En el número de enero de 2019 de la revista Letras Libres, Enrique Krauze publica un brillante ensayo titulado “El presidente historiador”. En él, Krauze vuelve a enderezar su crítica de siempre hacia Andrés Manuel López Obrador, ahora en una faceta realmente ingeniosa: la posibilidad de la convergencia entre el político y el historiador, entre la política y la historia. A continuación, van algunos comentarios a botepronto.

El historiador rústico. Enrique Krauze critica de forma severa la precariedad de las fuentes de los libros de historia elaborados por Andrés Manuel López Obrador, así como otras deficiencias y sesgos determinantes en su construcción de los períodos históricos. Krauze se centra en el libro publicado en 2014 titulado “Neoporfirismo. Hoy como ayer”, donde AMLO recrea la dictadura de Porfirio Díaz y trata de establecer un paralelismo con los años del salinismo y los gobiernos subsecuentes a finales del siglo XX mexicano.

Punzante, Krauze señala que López Obrador basó el 80 por ciento de su investigación en la obra de Daniel Cosío Villegas. Pero, dice el director de Letras Libres, AMLO no supo retomar el rigor y la metodología de don Daniel, porque acabó dando a la luz un  libro bastante limitado y manipulado para encajar con la visión política del propio AMLO.

Krauze tiene razón en sus críticas sobre la calidad historiográfica del libro del Presidente López Obrador, ni hablar. Sin embargo, la propia argumentación de Krauze entraña la obviedad: AMLO no buscaba el rigor disciplinario del historiador, no se proponía hacer un libro canónico sobre el Porfiriato, sino, precisamente, una pieza propagandística funcional a su visión político-ideológica de la coyuntura que, finalmente, desembocó en su llegada triunfal a la Presidencia de la República.

En otras palabras, la contundencia lapidaria de la crítica de Krauze parece rudeza innecesaria, dado que nadie, o muy pocos, ven a López Obrador como un historiador de calidad. Es decir, tal vez Krauze se toma muy en serio la obra historiográfica de AMLO, cuando ésta podría verse como una serie de acciones y posicionamientos político-ideológicos más cercanos a las ideas-fuerza de su narrativa redentorista que a una pasión por el arte de Heródoto, Tucídides y Plutarco.     

La no tan genial impostura del héroe. Krauze es implacable al establecer que el Presidente Historiador, si bien expresa en sus libros la admiración que siente por Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas, en la vida real da la espalda a la obra de estos próceres porque no honra el republicanismo y el liberalismo de Juárez, tampoco abraza el culto a la legalidad democrática y la defensa de la libertad de Madero,  ni venera la institucionalidad de Cárdenas.

En este pasaje de su ensayo, Krauze vuelve a su arsenal histórico-ideológico para criticar a López Obrador. La crítica es fina y consistente, hace gala de su conocimiento de las épocas de la República Restaurada y de la Revolución Mexicana. Asesta un golpe magistral a la  idea de AMLO de que Juárez debió haber apuntalado una democracia popular, recordando, Krauze, que ni en el México ni el mundo del Benemérito existían referencias fácticas ni teóricas para implementar tal cosa.

Es decir, Krauze tunde a AMLO por pretender aplicar categorías y conceptos del presente a las realidades históricas de Juárez y Madero. Sin embargo, a diferencia de su crítica historiográfica, en este terreno el debate es abiertamente político e ideológico. Krauze es un ferviente liberal, convencido de la democracia sin adjetivos y defensor incondicional de las libertades. Nadie puede estar en desacuerdo con él en lo general, pero la cuestión está en la forma en que se desarrollan los contenidos, los alcances y los significados de las ideas que entroniza.

La batalla ideológica en este terreno está abierta. López Obrador tiene una auténtica disposición hacia la justicia social, en su discurso y su praxis ha acreditado una trayectoria de lucha contra las desigualdades, los abusos del poder y la corrupción. En muchas ocasiones, es cierto, AMLO ha relegado a un lugar secundario el tema del liberalismo, la legalidad democrática y la primacía de las instituciones, pero, de una u otra forma, ha conducido su carrera política dentro de los cauces de la normatividad y la institucionalidad; ello, sin relegar sus objetivos casi místicos de justicia y redención social.

Las formas políticas e institucionales que ha esbozado y practicado para lograr esos objetivos, son en muchos aspectos cuestionables y debatibles, pero eso ya sería tema de otros debates y otros escritos. Lo pertinente aquí, es asentar que el ensayo de Enrique Krauze vuelve a poner en la mesa la cuestión del presunto riesgo que corren las libertades y la democracia en el gobierno de López Obrador. Sus críticas, muchas veces, parecen dirigirse más a la pulsión de justicia social de AMLO que a los rasgos autoritarios o centralizadores que entrañan algunas acciones de gobierno del Presidente.

En el mismo sentido, las ideas que Krauze defiende muchas veces parecen lindar con una suerte de conservadurismo, en tanto que desconfían y descalifican cualquier proyecto social desde el Estado que se salga de la ortodoxia ideológica de un liberalismo que, así concebido, luce rancio y anquilosado. Empero, la postura de Krauze es imprescindible para que la conversación pública se nutra de ideas, de conceptos, de historia y de personajes pensantes.

La profecía que puede autocumplirse de tanto invocarla. El ensayo de Krauze es bastante bueno y recomendable, sea uno seguidor o detractor de López Obrador, sea uno seguidor o detractor del propio Krauze. Sin embargo, como suele ocurrir en tiempos de polarización política como el actual, incluso las buenas reflexiones registran uno que otro traspié como el de la parte final del ensayo, donde Krauze dice:

“López Obrador aspira a ser como Juárez, Madero y Cárdenas, pero sus actos perfilan otro modelo político, otra biografía del poder: mandar desde el principio, encabezar un régimen unipersonal y autoritario, centralizar el mando del país, no compartir el poder con nadie, ser el gran elector, poner y quitar gobernadores, nombrar magistrados del poder judicial, hacer del parlamento un departamento del ejecutivo, confeccionar la lista de diputados y senadores, tejer una red de hombres fuertes e incondicionales en todas las regiones del país, someter a sus adversarios, amordazar a la prensa, manipular las leyes a su modo, instaurar el culto a su persona, practicar el nepotismo, reinstaurar el ritual del “besamanos”, la foto oficial en las oficinas públicas, dejarse ver como un dios en todas partes y dejar que los suyos insinúen la posibilidad de la reelección.”

Calma. Como lo hemos dicho en otros artículos: hay que esperar a ver las acciones concretas del gobierno de López Obrador y las consecuencias que traigan para el régimen político. Tipificaciones como ésta, distraen de la tarea esencial que deben desempeñar los ciudadanos, en especial quienes tienen voz y foro en la República de las letras y la prensa: analizar, debatir, proponer.