En pocos países se vive un proceso interno partidistas tan interesante y tan apasionante para elegir a sus candidatos a las elecciones presidenciales, como el que se desarrolla en Uruguay prácticamente desde fines del año pasado.
Los partidos de la oposición más importantes, el Nacional y el Colorado, libran en las últimas semanas competencias abiertamente democráticas en dos frentes, por un lado, el de las corrientes tradicionales y tradicionalistas, y por el otro, el de los outsiders con ideas renovadoras, que gozan de amplios respaldos sociales como resultado del hartazgo ciudadano contra el statu quo.
En ambos partidos, los estudios de opinión han estado refiriendo la idea de cambio mediante la alternancia, desde la posibilidad misma de construir una candidatura presidencial capaz de ganarle al partido que lleva 15 años de gobierno imprimiéndole a las políticas públicas uruguayas una marcada orientación de izquierda, el Frente Amplio.
El mensaje de los electores en un país donde el voto es obligatorio, parece ser lo suficientemente claro: para ganar en la elección presidencial en octubre, hay que hacerlo con caras y con recetas novedosas. Pero el dinosaurio político no se ha extinguido en Uruguay y menos en partidos que tienen 182 años de historia.
Así, no obstante que las encuestas han sido puntuales en reflejar ese sentimiento a favor de rostros nuevos, en el Partido Colorado, por ejemplo, la opción tradicional es el dos veces ex presidente Julio María Sanguinetti, de 83 años de edad. Según la encuestadora Radar, este veterano ha sido rebasado por un político emergente llamado Ernesto Talvi, un economista 21 años menor, que estuvo dedicado toda su vida a la academia y al Banco Central de Uruguay.
Talvi decidió abandonar comodidades y ha hecho una campaña de trato directo, de mano a mano, alejada de redes sociales, y aun así ha cosechado una buena cauda de simpatía en torno a sus propuestas a favor de la educación y de la seguridad. Acaso su punto más preocupante, que es a su vez fortaleza porque convoca al país a ver las cosas desde el otro extremo, es el discurso bastante parecido a Donald Trump, con un “Uruguay first”, un “Make Uruguay Great Again” uruguayizado en expresiones como “mirar a Italia, a Europa, y dejar de vernos en el espejo de esta América Latina decadente”.
Por el lado de los nacionalistas, la tranquilidad de los grupos históricamente tradicionales, los que se han repartido las últimas tres candidaturas presidenciales, fue rota de manera intempestiva por parte de un joven empresario de 38 años de edad llamado Juan Sartori, un outsider que en apenas seis meses, pasó de ser un completo desconocido a situarse sólo 10 o 12 puntos atrás del primer lugar, el que la prensa uruguaya llama “favorito de la contienda”, Luis Lacalle Pou, y desplazar al otro contrincante tradicionalista, Jorge Larrañaga, a un lejano tercer sitio en la competencia.
En el caso del Partido Nacional, la estrategia del empresario que se cansó de financiar a políticos para incorporarse él mismo a una actividad en la que ya comenzó a hacer historia, no fue bien vista desde el principio porque requirió de mucho marketing electoral. Sartori empezó por generar expectativa en torno a su marca y cuando la gente empezaba a preguntarse “¿Quién es Juan Sartori?” respondió como se hace en las campañas más modernas, con propuestas.
Dos de esas propuestas, la de crear 100 mil empleos y la de dotar de medicinas gratis a jubilados y pensionistas, no fueron bien recibidas por los políticos de todos los partidos que, sintiéndose en desventaja, las criticaron y denostaron aprovechando que desconfiar es el verbo más utilizado por los uruguayos. Es decir, apelaron a la naturaleza humana. La prensa jugó un papel importante en esta campaña de descalificación.
A la desaparición de Sartori de los medios, la campaña del empresario recurrió a la publicidad pagada y a la comunicación vía las redes sociales. En este segmento, donde los outsiders reciben de manera natural muchas muestras de simpatía y respaldo, la gente comenzó a ponerle “sellos” de identificación a quienes, de manera evidente, no quieren que gane Sartori en la interna del Partido Nacional, y fue así que los llamaron “los mismos de siempre”. La etiqueta queda como anillo al dedo si se toma en cuenta que Luis Lacalle Pou es hijo y nieto de expresidentes, y que Jorge Larrañaga fue candidato a vicepresidente del papá de aquel, Luis Alberto Lacalle Herrera, y candidato presidencial en 2004.
A cada desplante grosero contra Sartori, a cada programa de televisión para tratar de exhibirlo como un empresario “fracasado y tramposo”, la gente fue endureciendo en redes sociales el tono de los señalamientos y “aburridos frente al computador” o personas incentivadas, comenzaron a lanzar defensas estructuradas a favor del empresario, que los políticos y los medios de comunicación como El País y El Observador, no dudaron en calificar de “guerra sucia”.
La Asociación de Periodistas de Uruguay, en un afán protagónico, convocó a firmar “pactos éticos” a los actores políticos, pero nada dijo de los ataques constantes contra el “empresario devenido a político” como lo llama El Observador, ni la ausencia de su campaña en las páginas de los diarios. Organismos de monitoreo como la Consultora Global News indican en sus reportes que Sartori y Lacalle son los candidatos que más menciones tienen en la prensa uruguaya, pero ocultan que si se analiza cualitativamente, las menciones contra el joven outsiders son en su gran mayoría, quizá 90 por ciento, negativas.
En vísperas de la elección interna del 30 de junio, los diarios siguen haciendo su trabajo en contra de este outsiders de sonrisa inagotable. Dicen que su cierre de campaña fue un show, un “baile popular de entrada gratis” y que su “Caravana de la Victoria” que lo lleva a dar un último recorrido por el país previo al domingo, 2 mil 395 kilómetros en 38 horas, es “superficial”. Lo sitúan 10 o hasta 12 puntos abajo del “favorito” en un afán de limitarle, de último momento, sus posibilidades.
Con todo esto operando en estas horas, los uruguayos tienen dos opciones: elegir de entre los políticos de siempre o entre los renovadores, a alguien que pueda crecer por encima de la influenia partidusta y ganarle a una izquierda que ya tiene candidato en el ex intendente de Montevideo, Daniel Martínez, y camina con toda tranquilidad hacia un cuarto período.