Soy de los que piensan que el Presidente Andrés Manuel López Obrador y su gobierno se ha visto erráticos, dubitativos y desconcentrados ante la pandemia del coronavirus. También soy de los que esperan que, en lo general, su estrategia sea acertada y que los daños de la pandemia sean los menos posibles para este México ya de por sí convulso.
No sabemos exactamente por cuáles razones el gobierno de López Obrador no ha dictado medidas nacionales, firmes e inequívocas, para contener la propagación del coronavirus, como la cuarentena absoluta, el cierre de aeropuertos, la suspensión al mínimo de las actividades en las oficinas públicas, el cierre de restaurantes, etcétera. El Presidente dice que no lo ha hecho, porque quiere proteger a la gente que vive al día; y tiene razón en preocuparse por los más pobres.
En fin, lo que aquí quiero señalar es que, entre el 27 de febrero, fecha en que se anunció el primer caso de coronavirus en México, y el 23 de marzo, día en que los casos de contagio llegaron a 367 y la OMS declaró que el país entró a la fase 2 de evolución de la pandemia, es decir en un lapso de poco menos de un mes, el Presidente López Obrador ha perdido, real y simbólicamente, buna parte del poder enorme que ganó en las elecciones de 2018.
Maquiavelo decía que el Príncipe debe tomar las acciones que le den al pueblo tranquilidad o consuelo ante la zozobra. Hobbes decía que la imagen del poder es más importante que el poder mismo, sobre todo en situaciones de miedo e incertidumbre. Pues bien, ante la gran preocupación social por el coronavirus, López Obrador no tomó decisiones para tranquilizar al pueblo y, ante ese vació, se le adelantaron gobernadores, presidentes municipales, el Poder Judicial, el Congreso de la Unión, el INE cerrando módulos de atención, universidades y mucha, mucha gente por iniciativa propia, que pusieron en marcha medidas para contener la pandemia, medidas que en otros países fueron adoptadas por los presidentes o primeros ministros.
Llamados enérgicos a quedarse en casa, revisiones estrictas en los aeropuertos, suspensión de clases inmediatas, cierre de restaurantes, bares, cafés, gimnasios, eso y más lo pusieron en marcha gobiernos locales, organismos autónomos, los otros Poderes Federales, ante la tardanza del gobierno de AMLO; vaya, hasta toque de queda decretó el municipio de Nacozari. Incluso, gobiernos de MORENA, como los de Veracruz, Puebla y la Ciudad de México, ante la presión de sus poblaciones, tomaron medidas de este tipo antes que el gobierno de la República.
Podría interpretarse esto como una especie de descentralización del poder, del poder enorme que desde el 1º de julio de 2018 AMLO ha concentrado en sus manos. Los gobernadores se cuadraban, los presidentes municipales hablaban, los otros Poderes Federales no tomaban decisiones contrarias a Palacio Nacional, gobernantes locales de MORENA ni chistaban ante las directrices de AMLO, los empresarios no se atrevían a disentir públicamente; incluso en situaciones difíciles a lo largo de este año y medio, todos estos actores preferían ser prudentes antes de resistirse o rezongar.
Pero ante la duda o la inacción del gobierno de López Obrador, esos actores se empoderaron y dieron un salto cualitativo. El panorama de calles semivacías, plazas desoladas, escuelas cerradas, lugares de reunión sin gente, en estos días de miedo ante la pandemia, obedecen en gran medida a decisiones de poderes distintos al del Presidente. No es cosa menor, puede implicar un cambio en las relaciones de poder de la República, toda vez que los otros poderes, hasta ahora sometidos o auto contenidos, olfatearon las tribulaciones del Gran Poder, observaron las dudas y se posicionaron.
No sabemos cuánto durará este posicionamiento de los otros poderes ni qué tanto se va a reequilibrar el juego político, pero una cosa es cierta: la imagen del poder, del gran poder de AMLO, cambió a los ojos de mucha gente que, ante un fenómeno inesperado que causa un miedo casi incontrolable, han observado que otros actores se movieron más rápido, con más empatía. Sobre todo, cambió esa imagen en la percepción de los otros poderes, los cuales tal vez hayan encontrado el camino, si no para desafiar al Presidente, al menos para implantar una arena más equilibrada para la lucha política.