venían arrastrando los malestares de otras décadas como la falta de claridad en las ventas y las onerosas cadenas consumistas que las disqueras conformaban so pretexto de que para vender más había que gastar más y “profesionalizar” las ventas, a los artistas que son la esencia de la industria cada vez les tocaba menos lana, e incluso ya las entradas de los conciertos eran vulneradas por los gigantes monopólicos que vendían los boletos. Dos de los casos más relevantes, Pearl Jam y Prince.
El verdadero malestar para la industria discográfica mundial vino cuando a la mitad de la segunda mitad de la década de los 90´s llegó de la mano de la novedad que era el internet, la aparición de una aplicación que permitía descargar o intercambiar (ese es el término más correcto) archivos personales de computadora a computadora sin la cochina intervención de intermediarios que solo hacen más complicada la cadena consumista y más caras las cosas. Me refiero al multicitado software de intercambio Napster.
Esto sí partió por la mitad a la industria discográfica mundial, ahí sí pegaron el grito en el cielo y comenzaron una feroz ofensiva, y lo que nunca, apoyando y haciéndose apoyar por el artista, pero sin responder con certeza a reclamos o a malestares no solamente legales sino también legítimos. Por más que se esforzaron la red transformó radicalmente a la industria y les quitó el control del negocio, hoy ese control radica en You Tube y los servicios de streaming. Para el artista, el negocio radica ahora en las presentaciones en vivo y no en la venta de su música o discos.
Como lo evidencia y denuncia el sociólogo Frédéric Martel en “Cultura Mainstream” y el apartado dedicado a las disqueras, haciendo notar que en países como en China y la India, muchas compañías disqueras, inundan el mercado con discos piratas ya que las políticas proteccionistas de esos países los “limitan” en una competencia sana y libre para poder vender los discos originales y que estos generen ganancias (sin mencionar los efectos que ocasiona la red en la industria), y además, los gobiernos de dichos países consienten esas prácticas porque garantizan más consumo.
No obstante que hoy el negocio y la música está en la “nube”, o sea en la red, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Cuántos discos vende realmente un artista y cuántas regalías debe cobrar? O mejor aún, ¿cuántas reproducciones REALES tienen una canción o un disco en la red y cuánto debe recibir el artista por su obra? ¿Quién controla los contadores de reproducción?
¡Qué coincidencias! Napster y la red no acabaron con la música ni con la industria discográfica, solo la transformaron, solo los que entendieron el verdadero mensaje del medio, la verdadera esencia del nuevo negocio pudieron adjudicarse el liderazgo, pero esa ya es otra historia que se las cuento en la próxima coincidencia. Disfrute lo que le queda de vacaciones.