La mirada de aquella mujer es dulce como el color miel de sus ojos, la calidez de su sonrisa es una invitación a sentirte en confianza, una leve mueca es suficiente para saber que estás frente a alguien de una sola pieza, honesta, transparente, humana, su rostro esconde muy bien sus más de cincuenta años.
Con una persona así no es difícil tener empatía, sientes que la conoces de hace tiempo, conversar es el camino lógico… al charlar con ella descubrí su gusto por el baile, dice que el bailar le quita lo aburrido al ejercicio, y que al ejercitarse puede permitirse más de algún antojo en otra de sus facetas que disfruta demasiado, cocinar, el baile es el purgatorio de mis pecados, me dice soltando una carcajada.
La plática fluye como tobogán de parque acuático, deslizándose rápido de un tema a otro, igual hablamos del precio de las frutas y verduras, como metemos en el baile a más de un político, en fin, una auténtica verbena la que traíamos.
Este tipo de charlas no están completas sino se hace una parada casi obligatoria en la familia, así que me dice: “tengo dos hijos, una mujer y un hombre, ambos terminaron su carrera, el hombre en ingeniería industrial, la mujer se graduó como abogada, por cierto, recién se casó, por más que le dije que se esperara un tiempo más, pero estaba decidida, así que no quedó más que respetar su decisión”.
Imagino entonces, que eres casada, le pregunto tratando de calmar mi curiosidad, -imaginas mal-, me responde con un tono muy diferente al festivo con el que se había desarrollado la plática hasta entonces, la miro esperando el complemento de respuesta, el cual llega seco como aire de abril, -soy divorciada.
Le ofrezco disculpas por si causó incomodidad la pregunta, ella me mira con esos ojos dulces, sonríe un poco, toma aire y me contesta…
“No tienes que disculparte, no eres adivino, pero es algo que siempre cuesta charlar, tal vez porque irremediablemente viene a la mente el calvario que significó obtener la categoría de divorciada… para muchas personas esa palabras puede traducirse en fracaso, en mi caso es sinónimo de éxito. Te cuento porque igual nunca más te vea e igual porque sirve que hago un poco de tiempo… no sé si haya existido una mujer que se casara más enamorada que yo, con la idea firme de que el matrimonio dura para siempre, que el hombre con el que decides pasar el resto de tus días es el mejor, el más inteligente, el más guapo, el más compresivo, la mejor persona posible para que sea el padre de tus hijos, tu apoyo, tu complemento, tu todo, sí, todo eso y más.”
“Lo conocí en la facultad, no puedo decirte que fue amor a primera vista, pero sí me pareció realmente guapo y simpático desde las primeras platicas que tuvimos, era realmente ocurrente, siempre tenía las palabras adecuadas para ser agradable e interesante, en clase despuntaba, aportaba comentarios a las clases que eran tomados en cuenta por los profesores, así que por más que quisiera no pasaba desapercibido, no pasó mucho tiempo para que me invitara a salir, acepté, como se acostumbraba en ese entonces fue a pedir permiso a mis padres, los cuales accedieron no sin antes recetarle un sermón sobre el respeto, los horarios, ya sabes, todo el rosario que servía como pasaporte”.
“Después de esa salida hubo algunas más antes de que me pidiera, con flores de por medio, que fuera su novia, yo encantada, al borde de la fascinación, su manera de tratarme me hacía sentir que la vida tomaba sentido, no había premio mejor que tenerlo conmigo. Con el tiempo la relación se consolidó y acordamos que al finalizar la carrera nos casaríamos, así fue, un sábado 19 de junio entramos al registro civil por la mañana, para ese mismo día por la noche tener la ceremonia religiosa”.
“Perdón, por tanto detalle, pero es algo demasiado vivo en mi mente, no puedo ocultar que en ese momento me sentí feliz, todo salió perfecto, creo que si me hubiera visto en un espejo podría ver salir de mi cientos de corazones y algunos cupidos rodeándome. Bien pude ser una imagen para el día de los enamorados. La fiesta terminó, la vida de casada comenzó. Apenas regresamos del viaje de luna de miel que hicimos a la playa me dijo que lo mejor para los dos es que me dedicara a estar en casa, que él estaba acostumbrado a comer a las tres de la tarde, le dije que yo había estudiado para ejercer la profesión no para estar de ama de casa, su respuesta fue que con él no me faltaría nada, que confiara, que con esa dinámica saldríamos ganando los dos, acepté para no entrar en conflictos.”
“A los seis meses de matrimonio tuve mi primer embarazo, la felicidad me desbordaba, pero él reaccionó de manera tan indiferente que no tuve más que desconcierto, cuando nació mi hija las cosas en verdad se volvieron complicadas, al grado tal de decirme que solo tenía ojos para ella, que a él no lo atendía, que lo trataba como poco menos que nada, llegó al grado decirme que si no cambiaba se buscaría a otra, lógicamente me asusté, no podía permitirme que mi hombre, ese hombre del que estaba locamente enamorada nos abandonara, así que sin descuidar a Elena, mi hija, procuré dedicarle más tiempo a él, pero mientras más hacia por complacerle menos cálido era su trato, comenzó a ser indiferente, solo hablaba para quejarse, de mí, de la niña del mundo, yo no perdía la esperanza de que viera el amor grande que tenía por él. Pero todo lo que hacía era insuficiente. En una de esas noches que me buscó para hacer el amor, no, no, esa palabra no aplica, lo correcto es para tener sexo, para coger, para usarme, me comenzó a tratar como una cualquiera, está por demás repetir lo que me dijo, pero en verdad me sentí humillada… puedo entender que en el sexo se permita todo, pero que se permita mientras haya consentimiento de ambos… tengo claro que esa noche me embaracé de nuevo”.
“Como podrás imaginarte las cosas no mejoraron, al contrario, fue a peor, él no quería más hijos, así que la culpable del suceso no fue otra persona más que yo, así que la vida en mi casa se volvió un infierno, me repetía una y otra vez que lo tenía en el abandono, que si él me daba techo y comida debía tenerlo atendido, yo solo movía la cabeza diciéndole que sí, me apuraba tratando de multiplicarme para darme abasto a la tarea de atender a mi marido, casa e hijos, así en ese orden, todo eso sin chistar, sin decir palabra alguna. Así fue hasta que un buen día, cuando la presión fue demasiada para mí, le grité que no podía más, que no era su gata ni su sirvienta, fue entonces que sus ojos se inyectaron de rojo, su rostro completo se transformó llenó, de ira, de enojo, las venas en el cuello estaban hinchadas, lo miré aterrada, y sin más, su puño se estrelló en mi cara, una, dos, tres veces, me pateó el cuerpo hasta que se cansó. No recuerdo más, cuando desperté estaba en mi cama, él a un lado mío, poniendo hielo en mi rostro, claro está que la verlo brinqué de miedo, él me miró pretendiendo tranquilizarme, yo no quería que me tocara, no lo quería ver nunca más, cuando le dije que se largara me gritó en la cara que esa era su casa, que si alguien debía largarse era yo, que ni un peso puse para comprar nada… cobardemente me quedé, suena a justificación, sí, pero me daba miedo no poder dar de comer a mis hijos, así que me quedé. Sí, así como lo piensas, fui cobarde y más cobarde porque esa fue la primera de muchas más humillaciones, de golpes, gritos, no se cansó de correrme una y otra vez de casa. Así fue durante muchos años.”
“Por fin, un día me llené de valor, tomé el periódico y busqué empleo, aproveché el que mis hijos estaban en la escuela, tuve suerte, en la segunda entrevista que tuve me contrataron, y se acomodó perfecto, ya que era de medio tiempo, por fin una buena noticia, pero ahora cómo enfrentarlo, cómo decirle que ya no estaré en casa, llegué a casa sin poder quitarme el miedo, sin más, cuando llegó se lo dije, se burló, me dijo que mientras estuviera limpia la casa, con su comida lista, niños limpios con su tarea hecha podía irme a trabajar. Acepté el reto. Eso sí, no quiso prestarme para moverle en los camiones, tuve que empeñar unos aretes que tenía regalo de mis padres, fue la única manera que encontré para poder ir a trabajar.”
“A pesar de que la casa estaba impecable, que siempre había comida y que mis hijos estaban limpios y con la tarea hecha, siempre se buscaba un pretexto para molestar, el último que encontró fue el que yo lo engañaba, que un amigo de él le contó que me había visto afuera de mi trabajo con un fulano, le contesté que eso era una total mentira, se ofendió tanto que me cuestionó el por qué le decía mentiroso, como siempre comenzó a ponerse violento, cuando vio que no caí en su juego me dijo que si no me daba vergüenza ser una puta, al escucharlo casi de inmediato solté la carcajada, uf, lo hubieras visto, me gritó, de mí no te burlas e intentó golpearme, pero esta vez no lo permití, le dije que ni una vez más le toleraría sus golpes y sus humillaciones, al verme entera y valiente, se sintió impotente, así que me gritó, ¡puta! eso eres una puta, de pronto sentí la mirada de mis hijos, que miraban la escena detrás de la puerta, le dije que bajara su tono de voz, pero seguía gritando, hasta que me hartó y le contesté llena odio, si soy puta es por lo poco hombre que eres, que no sabes ni llenar a una mujer, me golpeó de nuevo, pero fue la última vez, porque en ese mismo instante, tomé a mis hijos, un poco de ropa y me salí de esa casa, para no volver nunca más.”
“No pasaron dos días cuando me buscó, sabía que estaría en casa de mis padres, me pidió perdón, me dijo que volviera, se hincó delante de mí para que lo perdonara, me dijo que juraría ante la virgen que nunca más me haría daño, me dijo que le pidiera lo que fuera, fue entonces que le respondí, estás en lo cierto, nunca más me harás daño, porque nunca más estaré contigo y lo único que te pido es que me des mi tranquilidad, a mí y a mis hijos. Muchas veces me rogó, las mismas veces que lo mandé a volar. El divorcio no fue fácil, yo no quería nada de él, pero al final el abogado me hizo entrar en razón que más que para mí, era para mis hijos, al final valió la pena la espera. Mi libertad, mi tranquilidad la obtuve, pero más allá de eso, el saber que puedo valerme por mí, con mis limitaciones, pero aún a pesar de ellas saqué adelante a mis hijos, salí adelante yo.”
En todo este tiempo no interrumpí a Amelia, la miré atento, orgulloso de haberla conocido, de extenderle la mano, agradeciéndole el que con su historia, me hizo mejor persona.
*Pudiera parecer una novela, pero es más real de lo que parece.