Alguna vez se han hecho esta pregunta, de qué es en realidad la muerte, de si hay algo más allá del aspecto físico de ya no estar entre los vivos.
Debo confesar que durante mucho tiempo es algo que rondó mi pensamiento, bueno, siendo sincero la palabra adecuada es me atormentaba el pensamiento, el saber que algún día moriré me llenaba de terror.
Como dicen los abuelos, la única certeza que tenemos al llegar a este mundo es que en algún momento lo dejaremos, pero el saber que algo sucederá no significa resignación al hecho.
Crecemos, o mejor dicho crecí con la idea de la muerte que nos marca la religión, la vida como paso para ganarse un mejor sitio si hacemos los méritos para ello, el cielo, el paraíso…el infierno si no seguimos el camino del bien que nos marca dios. Ese cielo que parece tan cercano, pero tan lleno de burocracia eclesiástica que termina por estar lejano, la perfección es insuficiente para ganarlo.
Pero como es claro, con el pasar del tiempo adquieres tus propias ideas, te das cuenta de que el mundo es mucho más allá de un credo, y el infinito del universo terminó por llenarme de más dudas, de una mayor incertidumbre, llegó a ser tan extremo mi caso que no en pocas veces apenas dormía por el miedo a no despertar, pero el más crudo recuerdo de esta insoportable sensación me llegó cuando me transportaba una tarde en un camión urbano, la distancia que recorría era considerable por lo que era común que dormitara en el trayecto, pero en esa ocasión llegó sin invitación esa idea de mirarme en mi sueño en un ataúd, me miraba pálido, con la flacura que tenía en ese tiempo ahí expuesta, apenas cubierta con una camisa blanca, no sabía si la causa fue un infarto o un camionazo fulminante, solo sabía que estaba más que muerto, ¿han tenido esa sensación de vértigo, de caer sin tener cómo detenerse mientras duermen? Sí, justo como si fueras en la montaña rusa, ese efecto terminó por despertarme de aquella pesadilla, en verdad que el efecto era terrible, tuve que pedirle al chofer que se detuviera de inmediato para bajar de aquel camión, en cuanto puse pie en el suelo vacié el estómago, vomité como nunca, y no, no iba crudo ni estaba en drogas, como podrían pensarlo, solo era mi reacción a ese pavor incontrolable.
La fragilidad que tenemos como especie me contrariaba, no concebía el que con tanto avance científico aún no tuviéramos control sobre nuestra eternidad, un golpe, un virus, son suficientes para acabar con nosotros… o un infarto.
Un infarto como el que acabó con la vida de mi abuelo.
Más allá de la enorme pérdida personal que significó la muerte de Don Salvador, mi abuelo materno, un padre para mí, sucedió algo que hizo que me replanteará mucho de mis ideas acerca de la muerte.
En ese tiempo trabajé en una empresa soldando rines para tráileres y camiones, mi abuelo falleció un domingo, lo sepultamos al día siguiente, o sea el lunes y regresé al trabajo el miércoles de esa misma semana, todo transcurría de manera ordinaria, con mi pensamiento puesto en los objetos a soldar, dado la naturaleza del trabajo siempre se tenía que estar atento, los accidentes ocurrían en cualquier momento, así que desarrollaba mi actividad rutinaria, soldar rines, en eso estaba aplicado siguiendo el punto luminoso que fundía la varilla para fundirse con el metal, cuando de la nada una sensación de frío recorrió mi cuello, de inmediato dejé lo que estaba haciendo, ya que pensé que alguno de mis compañeros me había jugado la mala pasada de ponerme hielo, enojado, quité la careta de mi cabeza buscando al simpático que me había hecho esa mala pasada, dirigí la mirada hacía mi derecha, donde el grueso de mis compañeros desarrollaba su trabajo, pero nada, todos concentrados en lo suyo, en esos casos lo que delata la acción son las miradas y risas cómplices de los demás, pero no fue el caso, así que busqué al responsable en el lado contrario de ese bodegón, pero al voltear me quedé helado por un momento, la impresión fue demasiada, la entrada a la fábrica era un rectángulo que llenaba de la luz del sol, pero eso no fue lo extraordinario, sino lo que estaba en medio de aquel enorme pasillo, una silueta ensombrecida, de una persona de baja estatura, abdomen prominente, en donde descansaba su mano derecha, una imagen que para mí era inconfundible, mi abuelo.
Cuando espabilé, dejé la pistola de soldar, quité el peto y caminé hacia esa sombra, rápido, sin vacilar, pero mientras avanzaba la figuraba se adentraba en esa luz espesa que se concentraba en el ingreso, me sentí con la ansiedad de quererle abrazar, de decirle alguna palabra, de agradecerle todo lo que aprendí de él, pero con la misma prisa que yo caminaba la silueta se perdía, llegué hasta la calle sin poderle alcanzar, se había ido, miré a todos lados tratando de encontrarle, pero lo único que había era un perro echado en el piso terregoso, la emoción me desbordó, tuve que encerrarme en el baño durante un instante para tratar de entender lo que pasaba, sé que no fue una alucinación, sé lo que vi, estoy seguro que fue él.
Mi miedo a morir no desapareció por este suceso, de hecho tuve que acudir a unas charlas con un especialista para que me ayudara con eso, sin embargo lo que sí cambió fue la manera en que me planteo qué hay en eso de la muerte, sigo creyendo que no hay vida más allá de esta vida, pero tal vez y solo como posibilidad puede existir un breve espacio en que eso que llamamos alma se comienza a desprender de este mundo terrenal.
Pero entonces, ¿qué es la muerte?
¿Acaso no la hermana de la vida, separados únicamente por el tenue suspiro de la eternidad?