Podría imaginárselo vistiendo el sayo franciscano ante un antifonario en una atmósfera de beatífica serenidad. De ahí parece venir cuando sale al teatrillo de la política y pareciera entonces que todo le queda grande, el traje, el atril, la sala, el texto, el público. Pero ahí se planta sin más, habla y razona con voz susurrante, balsámica, sin bramidos, ni señalamientos, sin frases altisonantes y lapidarias al uso en política. Él es servidor público por vocación; a mucha honra. De ahí debe venir el hecho diferencial: el discurso sosegado, con argumentos capaces de sofronizar los oídos y los cerebros de la audiencia, mejorando la realidad, quitándole sus asperezas, fijándola no en lo malo y lo peor, sino en lo bueno hecho y por hacer. En este país de héroes y caudillos polvorientos, de chalanes y encantadores de serpientes, él es la encarnación del antihéroe.

El corredor de fondo. Y aunque tiene genes del PRI y del PAN, y mucha trayectoria a la sombra de ambos, su estilo es inédito; no tiene precursores. Lo que hoy es posible, razonable y objetivo es el  sostén de su identidad, el territorio en que desarrolla su pensamiento y su trabajo, sin más herramientas que el conocimiento de causa y la determinación.

Lo realmente extraño en José Antonio Meade, es que esté en política. 

Pero así es, aunque no se le note mucho, y en eso marca la diferencia. Nadie levantaría la voz contra él sin sentirse mal, porque el Secretario de Hacienda vive sin enojo, y en todas las manifestaciones de su persona muestra la fortaleza del hombre a quien, por mucho que se pretenda, no es posible ofender; la tranquila fortaleza que desconcierta y, a la vez, invita al respeto. Y es por eso mismo que de momento ha superado sin quebranto las turbulencias de la primera mitad del año. Y por eso también hará lo propio en lo que le dure el cargo, sin demorar los tiempos, con la firmeza y discreción habituales.

Por todo esto, José Antonio Meade cae bien. Nadie tiene mejor cualificación que este funcionario que ya ha pasado por varias Secretarías en dos gobiernos alternos y conoce bien todos los entresijos del poder. Solo le sobran dos problemas que se llaman PRI y PAN.

Se especula mucho sobre sus ambiciones, se le pregunta con insistencia. Y, como es obvio, Meade calla. Qué va a decir, pues. Un hombre cauto como él nunca se precipitará ni dará un paso en falso. No se moverá mientras no tenga las cosas bien amarradas. ¿Qué si no? ¿Presentarse por el PRI para perder y con ello relegar sus altas responsabilidades en la función pública? No parece aconsejable ni deseable. Más razonable será presidir el Banco de México, algo que no tropezaría con demasiadas objeciones y, mientras tanto, esperar a que escampe. ¿Qué más? ¿Presentarse por el PAN contra su actual empleador, como candidato de esa indescifrable madeja llamada frente amplio, cuyo fin declarado es echar al PRI del gobierno? O presentarse como candidato independiente intentando aglutinar a quienes rechacen siglas partidarias. Peor aún. O negociar en la sombra alianzas no declaradas, enviando al PRD al cuarto de las escobas y volver a la “realpolitik” que el PRIAN ya ha sabido practicar en el pasado cuando las cosas se ponían bravas. Feo asunto para un Meade. O salir por el PRI para ganar en una operación suicida, con una campaña centrada en su persona, con un PRI despriizado, disfrazado de opción convergente, apelando a quienes quieran superar el partidismo. Tan impensable como ridículo. Más bien parece que el  partido del gobierno necesitará un candidato para quemarlo en una derrota con honra. Alguien dispuesto al holocausto personal, sin nada que perder ni entusiasmo por la idea de ganar. Nombres sobran.

El corredor de fondo entiende los tiempos. Por eso sigue ahí, en lo suyo, con su agenda repleta y su impasible sonrisa. Todavía le quedan tareas difíciles que resolver para mejorar las cuentas públicas, que siguen descabaladas. En la situación de volatilidad actual derivada de la renegociación del TLCAN, cualquier cosa puede suceder. El saneamiento de las estructuras del estado es, por tanto, cuestión prioritaria que no admite demora. México tiene que generar confianza y Meade es el hombre para eso. Dejémoslo trabajar y pensemos en otra cosa.