I
Hace unas semanas, una empleada de una empresa que repara laptops, en Querétaro, me dijo: “Esto de la pandemia es como la ruleta rusa”. Ella lo decía al mismo tiempo en que colocaba una hoja trasparente sobre el teclado de mi lap, como protección, poco antes de revisar el equipo. La mujer portaba tapabocas, mascarilla, guantes y se aplicaba constantemente alcohol en gel. Le pregunté por qué tantas medidas de seguridad e higiene. Esto me explicó: “Hemos tenido experiencias cercanas tanto leves como graves. Personas de la familia que se han ido y otras que no, algunas por fortuna se han recuperado...”
El panorama de salud pública, hoy, nos lleva a plantear muchas preguntas: ¿La epidemia-pandemia nos ha enseñado a valorar la vida, al medio ambiente, al planeta en su totalidad? ¿Nos ha invitado a valorar a la naturaleza y su complejidad, pero sobre todo nos ha conducido a revalorar la convivencia social y a aquilatar eso que llamamos, en términos amplios, “lo social”? ¿Hasta qué punto esta enfermedad del Covid-19 es un fenómeno natural? ¿Las dinámicas sociales la han convertido en un fenómeno natural-social? ¿Cuáles son las regularidades que permiten hacer predicciones acerca del comportamiento de la enfermedad? Las ciencias médicas, hoy, indican que hay incertidumbre y escasa información tanto en los procesos de prevención como en el tratamiento de la misma, en vista de los casos que se han presentado, mismos que no obedecen a un patrón único o definido sobre el curso de la enfermedad. Parece ser que el abordaje clínico y hospitalario es más del tipo “estudios de casos” que de manera estandarizada.
De cualquier modo, la crisis sanitaria de los años 2020 y 2021, cuyos efectos serán prolongados sin duda, nos lleva a reflexionar acerca de la vulnerabilidad humana frente a las nuevas condiciones naturales y sobre los riesgos que traen consigo las mutaciones de los virus y demás patógenos. Nos plantea también, quizá, más dudas que respuestas certeras. ¿Somos seres biológicamente estructurados, pero vulnerables, y socialmente limitados? ¿Se han puesto al desnudo las capacidades científicas y tecnológicas, en el mundo entero, para combatir estos fenómenos naturales-sociales del tiempo actual? ¿Cuáles son los alcances de las capacidades institucionales, públicas y privadas, para contender esta epidemia- pandemia?
En fin, me pregunto: si los sistemas de salud (sobre todo la capacidad hospitalaria) están a punto de colapsar, en México y en el mundo ¿cuáles son los escenarios inmediatos y de futuro que se proyectan y qué medidas tomaremos, como sociedad, para evitar que la peligrosa enfermedad se generalice? ¿Tendríamos que esperar a la solución que han planteado los epidemiólogos y médic@s en las mesas de expert@s? En el sentido de que se tendría que dar la “inmunidad de rebaño” para ver el fin de esta crisis (ello significa que se tendría que enfermar entre el 70 y el 80 por ciento de la población). ¿Así será esto?
II
La probabilidad de que las personas, aparentemente sanas, contraigan la enfermedad del Covid-19 es baja, si se toman las medidas indicadas por el sector salud. Ese hecho, quizá, ha llevado a mucha gente a excederse en confianza; a no creer en los altos riesgos de la enfermedad. En México, un país con más de 120 millones de habitantes, se ha reportado, según cifras oficiales, a más de un millón 500 mil personas o casos confirmados con esta enfermedad, de los cuales entre el 80 y el 85 por ciento se ha recuperado; sin embargo, el resto la cursan o la han enfrentado con cuadros de gravedad. Lamentablemente, se han registrado más de 133 mil fallecimientos en todo el país.
La probabilidad de contagio o transmisión depende de diversos factores: Índice de movilidad de las personas en las ciudades grandes y pequeñas; participación de los gobiernos y la sociedad en las campañas del sector salud para prevenir o contener la epidemia-pandemia; qué tanto se multiplican, o no, los cuidados de las personas, de las familiares, de los grupos cercanos y se aplican las medidas que establecen a nivel de la organización social en general.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS o WHO, por sus siglas en inglés), “La mayoría de las personas (alrededor del 80%) se recuperan de la enfermedad sin necesidad de tratamiento hospitalario. Alrededor de 1 de cada 5 personas que contraen la Covid-19 acaba presentando un cuadro grave y experimenta dificultades para respirar. Las personas mayores y las que padecen afecciones médicas previas como hipertensión arterial, problemas cardiacos o pulmonares, diabetes o cáncer tienen más probabilidades de presentar cuadros graves. Sin embargo, cualquier persona puede contraer la Covid-19 y caer gravemente enferma...” (1)
Cómo se ha podido observar durante los casi 10 meses en que se ha desarrollado la epidemia-pandemia, la sociedad ha sido notablemente repelente a los llamados de las autoridades federales y locales. Le llamamos coloquialmente “el llamado a misa”. A pesar de que cada uno de nosotros hemos tenido la triste noticia de personas fallecidas, que pertenecían a nuestro círculo social más cercano. Eso significa que no se ha aprendido suficientemente, en “lo social”, de qué trata esta enfermedad: No se han suspendido reuniones multitudinarias, eventos sociales, etc., y en ellos no se han usado, de manera estricta, los accesorios de prevención y protección adecuados.
¿Hay una baja valoración de la salud y de la vida por parte de quienes trasgreden las indicaciones sanitarias de las autoridades federales y locales? Como sucede con diversos fenómenos sociales, me parece que la respuesta tiene que ver con las creencias vagas, como lo señalé antes, pero también con la educación informal que se lleva a cabo en los hogares. Sin embargo, el fenómeno de la “rebeldía social” ante los llamados de los gobiernos a “quedarse en casa”, obedecen a factores educativos y socio culturales, cuyos procesos son complejos. Además del factor económico, claramente objetivable: la necesidad, evidente, en la mayoría de la población, de obtener un ingreso en el día a día. Se ha hecho popular la frase callejera que dice: “Prefiero morir de Covid que de hambre”. De ese tamaño es la tragedia social, hoy.
III
Una de las preguntas y respuestas básicas que aborda la OMS señalan lo siguiente: “¿Pueden los niños o los adolescentes contraer la Covid-19? Las investigaciones indican que los niños y los adolescentes tienen las mismas probabilidades de infectarse que cualquier otro grupo de edad y pueden propagar la enfermedad. Las pruebas hasta la fecha sugieren que los niños y los adultos jóvenes tienen menos probabilidades de desarrollar una enfermedad grave, pero con todo se pueden dar casos graves en estos grupos de edad. Los niños y los adultos deben seguir las mismas pautas de cuarentena y aislamiento si existe el riesgo de que hayan estado expuestos o si presentan síntomas. Es particularmente importante que los niños eviten el contacto con personas mayores y con otras personas que corran el riesgo de contraer una enfermedad más grave.”
La apertura de escuelas y el regreso a las condiciones de enseñanza presenciales, sin duda, aumentarían la probabilidad de que niños, jóvenes y adultos sean potenciales enfermos y transmisores del virus. Pero al mantenerse los recintos escolares cerrados, los riesgos de aumentar los índices de rezago educativo aumentan. Gran dilema. ¿Los factores económicos y socio culturales terminarán por imponerse a las recomendaciones de especialistas de la medicina y de los y las profesionales de la salud?
Dejo hasta aquí sólo algunas reflexiones y cuestionamientos breves en torno a las valoraciones que observo acerca del Covid-19 y la vida. Cuídense. Salud.
Fuente consultada:
(1) https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019/advice-for-public/q-a-coronaviruses
jcmqro3@yahoo.com