El 16 de agosto, John Ackerman tuiteó respecto Julio Hernández y sus críticas sobre Andrés Manuel López Obrador: «Respeto, admiro y siempre leo las opiniones de mi distinguido colega @julioastillero, pero a veces su #AMLOfobia obnubila sus análisis».
Calificar de «amlófobo» al columnista de La Jornada no solo es erróneo, sino una muestra de profunda deshonestidad intelectual: al autor de Astillero se le puede señalar porque hace pasar como hechos lo que en realidad son sus opiniones contra el gobierno de Peña Nieto, pero de hater de Andrés Manuel no se le puede etiquetar, a menos que ese juicio se realice desde el total desapego de la realidad.
La posición de Ackerman confirma la percepción de que en Morena no hay autocrítica: más que militantes, quieren fieles prosélitos. Aún no han comprendido que están en un partido político y no en una secta (donde su líder es poseedor de la verdad revelada). En el instituto del Peje no quieren periodistas, exigen apologistas. Y eso es terrible para la libertad de expresión y el debate democrático.
Si hubiera el mínimo de racionalidad en Morena, sus militantes serían los primeros que estarían enojados con la declaración 3de3 de Andrés Manuel, por una simple y sencilla cuestión: porque es falsa. Al menos sus ingresos por donativos, conferencias y regalías no aparecen en los documentos que presentó (y fue el mismo AMLO quien afirmó, semanas antes, que tenía esas fuentes de ingresos).
Si bien Federico Arreola tiene razón en que Andrés vive de forma más sobria que otros políticos, el Peje tampoco es un franciscano: sus trajes Hugo Boss, sus relojes Tiffany (o Rolex) y su presencia sospechosa en la lista de la boutique Bijan de Beverly Hills, no corresponden a la austeridad republicana a la que invitaba el Benemérito de Américas. En una frase: viajar a Estados Unidos para ver el Juego de la Estrellas no corresponde a la honrada medianía juarista.
No espero que AMLO viva una choza en Macuspana y coma quelites con tortillas, calentados en un comal sobre una fogata. De hecho, cualquier profesionista pasaderamente exitoso no tendría por qué avergonzarse de usar relojes suizos, viajar a Europa y vestir de Hugo Boss, Burberry o Armani. El problema es que Andrés Manuel pretende ocultar lo que es obvio y con ello perjudica su intención de voto entre los indecisos, a los que necesita (si seriamente pretende ser presidente en 2018). No obstante, sus acólitos partidistas son incapaces de aceptar que el 3de3 «mocho» fue un espantoso yerro que debe corregirse a la brevedad.
Y ahí es donde AMLO cava más la fosa electoral en la que él mismo se metió: primero fustiga la existencia del 3de3, luego acepta presentarlo y, cuando todo le sale mal, vuelve al discurso de que ese mecanismo es producto de la mítica «mafia del poder». De hecho, coincido con Andrés en que el 3de3 es una vacilada inútil, en que los institutos de transparencia son inservibles y nos cuestan mucho dinero (el INAI incluso pidió más presupuesto para 2017, del que casi 72 por ciento se va en nómina). Sin embargo, si el 3de3 y el sistema de transparencia le parecen un fraude, ¿por qué López Obrador aceptó entrar a ese juego? La respuesta es sencilla: porque transigió en sus valoraciones, con el afán de verse más suave y ganar las preferencias de aquellos que tienen miedo de su radicalidad, de la misma forma que su regreso a la «república amorosa» representa un perjurio de su anterior posición recalcitrante contra los políticos pillos y rateros (y ahí es donde se confirma que el equivocado es el Peje y no Julio Hernández).
AMLO no cuestionó, con fuerza y a tiempo, los sistemas de transparencia y anticorrupción que hoy lo asedian: es su culpa, por su tibieza en el tema (o indolencia). Andrés debe decidir cuál de los dos Pejes será: si el contumaz de la honestidad valiente o el conciliador que se amolda a las clases medias. En cualquiera de los dos casos, deberá actuar en consecuencia, lo que implica no hacer declaraciones a medias, que en realidad son mentiras completas.