¿Fallaron las estimaciones de Hugo López-Gatell?
Sin duda, se equivocó el subsecretario de Salud. Cometió un error grave: confiar en exceso en los pronósticos de la estadística epidemiológica. No entendió que ninguna ciencia —absolutamente ninguna— es capaz de responder por el futuro.
En su famoso libro La lógica de la investigación científica, Karl Popper cita a un matemático del Círculo de Viena, Philipp Frank: “Sin duda, no es inexacto decir que la ciencia es ‘...un instrumento’ cuya finalidad es ‘...predecir experiencias futuras a partir de otras inmediatas o dadas, e incluso gobernar aquellas hasta donde sea posible’…”.
Pero, sin duda, gobernar el futuro a partir de predicciones científicas es algo que solo muy pocos genios han logrado en la historia de la humanidad.
Probabilidad y experiencia
Científicos preparados, trabajadores e inteligentes como López-Gatell y quienes le apoyan, personas de gran mérito sin duda, pero sin llegar a la genialidad que cambia al mundo a partir de una sola idea, no tenían derecho a darse el lujo de confiar en que la disciplina que dominan les daría instrumentos para anticipar el futuro. Pecaron de ingenuidad.
Para que la estadística realmente logre una proeza de ese tamaño, diría Popper, “las relaciones entre probabilidad y experiencia necesitan aún ser aclaradas”. A pesar del innegable e impresionante avance de las matemáticas, de ese tema —la verdadera naturaleza de las relaciones entre probabilidad y experiencia— sin duda los seres humanos sabemos muy poco.
La estadística epidemiológica, un fiasco
Solo por lo mostrado en las conferencias de prensa del presidente AMLO cada mañana y en las que López-Gatell encabeza por las tardes —también por las críticas que algunos matemáticos le han hecho al epidemiólogo—, llegué a la decepcionante conclusión de que el instrumental estadístico de la epidemiología es muy similar en complejidad al de la economía.
Estudiando economía, específicamente econometría, y más o menos entendiendo la contabilidad de magnitudes macroeconónicas, aprendí que estas ciencias como no sirven para predecir ni siquiera en el corto plazo, entonces realmente no sirven para nada. Algo tan complejo como las relaciones económicas de millones de personas en una sociedad, no puede ser inscrito en modelos matemáticos de ningún tipo, por técnicos que sean, y algunos son increíblemente sofisticados.
Cuando comprendí que la epidemiología es nada más econometría —y no la más exquisita— aplicada a la salud pública, decidí que no iba a confiar en las proyecciones de López-Gatell. Así, de plano.
Me asombra que cientos de miles, tal vez millones de mexicanos hayan creído en las proyecciones del rockstar de la epidemiología. Lo dije en este espacio desde que la pandemia del coronavirus se complicó en Europa y me gané la enemistad de gente simpatizante de la 4T. Pero creo que era obvio que solo por un milagro del azar los pronósticos de muertos y contagiados del subsecretario de Salud iban a coincidir con la realidad. Tal prodigio no ocurrió.
501 muertos en un solo día
Ayer martes, la curva apachurrada de la pandemia dio un salto espantoso: 501 muertos por Covid-19 en 24 horas.
Desalienta todavía más salir a decir, horas después de anunciada esa cifra, como lo hizo el doctor Jorge Alcocer, que el número es tan grande porque se acumularon casos de sospechosos ahora confirmados. ¿Por qué no se dijo con tal claridad cuando se dio a conocer la cifra de 501 fallecimientos?
Por lo demás, la explicación dada por el director del ISSSTE, Luis Antonio Ramírez, contradice a Alcocer, secretario de Salud: se llegó a los 501 casos de personas que perdieron la vida por un retraso en los registros de los estados.
Pónganse de acuerdo, al menos.
Y es que así, con tales contradicciones y justificaciones no se hace ciencia, sino política.
Hace una o dos semanas Lopez-Gatell convenció a Andrés Manuel de que era cuestión de días para domar la pandemia. A nosotros se nos vendió la ilusión de que resultaba inevitable el triunfo del científico en el que confió y por el que apostó el presidente López Obrador. Pero, dijo Keynes —economista que teorizó bastante sobre la probabilidad— ,“lo inevitable rara vez sucede, es lo inesperado lo que suele ocurrir”.
Cada vez que López-Gatell ofrecía con curvas bien dibujadas pronósticos no excesivamente optimistas, sino claramente irreales, recordaba algo que Andrés Manuel me dijo en su campaña presidencial de 2006 —en la que participé— cuando en una conferencia de prensa me preguntaron cuánto pensaba recaudar con aportaciones telefónicas de 30 pesos para financiar las actividades electorales de AMLO. Di una cantidad muy alta y, de inmediato, sentí la mirada de reproche de López Obrador.
Al terminar, Andrés Manuel me dijo: "nunca hagas pronósticos tan alegres, porque si fallan —y siempre fallan— quedas muy mal". Keynes, quien en más de un sentido revolucionó en su época la teoría de la probabilidad, no lo habría expresado mejor. Andrés Manuel no lo recordará, yo no puedo olvidarlo. Una pena que, desde la primera curva aplanada, no le dijo a Gatell que le bajara tres rayitas a su entusiasmo.
Voy a parafrasear algo que escribió Keynes sobre la economía matemática con el único propósito de que le sirva a Hugo López-Gatell para no volver a estar seguro de nada en la siguiente oportunidad que tenga de ofrecer pronósticos en público:
La epidemiología ‘estadística’ es una ciencia, tan imprecisa como los supuestos en los que se basa, que conduce al epidemiólogo a extraviar las complejidades e interdependencias del mundo real en un laberinto de gráficas pretenciosas e inútiles.<br>
Así lo habría dicho Keynes
A pesar de todo, México mejor que muchos otros países
A pesar de las malas estadísticas de Hugo López-Gatell, mienten diarios como Reforma y algunos expertos en matemáticas cuando afirman que a México le ido peor, en la pandemia, que a otros países del mundo.
Conozco muy bien España. No lo digo por presumido, sino porque es un hecho. Mis amigos de aquella nación —personas preparadas, informadas, inteligentes— realmente nos envidian. Allá sí vivieron un infierno. Ese país, mucho más pequeño que el nuestro, ha tenido muchos más muertos.
¿Cómo estamos comparados con Latinoamérica? Bastante bien, si volteamos a ver a Brasil, al que se le han complicado las cosas porque el gobernante, Bolsonaro, nomás no logra entenderse con sus propios epidemiólogos, cuyas proyecciones, como las de todos sus colegas en el mundo, no se van a cumplir porque no es posible que lo desconocido tenga un manejo estadístico con un mínimo de precisión.
Y estamos mucho mejor si la comparación se hace con Argentina o Colombia; el primero de estos dos países, como todos, no puede con la pandemia, pero como pocos ya está en un brutal laberinto económico sin salida; la otra nación, la colombiana, no tendrá un buen futuro político si al tiempo que han bajado los crímenes comunes, han aumentado los de dirigentes sociales.
¿Las otras sociedades latinoamericanas? Son economías demasiado pequeñas y con poblaciones realmente reducidas; así que no tiene sentido tomarlas en cuenta en este análisis.
La lección que México le ha dado al mundo
Pero hay algo que ni en Europa ni en Asia —tampoco en América— se ha visto: la solidaridad de un sector completo de los de arriba. No expresada en donaciones, que se agradecen, pero que no comprometen más allá del acto —generoso, sin duda— de donar algún dinero.
Hablo de la solidaridad de toda una industria, próspera y creciente, la de los hospitales privados. Esta mañana se anunció que se extiende un mes más el convenio que el gobierno de la 4T firmó con los propietarios de los centros de salud particulares, muchos de ellos —Centró Médico ABC, Hospitales Ángeles, Médica Sur, San José, Dalinde, Zambrano Hellion— nosocomios sofisticados de calidad mundial.
Los centros de salud privados han entregado la mitad de su capacidad hospitalaria para que se atiendan los pacientes que, por la pandemia, no puedan acudir a los hospitales públicos, muchos de ellos entregados a atender a los enfermos de Covid-19.
Qué gran acuerdo lograron, por parte del gobierno de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador y el canciller Marcelo Ebrard, y por parte de los hospitales privados, los empresarios Olegario Vázquez Aldir, de Grupo Ángeles, y Mario González Ulloa, de Dalinde.
Sin presiones de ningún tipo y al costo fijado por el gobierno, el sector privado dedicado a la salud entregó la mitad de lo que tiene, que no es poca cosa, a la sociedad mexicana de menos recursos.
No es un asunto de solo contar lo bueno, que eso sin contexto puede carecer de sentido. De lo que se trata es de subrayar que, juntos, el sector productivo —en este episodio, el hospitalario— y el gobierno que todo lo quiere cambiar en México, pueden ponerse de acuerdo para apoyar a quienes más lo necesitan.
Un verdadero ejemplo para que otros gremios empresariales, que cuentan con enormes recursos monetarios en sus tesorerías, hagan lo mismo. La IP debe aprender del estilo de liderazgo amable, pero eficaz, de los señores Vázquez Aldir y González Ulloa.
Insisto, se logra más por las buenas que echando pleito a tontas y a locas. Mario y Olegario lo han demostrado.