Sin lugar a dudas el tema de una segunda vuelta electoral está inmerso en todas las democracias del mundo que han logrado un proceso de maduración, y, ojo al parche, también las que no, es un tema que provoca mucha comezón, demasiada polémica, porque no necesariamente se plantea en beneficio de la ciudadanía o que realmente cumpla con los preceptos por la cual fue invocada. Nuestra democracia incipiente, inmadura y en constante retroceso de logros adquiridos con el tiempo no escapa a esta práctica.

Efectivamente, el tópico de la segunda vuelta electoral está siendo invocado por un sin fin de voces y muchas de esas voces son de académicos respetadísimos y ni qué decir de los expertos en el tema y el periodismo, desgraciadamente estoy convencido que como se está planteando a la opinión pública ni siquiera va a cumplir y lograr los objetivos que se están marcando como sus necesidades primarias. El horno no está para bollos y emplazar a soluciones que solamente van a empeorar más las cosas o generar, ya no el tope, sino la explosión de la crisis de credibilidad a nadie conviene.

Se dice y se escribe por infinidad de voces y cualquier cantidad de dedos, que la segunda vuelta electoral es el paso a seguir en la maduración de nuestra democracia, que este modelo de organización política, o nuestro muy particular modelo, requiere de la aplicación de la segunda vuelta (o sea otra ronda de votación) para legitimar y dar mayor margen de maniobra al que sea elegido por el voto popular en una elección presidencial, de gobernador o incluso de presidente municipal.

Lo que se plantea es que cada vez más se nos presentan escenarios electorales en donde las elecciones se cierran más y más, como el caso que vivimos en 2006 con el proceso presidencial y que tanto alboroto y movilizaciones causó, sin mencionar una reforma electoral que incluyó la tan recurrida y afamada frase que simplifica todo un mecanismo de certidumbre que responde: al voto por voto, casilla por casilla. Uno de los contadísimos beneficios de la reforma electoral del 2007.

Si bien la idea de la segunda vuelta no es descabellada y ha dado “buenos dividendos” en otras partes del mundo, lo que se busca con una segunda ronda de votación es que con un escenario de votación cerrada entre un primer y segundo lugar (otros plantean que aunque no sea cerrada la votación entre primero y segundo se implemente dicho procedimiento), se aplique otro round electoral en donde se enfrenten SOLO esos DOS contendientes y la gente decida para obtener un mayor margen a la hora de ganar, así se le brinda entera legitimidad de maniobra a la hora no solamente de asumir el poder, sino de gobernabilidad. Aquí está el aparente meollo del asunto, la gobernabilidad.

Y digo aparente porque, ¿qué pasaría si en la segunda vuelta de votación vuelve a ser cerrado el resultado entre primero y segundo?, más aún, ¿qué pasa si aparte de ser cerrado el resultado, el que ganó en la primera ronda queda segundo en la vuelta siguiente por el mismo estrecho margen de votos? Pos seguro y fieles a nuestra costumbre el fantasma del fraude, la ilegalidad y la impunidad se hace más grande. Ni pensar en una tercera, cuarta o quinta vuelta.

Antes de continuar conviene aclarar algo sumamente importante que trae implícito el tema de una segunda vuelta electoral, el costo de la organización y llevar a cabo una elección DOS VECES, pues duplica el gasto para tal rubro (sin mencionar darles el doble de lana a los partidos para tal efecto) y con ello se sigue haciendo cada vez más caro un modelo democrático infuncional, ya ni qué le digo si hacemos una tercera, cuarta o quinta votación.

Se intuye, o se nos vende la idea, que con una segunda vuelta electoral, eliminaríamos la incertidumbre y accederíamos a gobiernos con mayor legitimidad y mayor margen de gobernabilidad. Se nos vende primordialmente, se da por sentado, que en una segunda vuelta electoral se sumarian los votos de otros candidatos o partidos del tercer lugar para abajo a los dos primeros, y eso no solo NO SE PUEDE garantizar, la evidencia, la REALIDAD nos muestra que eso no sucederá, y al analizarlo desde esa perspectiva, aparece el verdadero fundamento de la segunda vuelta electoral que no es la certidumbre y la gobernabilidad, sino muy particularmente en nuestro caso HISTÓRICO: EL ABSTENCIONISMO.

Cuando HISTÓRICAMENTE hemos mantenido un margen de abstencionismo, o sea, de gente que no va a votar, que ronda entre el 40 y 60 por ciento, dependiendo si la elección es intermedia, federal, de solo cargos locales u ocurrencias como las del pasado proceso en donde se eligieron a constituyentes en la Ciudad de México y donde el ABSTENCIONISMO alcanzó más del 70 por ciento (en la entidad en donde históricamente menos abstencionismo se presentaba), lo que ilegítima a un gobierno o candidato es dicha variable, los que no votan. Fue tan insignificante dicho proceso electoral “constituyente” que nadie se OCUPÓ en echarlo abajo por ILEGITIMO, porque eso, porque la gente no fue a votar, porque NO LE INTERESÓ.

Entonces para no hacernos más pelotas en un tema harto complejo, y que se acompleja más como se nos vende o se nos “explica”, SI a la segunda vuelta electoral, pero, NO para que peleen dos candidatos, sino para que se OBLIGUE A VOTAR A LA GENTE, o sea, ¿cómo? En tiempo de elección, cuando NO VOTE MÍNIMO EL 75 POR CIENTO DE LA LISTA NOMINAL, se tendrá que repetir el proceso por ILEGITIMO, o sea, una segunda vuelta.

Sumado al voto nulo que se presenta en cada elección y que como dice el profe Agustín Basave debería ser descontado de la bolsa de la lana que reciben los partidos políticos para que realmente sea un castigo, ya solo tendríamos entre un 20 o 10 por ciento de abstencionismo, dependiendo el tipo de elección.

Ese 20 o 10 por ciento de abstencionismo se eliminaría si por ejemplo se adoptará el modelo peruano que ha funcionado muy bien (y que hasta donde yo sé no ha cambiado) y que consiste en multar (sí, que se palmen con una lana) a las personas que no voten posterior al proceso electoral.

De esa forma la segunda vuelta reduce el abstencionismo y en AUTÓMATICO las diferencias de voto entre el primero y segundo lugar se hacen abismales sin mencionar que el candidato ganador o coalición ganadora se LEGITIMA totalmente y tiene el tan anhelado margen de maniobra que se pretende. Visto así es totalmente diferente a lo que nos plantean partidos políticos y expertos en el tema.

Ojo al parche, y voy a ser muy cuidadoso. Si adoptamos la segunda vuelta como la venden dichos expertos, académicos y partidos políticos, corremos el riesgo de seguir generando incertidumbre, no solucionamos el problema de raíz, solo el síntoma, con ello por ende la ingobernabilidad y la crisis de credibilidad en instituciones se agrava al máximo y además…

Queda de manifiesto que lo que buscan los partidos políticos en realidad sería mantener ese margen de abstencionismo, la idea siempre a flotado en el aire, y responde a que los actores y partidos políticos saben que no pueden controlar la votación abierta y con una participación tan amplia (revise el caso del Bronco y como no solo ganó sino que les paró una retro madrina), con lo cual se ven afectados sus intereses y su permanencia en el poder. Al tiempo le compruebo esta evidencia que menciono.

No es descabellado pensar entonces que con una participación por encima del 75 por ciento en cada votación se hace mucho más complejo que los partidos y candidatos sobornen a los electores, o sea, compren votos, porque entonces los montos para ganar una elección se hacen incosteables, inaccesibles para los corruptores. Sin mencionar que quedan a merced de una amplísima gama de electores que aunque no lo parezca, e incluso aunque no participen activamente durante el ejercicio de gobierno de un candidato ganador, ya la piensan más los que ganan a la hora de no cumplir.

Para rematar, una participación electoral amplia, considerando la segunda vuelta, para que se garantice la legitimidad de un proceso, elimina los lanzamientos de bolitas y hace aún más responsable a la ciudadanía elevando su cultura democrática, porque, para poner un ejemplo de moda, es muy fácil echarle la culpa de todo lo que pasa en el país a poco más de 19 millones de personas que votaron por el actual presidente, o sea, más menos solo una sexta parte de la población total de México. ¿Se nota lo que está mal desde la raíz?

Con un proceso electoral de amplia participación que garantice la erradicación del abstencionismo, que es el mal de males de nuestro sistema electoral, ahí sí ya estaríamos convirtiendo de forma real a nuestra democracia en eso, una REAL DEMOCRACÍA.

¡Qué coincidencias! La mayoría de las veces se invocan a figuras que hasta los mismos expertos o intelectuales saben que tendrán efectos más que negativos en la cosa pública, para muestra un botón, o el andar pidiendo renuncias de mandatarios, o como el caso de lapidar a figuras públicas desde las redes sociales. La segunda vuelta electoral es necesaria para romper el abstencionismo y legitimar una elección, y no a uno solo o dos candidatos con un muy pequeño puñado de votos. Se ven.