Los poetas, los grandes poetas, los de adeveras, son personajes tocados por la divinidad. Su pensamiento es, por decirlo de alguna manera, atemporal. Hace 27 años el gran Miguel Ángel Granados Chapa escribió una columna en la que reproduce parte de un artículo de periódico publicado por otro grande: Octavio Paz, en el año de 1943, con el tentador título de “Cuestión de palabras”. Quiero decir con esto que se trata de un trabajo de hace 77 años. El poeta por entonces rondaba los 29 de vida.
La columna de Granados apareció un domingo 25 del mes de abril de 1993 (hace 27), en El Financiero de aquellos años felices. La razón para la remembranza tuvo que ver con el otorgamiento del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades a la revista Vuelta, correspondiente a la edición de aquel año. Vuelta –qué duda cabe– fue una de las hechuras intelectuales más grandes del poeta.
Las palabras del muchacho Paz tienen una vigencia salvaje el día de hoy.
“La política mexicana está llena de grandes palabras. Casi todas ellas no poseen contenido alguna, ya porque nunca lo tuvieron realmente, ya porque lo han perdido a fuerza de ser repetidas por los labios mentirosos.
La Revolución Mexicana (mayúsculas del original) ha creado sus grandes palabras. Con ellas, como hijas tímidas y sin embargo legítimas, han surgido otras, menos retumbantes o mesiánicas, pero reveladoras de una descomposición y de una decadencia.
Los clanes y tribus políticas usan un lenguaje político de especialista (sabido es que el político es el hombre que tiene por especialidad las cuestiones generales de la sociedad) y el uso de un lenguaje burocrático delata que la mayor parte de esos políticos sólo son burócratas o aspirantes a burócratas.
Nada más lejano al nuevo vocabulario que el lenguaje rudo y llano de los rancheros y provincianos, que las expresiones oscuras y cargadas de sentido que han creado boleros, choferes y demás tipos citadinos que Cantiflas encarna, despojo y gracia de la ciudad o, por último, que los restos del verdadero lenguaje revolucionario…”.
En 1986, con motivo de otro premio, el Alfonso Reyes, con 72 de vida, se refiere la relación de los intelectuales con el Estado. “Los poderes del Estado sobre la literatura son inmensos pero no son ilimitados. Mencionaré algunos posibles e imposibles: el Estado no puede inventar una literatura pero sí puede suprimirla; el Estado no puede ser crítico literario, pero sí censor e inquisidor; el Estado puede y debe fundar colegios donde se enseñe la gramática y el arte de leer y escribir pero no puede legislar sobre la gramática ni dictar leyes de estética; el Estado puede ayudar los escritores pero no demasiado y sin pedirles nada a cambio; el Estado puede y debe enseñar a leer a los mexicanos pero no debe obligarlos a que no lean estos o aquellos libros…”.
Y que “lo que puede hacer el escritor frente al Estado es, sobre todo y ante todo, escribir. Subrayo: escribir lo mejor que pueda”. Y que “escribir bien significa decir su verdad”. La palabra del escritor “no es la palabra colectiva: es una palabra individual, única, singular. Si el escritor dice su verdad, sus lectores encontrarán que esa verdad les pertenece también a ellos”.
“El escritor tiene que elegir entre la literatura y el poder: no puede gobernar y escribir al mismo tiempo; el escritor tampoco puede ser funcionario, redentor social, fundador de hospitales o de casas de refugio para desamparadas, apóstol de pecadores arrepentidos… o jefe de banda: el escritor tiene que elegir entre la acción colectiva, sea filantrópica o mesiánica, y la solitaria escritura”.
Y que el más perfecto de los sonidos humanos es la palabra; la literatura, a su vez, es la forma más perfecta de la palabra (tomado de El peregrino en su patria, tomo 8).
CHAYO NEWS
Aquí hemos sido muy críticos con prácticamente todas las política de los gobiernos surgidos de Morena, sin embargo, nobleza obliga. Debo reconocer que en un caso particular que me atañe de manera directa, la Fiscalía especializada en investigación de delitos de violencia de género contra las mujeres de Puebla, está haciendo su chamba, y la hace con eficiencia y celeridad.