Como todas las noches, la hora del ocio atacó a mi disperso ser. Entre las publicaciones en mi muro de Facebook, donde la mayoría van de lo fastidioso que ha sido el 2020, de las agruras causadas por comer papas con salsa pasados los 30’s, y por supuesto, los memes de Ángela Aguilar y Christian Nodal a los que mi generación ya no les encuentra gracia, hubo un anuncio que llamó mi atención; “¿Eres racista? Taller para entender el racismo en México. Costo de recuperación: 500 pesos”

Formo parte de dos colectivas antirracistas, así que me di a la tarea de investigar quiénes eran las personas encargadas de organizar el evento anunciado. Nada. No encontré información ni de la entidad que organizaba y mucho menos de las personas a cargo. En fin.

Pensé en cómo, al igual que pasó con los tenis “fosfo fosfo”, hablar de antirracismo se puso de “moda”, se hizo una tendencia de la que todos pretenden formar parte, aún sin conocer lo mínimamente necesario del tema en cuestión, enunciando un discurso que no construye a la lucha antirracista, sino por el contrario, la tergiversa.

Por aquellos días también encontré un anuncio del libro de Hernán Gómez Bruera titulado “El color del privilegio. El racismo cotidiano en México”, mismo que presenta en la contraportada el siguiente texto:

“Eres un racista, Sí, tú. Lo eres tú… y lo soy yo. Lo somos todos. Ya va siendo hora de que dejemos de engañarnos a nosotros mismos porque todos tenemos en mayor o menos medida, algo de racistas”.

Gracias, pero no, gracias. De entrada, pongamos sobre la mesa la discusión sin ponernos sensibles, por favor. Hernán es una persona blanca que muy probablemente no ha estado sujeto ni ha sido atravesado por violencias racistas ni en su vida ni en su cotidianidad. A la hora de postularse a un puesto de trabajo, o cuando camina por un centro comercial, e incluso al momento de pedir un café no es algo que encuentre presente. Y es que el punto aquí no es que hable del tema, sino, cómo desde su privilegio opera y reafirma que, gracias a su capital cultural y social, puede no sólo hablar sobre una problemática, sino también monetizarla y obtener un beneficio de ella.

Nos topamos pues, con una usurpación y ocupación de espacios de lucha, mismo que a las personas activistas racializadas, les ha costado medianamente ganar y construir, pues llevan teorizando y luchando por erradicar de la sociedad mexicana el racismo en todas sus formas. Incluso mucho antes de que el antirracismo fuera “trendy”.

Además, el antirracismo woke, se basa principalmente en un proyecto mestizo, en donde a las personas indígenas se les coloca dentro de una narrativa que deshumaniza y donde su existencia se romantiza. Pareciera que se les permite existir como un accesorio y, además, existen solamente en función a lo folklórico, se les concibe como ciudadanos de segunda. De distinta manera, pero con las mismas consecuencias, también se invisibiliza, se segrega y se cancelan a las poblaciones negras, asiáticas y musulmanas que forman parte de México.

Aunado a todo ello, la socorrida frase “es que todas las personas mexicanas tenemos algo de indígena y español porque mi abuela, bisabuela, etcétera” con la cual se les pretende incluir, solamente refuerza el discurso tokenista del que se valen últimamente quienes han sido señalados de enunciar y ejecutar discursos y acciones racistas.

Pero la cosa cambia cuando lo ven desde afuera, cuando se extranjeriza el problema. Un claro ejemplo fueron las críticas y comentarios en torno al trabajo de Bong Joon-ho, cuya forma de retratar las desigualdades entre la población coreana, convierte al filme “Parasite” en una masterpiece. O como cuando lamentaron la muerte de George Floyd (q.e.p.d.) y se pronunciaron en contra del racismo en Estados Unidos, el cual, dicho sea de paso, encuentran como “intolerable”, al tiempo que ignoran las problemáticas cercanas.

En México, se elige no entender qué es el racismo. Se opta por ignorarlo. Parece canción, pero para que se aclare de una vez y dejemos de repetirlo jóvenes, señoritas, señoras y señores: el racismo inverso NO existe, la palabra whitexican no es racismo y mucho menos se debería comparar con un genocidio. Una plana de eso de lunes a viernes. Sí, Nuevo Orden es una película que perpetúa discursos clasistas y racistas. Sí, el racismo en México también mata; y le pasó a Giovanni, un trabajador de la construcción racializado asesinado a golpes por la policía, bajo el pretexto de “no llevar cubrebocas”. Y, además, ha cobrado y sigue cobrando la vida de varios activistas que defienden sus territorios.

Es necesario no poner en el centro de la reflexión de la lucha antirracista a las personas blancas. Soltemos las discusiones y enunciaciones que hemos repetido hasta el cansancio y mejor concentremos nuestros esfuerzos en organizarnos frente a las consecuencias de las acciones racistas.

El asunto del racismo es que es una estructura que va más allá de la voluntad de las personas que se benefician del mismo, el discurso repetitivo que tanto se mueve en medios de comunicación, hoy por hoy resta sentido y banaliza una lucha de siglos, que aún en pleno 2020 parece no haber ganado terreno en la agenda pública. Por eso hoy más que nunca, a propósito de la sentencia de Hernán, que nos propone asumir que “todas y todos somos y hemos sido racistas” repetimos hasta el cansancio que “no basta con no ser racista, es necesario ser ANTIRRACISTA”