Para pagar mis estudios de preparatoria trabajé en una fábrica. De todos los empleados el de más corta edad era yo, por lo que no es difícil imaginar que me convertí en su blanco favorito para la carrilla.
Una mañana de tantas, una vez terminado el desayuno, el supervisor de la planta fiel a su costumbre leía el periódico, todos los demás en lo nuestro, haciendo un carnaval. Concluido el receso me instalé de nuevo la indumentaria de trabajo, me puse en camino para poco antes de abandonar el comedor ser detenido por un leve grito del supervisor.
- ¡Oye muchacho!, ¿en qué escuela dices que estudias? -
- En la Vocacional- le contesté sin detener el paso.
- Entonces ve esto, a lo mejor lo conoces. Me dijo con voz de preocupación.
Retrocedí unos cuantos pasos para recoger la sección del periódico que me ofrecía, la policíaca.
- Busca en la página tres- me dijo aquel hombre de piel obscura. Un poco intrigado me apresuré a abrir el diario. Se acercó el supervisor para señalarme una nota que se encontraba en la parte inferior derecha y que como titular escribía: “Se suicidó Bachiller”. Abrí los ojos a manera de sorpresa, continué leyendo: “La tarde de ayer alrededor de las dieciséis horas de un tiro se privó de la vida el estudiante de la escuela preparatoria vocacional Mario César Pérez González, los hechos ocurrieron en su domicilio marcado con el número 1208 de la calle Motolinia en el sector libertad, sin que se tengan más elementos...”. No terminé de leer la nota, devolví el periódico a su dueño, mi cabeza se nubló.
Con la negación en mi mente corrí al área de casilleros, saqué la mochila, busqué en mi cuaderno el teléfono de Marco mi compañero de clases, corrí hasta llegar a la oficina del gerente, solicité me prestaran el teléfono, en ese entonces los celulares no existían, con la celeridad que merecía el caso marque el número, ocupado, insistí, ocupado, marqué otra vez, por fin la línea libre, una, dos, tres, no fue sino hasta que timbró por cuarta ocasión que contestaron.
- ¡Hola!
- ¡Flaco! Le contesté casi gritando, ¿viste las noticias?, pregunté sin saludo de por medio.
- Eh, no, qué pasó. Contestó muy quitado de la pena.
- Es Mario, ¡se murió, cabrón!
- ¡Qué! No chingues. ¿Estás seguro?
- Sí, lo acabo de leer en El Informador, habla a su casa, yo no tengo el teléfono, pero tú sí, habla a ver que puedes averiguar.
- No, no puede ser posible, se me hace raro, sus papás me hubieran hablado, tienen mi teléfono, y por lo visto no avisaron a nadie del salón, sino ya nos hubieran hablado.
- No sé flaco, pero es demasiada casualidad lo que dice el periódico, llama ya y cualquier cosa que sepas me hablas, aquí voy a estar pendiente, no me voy a mover de la oficina esperando la llamada.
- Te llamo en un rato. Dijo Marco y colgó.
No pasaron más de cinco minutos cuando el teléfono sonó, la secretaria me pasó la bocina.
- Flaco, ¿qué pasó?
Su llanto me dio la respuesta. Jalé la silla más cercana para sentarme, mis piernas no soportaron el peso de la noticia. Durante un breve lapso lo único que escuché fueron los sollozos de Marco. No lloré, aunque ganas no me faltaron, solo sentí un fuerte dolor en el esternón.
Antes de dejar la llamada le pregunté si le era posible vernos en la escuela para de ahí dirigirnos a la casa de Mario, me dijo que en una hora llegaba, que no podía antes porque avisaría a todos los que tuviera su número de teléfono.
Al colgar, regresé al área de casilleros, me quité las ropas de trabajo, tomé la mochila, avisé al supervisor que tenía que irme, le expliqué que Mario era un compañero y buen amigo de la escuela, no necesité de más para que autorizara mi ausencia.
El camión no tardó en pasar, me ubiqué en uno de los muchos asientos que se encontraban vacíos. No terminaba por aceptar la realidad, aún me costaba trabajo entender que un amigo muriera, alguien con toda la vida dentro, con todos sus sueños por cumplir. Mientras me preguntaba sin responderme, miré a través del cristal de ese camión como pasaban con rapidez cada una de las personas, las casas, los árboles, para después devolver la mirada para ver cómo bajaba una persona, fue entonces que me vino a la mente que la vida es como ir en un camión, te permite ver de todo, a veces de forma rápida, algunas pausada, algunas hermosas, algunas otras no tanto, pero que inevitable, tendrás que bajar, y en ocasiones, antes de lo que estaba previsto.
Llegué a la escuela, ya me esperaba Marco con una buena parte de los compañeros de salón, algunos de ellos con los ojos rojos por el llanto, pregunté si alguien más faltaba, faltaban algunos, pero llegarían a la funeraria, así que sin más les propuse ir a la parada del camión e irnos, - no hace falta tomar camión, ya está en la funeraria, es la que está aquí a unas cuantas cuadras, se llama De La Mora; volví hablar con la mamá de Mario quien me dijo que el cuerpo está en la sala de velación número dos. Dijo Marco con la voz entrecorta.
“El cuerpo”, ya no era Mario, sino un objeto, como si sus privilegios de persona se le hubieran ido junto con la vida, como si la identidad se le fue junto con el alma.
Caminamos en caravana hasta la funeraria. Continuamos hasta encontrar la sala de velación, un par de coronas hechas con claveles blancos en la puerta daban la entrada. Marco y yo al frente de nuestros compañeros. En la sala no había mucha gente, pero con ellas bastaba para que el lugar estuviera colmado de tristeza.
De la habitación donde se encontraba el ataúd donde descansaba Mario, aún lado una señora vestida de negro con sus manos entrelazadas pegadas al pecho, colgando de ellas un rosario, pude ver su boca agrietada de tan reseca, que contrastaba con sus ojos rojos llenos de lágrimas, que resbalaban por su rostro desencajado. Se encontraba de rodillas, con la figura encorvada por el peso del dolor que llevaba. Una imagen descorazonadora. No tenías que ser adivino para saber que era la madre de Mario.
El primero en acercarse a ella, por ser conocido de la familia fue Marco, al sentir su presencia la señora levantó la mirada, extendió su brazo para ser ayudada a ponerse de pie, al hacerlo no dejó su figura encorvada, con su mano removía por un instante las muchas lágrimas que aún le quedaban por llorar.
-Se nos fue, Marco, se nos fue, mi hijo, se nos fue- fueron las palabras que alcanzó a decir antes de sujetarse con las fuerzas que le quedaban al ataúd. Al verla, su esposo la tomó del brazo para llevarla al sillón más próximo, pero quedó en intento, no le cabía en la razón que una parte de ella misma no tuviera vida, o tal vez no quiso dejar en esa soledad a su hijo.
El ataúd se encontraba cerrado, lo que hacía pensar que el disparo fue en la cabeza. Dejé por un momento al flaco para ir con mis compañeros, no había mucho que platicar dado que la pregunta que todos se hacían seguía sin respuesta, ¿por qué?
Pasados los minutos regresé con Marco, para entonces la mamá de Mario se encontraba con un poco más de disposición que no de ánimo, nos dirigimos a ella para preguntarle si algo se le ofrecía.
-Sí, respondió ella, quisiera pedirles de favor si pudieran leerme esta carta, me la dejó Mario, pero no me atrevo a leerla, pudieran de verdad hacerme ese favor.
Miré a Marco a manera que fuera él quien la leyera, pero se hizo el desentendido, así que tomé la hoja para de manera pausada leer su contenido:
“Estoy en la azotea de la casa, viendo como las nubes se tiñen de atardecer y el aire arranca las hojas de los árboles, en tanto los pájaros regresan a sus nidos buscando la seguridad que la noche les negará. Siento como el viento pasa por mi cara y mueve el papel donde escribo, veo el transitar de los carros y la gente apresurada por cruzar la calle, es un buen recuerdo para llevar, sí es que se puede recordar al lugar a donde voy, recordar este tiempo y este lugar que me tocó vivir, un momento donde el movimiento de la gente y de las cosas dibujan el reflejo de lo que veo: Vida., ¿pero, qué es vida? Algo de lo que me siento incapaz de continuar.
No me juzguen. Estoy seguro que tendrán muchas preguntas del porqué de mi actuar, más la respuesta es sencilla, no encuentro el principio de las cosas y perdí el interés por seguirlo buscando, eso me hace sentir vacío, sin fondo, sin alegrías y ante tal carencia de elementos de vida, para qué seguir. No vale la pena.
Mañana a estas horas estaré recostado en un ataúd, rodeado de velas y de flores, con plastas de maquillaje que aparentarán que estoy feliz. Una alegría ficticia. Por eso les pido de favor que no me muestren, siempre he odiado el morbo y no quiero ser el centro de él. Quisiera también pedirles mamá y papá, que no me dejen en el ataúd, me imagino que debe ser muy frío, además, todavía me asusta la oscuridad, mejor déjenme en cenizas, me sentiría mejor.
No se pongan tristes, estaré mejor, además si la muerte es la prolongación de la vida, a qué temerle entonces; sé mamá que tu preocupación es que no me gane el descanso eterno en el paraíso, pues qué más da, me estaba acostumbrando a vivir en el infierno.
Bueno, la noche llegó, se hace tarde, llegó el momento. Los quiero.”
- Para después colocar la pistola en su pecho, jalar del gatillo, y acabar para siempre su vida. Dijo la señora cuando terminé de leer.
La voluntad de Mario se hizo. Fue cremado y puesto en una urna que fue colocada en la habitación de su casa donde dormía, con un par de veladoras a sus lados y un cristo crucificado cuidando su sueño.
A partir de ahí entendí que la vida es una herida que se encuentra abierta aún antes de nacer, que nunca cierra a pesar de que de nosotros solo quede el polvo.