¿Por qué importa que la Iglesia católica declare beata a una mujer? ¿Qué relevancia tiene esto para la historia actual? Fuera de la población católica, ¿por qué habría de importarnos?
Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) fue madre de 9 hijos en una de las épocas más inestables de México. Las dictaduras prosperaban y los caudillos mataban a su antecesor y eran asesinados por sus sucesores. La Iglesia sufría una bonanza de protección porfirista (florecimiento de la religión como un tercer estado) para luego vivir una tormenta de persecución de la cual no se ha rehabilitado completamente. El mundo se debatía en guerras y posicionamientos económicos intensos. Entre un contexto desafiante para una mujer de provincia, Concha (o Conchita, como la llamamos cariñosamente quienes la queremos), decido hundirse en la oración y comienza a tener encuentros con Dios. Encuentros tan cercanos que se convierten en palabras y las palabras en actos. No se piense en Concha como en una loca que recibe mensajes de otro mundo. Es una mujer del mundo, plantada en una realidad social, que decide buscar algo dentro de ella.
No es una monja (aunque siempre anheló serlo) sino una mujer, madre, ama de casa y esposa, después será viuda. No es influyente. Aunque proviene de una familia de prestigio en San Luis Potosí, no es una persona con una fortuna personal. Sería lo más cercano a una clase media alta de la época. Lo relevante es que fue una mujer tocada por Dios (en todos los sentidos). Dicen que era muy alegre aunque ella se imponía unas severas mortificaciones. Lo daba todo para los demás y en la humillación encontraba consuelo. Más allá del milagro que se logró por su intercesión, lo interesante es que fue una mujer que sabía amar y se sabía amada.
Su fe y su voluntad la llevaron a construir, por obediencia divina, la Espiritualidad de la Cruz, fundamento teológico de las Obras de la Cruz; movimiento religioso católico cuyo propósito es que todos seamos santos, seamos monjas, curas, obispos o laicos, seamos santos y esto no es otra cosa que vivir con intensidad nuestra cotidianidad, haciendo el bien y amando sin restricciones.
No se piense en Concha como la tradicional señora piadosa de la Iglesia. Era apasionada y defendía con inteligencia sus intereses. Padeció los infortunios de la revolución y de la persecución religiosa. Servía, con mucha acción, a los intereses del bien común y servía, con profunda devoción, en el espacio místico. Conoció los claroscuros de la Iglesia y amó a sus adversarios.
Este sábado será proclamada beata una mujer que con pocos estudios logró escribir, a mano, 66 volúmenes con tesoros inimaginables de teología mística y 58 libros que todavía son referentes de profundidad y sabiduría. Lo que más inquieta de Conchita es lo incomprensible: una mujer es elegida por Dios para enviar un mensaje de santidad. Una mujer provinciana, en tiempos del patriarcado salvaje; elegida por Dios, en tiempos de anticlericalismo y liberación socialista (el dogma entendido como obstáculo del progreso); para enviar un mensaje de santidad, en un momento en donde la liberación política acompaña la sexual y los estamentos sociales se diluyen (los hacendados son despojados de todo y los guerrilleros se vuelven revolucionarios y luego honorables generales). Si estas paradojas no son suficientes para reconocer su valentía, puedo decir que no son pocas las personas formadas en esta espiritualidad que han logrado entender la vida de una forma distinta, la vida en el espíritu como una responsabilidad espiritual y social. Preclaro ejemplo el de Javier Sicilia, poeta y autor de una biografía de Concha que nos presenta su lado más humano y seductor.