En uno de los episodio más emblemáticos de la serie animada “Los Simpson”, Homero Simpson es acusado por el presentador de noticias Kent Brockman de robarse un submarino atómico y lo acusa de ser un comunista, lo que a su defensa su padre Abraham en un claro episodio de demencia senil responde con una sarta de adjetivos que lejos de ayudar a su hijo terminan por descalificarlo y termina con la famosa frase “mi Homero puede ser comunista pero nunca una estrella de porno”. En este sentido, lo mismo ocurre con quienes descalifican a Andrés Manuel aduciendo que es un comunista y terminan por utilizar argumentos tan contradictorios que terminan sin sentido al igual que los dichos del abuelo Abraham Simpson.
Resulta curioso que de entre todos los defectos que bien pudiera tener el abanderado por la Coalición “Juntos Haremos Historia”, sus críticos se ensañan en acusarlo de ser un comunista de la vieja usanza y de querer implantar el fracasado modelo “bolivariano”, replicando el discurso predominante para descalificar a los candidatos y políticos que luchan por agenda progresista (sólo hay que ver las campañas negras en contra de Gustavo Petro en Colombia, de Alejandro Guillen en Chile, o hasta de Bernie Sanders en los Estados Unidos). Sin embargo cuando se analiza la agenda y el discurso de AMLO, no es difícil dilucidar que sus propuestas lejos de replicar la política “castro-chavista” de la que tanto lo acusan, se perfilan como acciones altamente liberales y que bien podría considerarse como una contradicción al extremismo radical de izquierda que supuestamente personifica.
Para botón de muestra está la propuesta de reducir la abultada nómina burocrática del Estado, o lo que Andrés Manuel ha llamado “Un gobierno faraónico”, inclusive Carlos Urzua quien sería su eventual Secretario de Hacienda declaró en el Wall Street Journal que tenía la consigna de reducir el gasto burocrático en 500 mil millones de pesos (un objetivo de ahorro de cerca del 2 por ciento del PIB anual). Contrario a lo que dictaría el supuesto de izquierda que basa el funcionamiento del Estado en una pesada burocracia, AMLO propone lo opuesto, su reducción; termina por aplicar uno de los conceptos más básicos de la Nueva Gestión Pública (NGP) que por definición es liberal (y hasta considerado un término de “derecha”), y que nace de la teoría de la administración de las organizaciones privadas como bien lo plantearían Osborne y Gaebler en su clásico “La reinvención del gobierno, la influencia del espíritu empresarial en el sector público”. De hecho, si hay un gobierno que se ha caracterizado por aumentar el gasto en burocracia de manera desproporcionada ha sido el de Enrique Peña Nieto, el cual para este año gastara en burocracia más del doble que de inversión pública.
Después, se acusa al tabasqueño de atentar contra el libre mercado, los empresarios, y de querer imponer una economía mixta que va ocasionar un cataclismo como en Venezuela. Dicha acusación representa una doble falacia, primero porque los empresarios que lo acusan de esto, son irónicamente quienes han obstaculizado el libre mercado al imponer monopolios artificiales en base a una desproporcionada relación de cercanía con altos funcionarios del gobierno (el famoso “capitalismo de cuates”), y que tanto han afectado al consumidor final como bien ha denunciado Benjamin Cokelet del centro de pensamiento PODER, Tod Van Gunten de la Universidad de Edinburgh, o Alejandra Salas Porras de la UNAM. México carece de una verdadera libertad de mercado reflejado en el pésimo lugar que ocupa en el índice de Libertad Económica del Instituto Fraser; la regulación del Estado para mejorar las condiciones de competencia del mercado, el cual ha sido cooptado por una reducida élite económica, es en realidad una forma de impulsar el liberalismo económico (antítesis del comunismo). Valdría la pena recordar que si alguien obstaculizó el libre mercado en nuestro país es el hoy coordinador empresarial de la campaña de José Antonio Meade, Jaime González Aguadé ex presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, señalado públicamente por ocultar información financiera y obstaculizar la labor de la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE).
De igual manera, la acusación de que AMLO es un comunista por querer fortalecer el papel del Estado como regulador, lo cual supuestamente atenta contra la libertad económica vuelve a ser otro argumento sin sentido. Sólo hay que ver cómo funcionan las económicas más consolidadas a nivel internacional para darse cuenta que una mayor presencia del Estado no representa una regresión para el mercado, ejemplo de ello son los países con un capitalismo de tipo continental (Alemania o Austria) o de tipo social-demócrata (Finlandia o Noruega), en donde la presencia de un amplio Estado Benefactor no impide que sean de las economías más libres del planeta. La presencia de un Estado Social es tan importante como la libertad económica, que incluso se considera jurídicamente dentro del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea y en la Carta de Derechos Fundamentales de dicha unión.
Se le acusa de comunista a pesar de haber descartado la creación de nuevos impuestos y un alza real de los gravámenes existentes (inclusive su reducción en la Frontera), lo cual resulta contrario a cualquier aspiración de gobierno de corte socialista puesto que la política fiscal es lo que sostendría al Estado comunal. Se le acusa de comunista a pesar de pugnar por la modernización del Tratado de Libre Comercio que sería la máxima representación del liberalismo económico en México. Se le acusa de comunista por plantear una “neo sustitución de importaciones” cuando dicho modelo es utilizado hoy en día para potencializar complejos altamente industriales y tecnológicos como Sillicon Valley en los Estados Unidos o Bangalore en India, y que fortalecen las ventajas competitivas del mercado.
En fin, las acusaciones de que Andrés Manuel es un radical de izquierda difícilmente cesan a pesar de lo contradictorias que estas resultan. Hay muchas cosas por las cuales se podría criticar al candidato de Morena y que pueden llegar a ser completamente validas, pero acusarlo de marxista, leninista, estalinista y cuantos más adjetivos quepan en la denominación de comunista es por demás errado. Aunque para sus detractores da igual, AMLO siempre será comunista pero quizás no estrella porno.
El autor es doctorante en Política Social en la Universidad de Edinburgh
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