No hay nada más difícil de emprender, más penoso de conducir o más incierto en su éxito que introducir un nuevo orden de cosas, porque el innovador tiene como enemigos a todos aquéllos que han prosperado en la vieja situación y sólo como tibios defensores a los que pueden beneficiarse de la nueva.
Nicolás Maquiavelo<br>
Es debatible por qué la mayoría de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación decidió declarar constitucional la consulta para juzgar no sólo a los expresidentes, ampliando la pregunta a los distintos actores políticos. El punto importante es que la última palabra la tiene la Suprema Corte y los juicios sobre sus decisiones son, por supuesto, tema de análisis, de reflexión, de apoyo y de crítica. Con todo, estos juicios no tienen relevancia jurídica alguna en el sistema constitucional mexicano. Se trata, en realidad, de ejercicios de catarsis y desahogo emocional, pero no irán más allá de eso.
En el imaginario colectivo la figura del presidente López Obrador se ha fortalecido rumbo a las elecciones del 2021. A estas alturas mucho indica que la 4T no va por mantener lo que ganó en el 2018, sino por ampliar su mayoría tanto en la Cámara de Diputados como en gran parte de las gubernaturas que estarán en juego. A mayor avance más resistencias que se expresan en los medios de comunicación y en las redes sociales. En otras circunstancias, un presidente que hiciera lo que lleva a cabo López Obrador- el cambio de régimen- ya hubiera tenido un sinnúmero de frentes abiertos y riesgos de ingobernabilidad.
Hoy no hay visos de que eso suceda, la inmensa mayoría- que nunca ha tenido nada- ve a López Obrador como uno de los suyos y siente una interna satisfacción, con razón o sin ella, de que cambien los beneficiarios del régimen político tradicional en México. Es precisamente por esa razón, por el posicionamiento del presidente que el tema de la consulta genera escozor porque involucra indirectamente al titular del Ejecutivo Federal en las elecciones intermedias y locales del año entrante. Cabe recordar que en el sexenio pasado a partir del escándalo de la “Casa Blanca” el expresidente Enrique Peña Nieto fue convirtiéndose más en un pasivo que en un activo. Exactamente al contrario de lo que sucede ahora donde hay una narrativa contradictoria de los detractores presidenciales: Por un lado, afirman todo lo malo que es el presidente y lo mucho que su gobierno daña a México, por otro, empero, no quieren que aparezca de alguna forma en la elección del 2021. Si es todo lo que dicen que es, lo lógico sería entonces que la presencia de López Obrador en las elecciones del 2021 sería un antivalor que deberían aplaudir sus detractores, pero no lo hacen porque conocen que los votantes- la amplia mayoría- se siente identificados con el presidente a pesar de los pesares.
La conexión entre el presidente y la mayoría de la población se ha convertido en un muro infranqueable hasta ahora contra todas las técnicas de comunicación política para impactar la línea de flotación presidencial. La espiral del silencio, el pánico moral, las posverdades y las fake news no han podido hacer mayor mella en el clima de opinión en el universo de personas que le importa al presidente, la gran mayoría, quienes son sus electores, quienes lo llevaron a la presidencia de la república. Si con mucho en contra en el 2018, incluidos errores propios del gobierno anterior, triunfó en las urnas, ahora con el aparato de la Administración Pública Federal se convierte en una locomotora que no se ve cómo pararla. Los gobernadores opositores tienen por el propio diseño institucional del Estado una imposibilidad fáctica, constitucional y legal para ganar una batalla contra la Federación. Y cabe recordar que esas reglas no las creó López Obrador, sino que habían sido creadas desde antes.
En este caso, el muro de lamentaciones en los medios es la única arma de los gobernadores contra el presidente, quien está vacunado contra la crítica que recibe de los medios un día sí y otro también sin que ello baje a su amplísimo núcleo duro de electores. Por el lado de los empresarios, los que en verdad pesan en el país, han hecho un ejercicio pragmático y están al lado del presidente y éste con ellos, como el Consejo Mexicanos de Hombres de Negocios y el Consejo Coordinador Empresarial, que tienen una fuerza económica infinitamente mayor que la Coparmex que ha utilizado el camino del desahogo verbal sin beneficios por esa vía para sus agremiados y están fuera de la ecuación gobierno-empresarios por adoptar una postura disruptiva que ha minado la interlocución con el poder político federal. Aquí el punto es que incluso entre la comunidad empresarial no hay una voz unívoca, cada uno ve para su santo, lo que los divide y permite a López Obrador coexistir con los considerados más importantes por todos.
De los partidos de oposición tampoco se puede esperar mucho. No han podido unificar criterios y van por separado, salvo en algunos casos, lo que facilita más el empoderamiento en crecimiento de la 4T. Las elecciones del año entrante serán definitorias para la consolidación del proyecto presidencial y todo apunta a que ello se traduzca en las urnas electorales. Así las cosas.
@evillanuevamx
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