Un capo de la droga se hace de poder a través de demostrar sus capacidades de liderazgo, administrativas y violentas. Pero además, para llegar a ser un “Patrón”, se requiere tener y hacer contactos en las cúpulas políticas y empresariales. Y es que un jefe de la mafia, basa gran parte de su poder en la protección y contubernio que consiga obtener de las autoridades.

Lo anterior viene a colación por el juicio que el gobierno de los Estados Unidos lleva a cabo en contra de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo Guzmán”, en el cual, hemos empezado a conocer declaraciones incriminatorias en contra de importantes figuras políticas, entre los que se encuentran dos expresidentes mexicanos.

Durante años, la confabulación de influyentes funcionarios del gobierno mexicano con cabecillas de distintos cárteles de la droga ha quedado manifiesta con la detención de algunos gobernadores, alcaldes, policías y militares de alto rango. Sin embargo, a muchos otros poderosos personajes de la vida pública del país nunca se les fincaron responsabilidades, esto, a pesar de los altos y estratégicos cargos que han ocupado de manera nada transparente, y de que sin su participación, ya sea voluntaria o por ineptitud, no podríamos entender el empoderamiento de grupos delictivos que prosperan, día con día, a sus anchas en el territorio nacional.

Pero volviendo al asunto que provocó este texto; hemos escuchado de parte de expertos (de pronto aparecieron miles) en materia de enjuiciamientos a mafiosos, que la estrategia del abogado defensor es la de minimizar la posición que “El Chapo” ocupaba en la estructura criminal de la organización delictiva sinaloense, para con ello, evitar la pena de cadena perpetua. Mientras que la fiscalía, pretende convencer al jurado de que Guzmán Loera es el jefe máximo del Cártel de Sinaloa. Para ambas partes, los testigos (narcos de alto perfil) son el arma más poderosa, y aunque cualquier dicho de delincuentes puede ser desestimado a priori, también cabe la posibilidad de que en algún momento se presenten pruebas de sus respectivas acusaciones, y entonces sí, que saquen los paraguas porque va a llover mucha mierda en México.

Es por lo anterior que “El juicio del siglo” (como algunos medios le han llamado), no solo es el proceso penal contra un capo, sino que es un inédito ejercicio de escrutinio moral y ético hacia todo un régimen político; además de ser una gran oportunidad para conocer mucho del cómo es que México se convirtió en un sangriento campo de batalla.