En el año de 1862 el abogado “socialista” alemán Ferdinand Lassalle escribe su obra más trascendental, tanto que alcanzó el reconocimiento de paradigmática. A este abogado se le ocurrió ocuparse en tratar de interpretar la o las constituciones. En un libro sumamente sencillo y corto Lasalle logra su objetivo.

Tratando de no ser irresponsable y hacer un pequeñísimo resumen de esta obra clásica del derecho y las ciencias sociales, para Ferdinand Lasalle una constitución no es otra cosa más que una ley que condensa los anhelos de las clases más importantes que conforman una sociedad, esta ley debe representar tanto los usos y costumbres de un pueblo, como también los distintos intereses y las reglas que toda una nación debieran seguir para convivir adecuadamente y alcanzar su desarrollo.

Una constitución es pues una ley que debe orientar a todas las demás que conforman el aparato jurídico de una nación, debe ser superior y plasmar no solamente los intereses y el acuerdo o “contrato social” que cohesiona un país, sino derechos fundamentales del individuo, independientemente del régimen político que ostente el país, ya sea, monárquico, republicano, federalista, etc., etc., etc. Así, la constitución debe adquirir una dimensión de “sacralidad”, pero atinadamente apunta Lassalle que no debe ser exenta a reformarse o de plano a reescribirse.

En el desarrollo del libro, Lassalle apunta que las “clases” y los intereses de éstas representadas en una constitución alcanzan el término  y se convierten en “factores reales del poder”. Estos factores de poder están en lucha constante por dominar a los demás. Para Lasalle el hombre vive en medio de “oportunidades naturales” que no sabe aprovechar, y entonces, el acuerdo, la constitución debe marcar los parámetros racionales para hacer valer dichas oportunidades.

Entre líneas Lassalle nos deja entender que el mal, los abusos, el crimen y demás características del ser humano son también un factor real del poder que se encuentra pulsando constantemente generando malestar en la sociedad.

Si bien ya se habían escrito anteriormente a ¿qué es una Constitución? muchos tratados al respecto, Lassalle recoge esos conceptos y los acomoda, desde un método inductivo, pero también dialectico (era socialista), incluso si usted quiere dicotómico. El resultado es una especie de guía práctica de cómo hacer una constitución y a su vez entender específicamente su esencia y alcance.

El principal aporte del libro es la atinada idea y señalamiento que en un país o nación existen DOS CONSTITUCIONES OPERANTES, son simultáneas. Una que se encuentra escrita y que de ella se construye todo un marco jurídico (Estado de Derecho); y otra que no está escrita pero que es aplicada por los distintos factores reales del poder.

O sea, para Lassalle esa “otra” constitución, la no escrita, opera desde los usos y costumbres de un pueblo, y lo mismo puede respetar la constitución escrita o actuar entre los espacios que ella permite, o de plano haciendo caso omiso al derecho público escrito, validando, por ejemplo el principio fundamental del derecho de que para el individuo todo lo que no este escrito en la ley es permitido pero no para el Estado. Ahora bien los que dominarán y/o harán válido el dominio sobre los demás en esta constitución no escrita, serán los factores reales del poder con mayor peso, entiéndase, el rey y o el gobierno y la clase burguesa.

Hoy que “celebramos” el día en que se promulgó la Constitución PÓLITICA de los Estado Unidos Mexicanos, aquella que se terminó de escribir en 1917, más que nunca están presentes los conceptos teóricos de Ferdinand Lassalle.

Y en el espacio y la agenda pública se siguen reproduciendo a manera de reclamo la construcción de un verdadero Estado de Derecho. Las posiciones al respecto son dos, o reformamos el pacto social, el contrato social o de plano lo volvemos a escribir. Coincidentemente, nos encontramos en la construcción de un “constituyente” para que se escriba la constitución de la CDMX.

Es obvio cuando lo vemos desde la perspectiva o el marco teórico de Ferdinand Lassalle que en México existen aparentemente dos constituciones, la escrita y la que no lo está. Pero en realidad, después de 216 años de intentar construir un país, una nación, con cualquier cantidad de “cartas magnas”, nos encontramos que no hay dos constituciones sino muchas. En este México cada quien hace su ley, y por ello es un país sin ley, y estoy seguro que los pocos que saben lo que es una Constitución, son eso, bien poquitos.

Atinadamente se observa por muchísimos actores,  especialistas y no en el tema de la construcción de un Estado de Derecho, que se  está pendiente en la materia y de unos meses para acá ya pasamos de ser un país altamente corrupto, a uno IMPOLUTO lo cual explica que seamos disolutos aunque se lea muy obtuso.

Con el experimento de la creación de la Constitución de la CDMX entraremos a eso, a un experimento de probeta para saber si de plano reescribimos totalmente la Constitución de 1917, o si la volvemos a reparchar. Dos posiciones, una nueva y la otra semiusada, pero lo cierto es que las dos acciones que se plantean, históricamente ya las hemos hecho y no funcionan.

Independientemente de que se originen constituyentes para rehacer o modificar, los actores o factores reales del poder omiten constantemente que el error que seguimos reproduciendo y que es hacer algo a lo que nadie, ni siquiera ellos están dispuestos a seguir. O sea cumplir con la ley.

Del tema ya se ha escrito harto, incluso en este espacio, para muestra aquí, aquí también y este otro también.

Es ineludible atender el problema anterior y que fundamenta la generación de un pacto social o contrato plasmado en una constitución. Para que seguir haciendo mitote si sabemos que en éste país NADIE OBSERVA, CUMPLE NI SE ORIENTA POR LA LEY.

Aprovechemos la “oportunidad” que nos ofrece la configuración de una carta magna capitalina para antes de realizarla y conformar un constituyente, MIDAMOS el fenómeno del no respeto a la ley, lo corrijamos, y solo así se pueda producir y concretar un verdadero contrato social coherente a nuestros sentimientos, intereses y demás implicaciones, entre ellas la más importante, el anhelado Estado de Derecho que todos reclaman, para construir algo que siempre se ha considerado una UTOPÍA: un país justo.

Cuando el Jefe de Gobierno de la CDMX y los demás interesados en hacer la nueva constitución midan y solucionen el fenómeno corrupto y la no observación de la ley, sin pensarlo, encontrarán el remedio y el trapito del porqué en chilangolandia jamás, desde los aztecas ha funcionado la policía y con ello podrán conformar una capital más segura.

P.D. Si usted se pregunta para qué recorrer el puente del 5 de

Febrero a lunes, cuando la fecha festiva cae en viernes (cosa que también ocurrió en el pasado 20 de noviembre), no se angustie ni se desgaste en explicaciones disfrazadas de inteligentes y teóricas: pregúntele al SNTE.