Jorge Luis Borges dice en su excelso cuento Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. Parafraseemos este dechado de sabiduría y apliquémoslo al todavía joven gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador, a propósito de insurgencia del crimen organizado de Culiacán.

Este es el momento en que el López Obrador Presidente debe saber qué va a ser para siempre. Él, que tiene un agudo sentido de la Historia, sabe que el desafío culichi es de esos que no se pueden esquivar, de esos acontecimientos que marcan la historia de un gobierno, acaso de un pueblo. Su discurso sobre el cáncer de la violencia criminal ya lo conocemos de sobra, unos alaban y otros se mofan de su narrativa, pero, siendo fundamental, el discurso no es determinante en este momento definitorio. Se necesita la acción decidida del hombre de poder.

Tomar decisiones ya, evitar la maldición de las vidas paralelas respecto a Enrique Peña Nieto, quien al no actuar rápido y bien ante la tragedia de Ayotzinapa, dio por terminado su sexenio cuatro años antes. El golpe de timón de AMLO tendría que apuntar a intensificar su apuesta por la supremacía de la política, ya está en una cruzada para separar al poder político del poder económico, ahora tiene que atender el reto sinaloense para que el poder político impere sobre el poder criminal. No es fácil, pero es imperioso, porque si no lo hace se va a desmoronar la formidable imagen de la que hoy goza: y todos sabemos que el poder de un Presidente, para ser efectivo y legítimo, depende enormemente de su imagen, de su buena imagen.

Pero salir airoso del insolente reto del crimen organizado es difícil y el camino está plagado de riesgos que pueden acabar con cualquier gobierno. Por lo tanto, los dilemas de AMLO son válidos, las vacilaciones son entendibles, como lo acuñó Shakespeare en el eterno soliloquio de Hamlet:

“Ser o no ser, he aquí la cuestión. ¿Qué es más elevado para el espíritu, sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar armas contra el piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? ¡Esta es la reflexión que da tan larga vida al infortunio! Temor que desconcierta nuestra voluntad y nos hace soportar los males que nos afligen antes de lanzarnos a otros que desconocemos. Así la conciencia nos vuelve cobardes a todos y así el primitivo matiz de la resolución desmaya con el pálido tinte del pensamiento, y las empresas de gran aliento o importancia, por esa consideración, tuercen su curso y pierden el nombre de acción.”

¿Hombre de Estado o gobernante acomodaticio? Todos quieren pasar a la historia como estadistas. López Obrador ha expresado esa hambre de gloria con más vehemencia que ningún otro Presidente, por eso cabe esperar un relanzamiento de su gobierno en los próximos días, para salvar al país, para darle sustento a la esperanza de la gente, para asegurar la transformación que busca, para erradicar las burlas mordaces, para ahuyentar el fantasma del ridículo. AMLO tiene los elementos necesarios para capitalizar el reto del narco y avanzar en su proyecto transformador, pero si se atrinchera en sus métodos e ideas, si no sanciona la ineptitud infinita de algunos de sus cercanos colaboradores…habría que fechar el fin del sexenio obradorista el 17 de octubre de 2019.

La inacción sería una especie de suicidio político, abrazar la parte lastimosa del dilema del Príncipe de Dinamarca, donde acaricia esta idea: “¿Quién soportaría: los ultrajes y desdenes del mundo, los agravios del opresor, las afrentas del soberbio, los tormentos del amor desairado, la tardanza de la ley, las insolencias del poder y los desdenes que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete?”