La pregunta sobre quién ganó el debate está mal hecha, por eso tiene tantas respuestas diferentes. Lo que hay que preguntarnos es quién ganó con el debate. Y es que con ese formato rígido, que tiene a un moderador que asigna turnos con segundero en mano, con tantos contendientes y sin interlocución directa, no hay manera de generar un ganador. Es más, no hay manera de que a eso se llame debate siquiera.
Un debate es una batalla intelectual que se gana con argumentos (con la razón) o con empatía (apelando a las emociones), y este formato no permite ese tipo de batalla. Sin embargo, lo que sí puede lograrse con estos encuentros es que alguno de los contendientes salga mejor que como entró.
Eso es lo que hay que evaluar mientras no demos flexibilidad al combate ideológico.
En el primer debate chilango, el que organizó el Instituto Electoral local con los siete candidatos a la Jefatura de Gobierno de la ciudad de México, el que más ganó fue el priista Mikel Arriola. Ciertamente el hecho de que Claudia Sheinbaum haya salido ilesa siendo la natural candidata a bombardear, hace que ella también ganara algo, pero Mikel ganó mucho más frente a lo que tenía. Ganó un lugar en el ring.
No porque tenga razón, ojo. No la tiene: sus propuestas son voladísimas pero tiene un buen ataque y hace buen uso de diagnósticos locales. Con eso, un hombre que no forma parte del PRI, que está contendiendo con un partido menospreciado en la Ciudad de México desde 1997, que no tiene trabajo de territorio y ninguna posibilidad de ganar, se ganó un lugar en la contienda.
A ver, ¡era para que nadie lo volteara a ver! Su partido es el enemigo de la ola lopezobradorista, a él nadie lo había visto en la vida política de la ciudad y además contiende contra dos poderosas mujeres que tienen atrás fuertes estructuras en la ciudad.
Por eso afirmo que él ganó más con el debate. Ganó interlocución y atención. Se coló al ring de Claudia Sheinbaum y Alejandra Barrales.