La relación de Jorge Bergoglio, actual jefe de la iglesia católica universal y Andrés Manuel López Obrador, es una de tipo inversamente proporcional: mientras el primero es un líder espiritual que irrumpe en la política, el otro es un político que invade el terreno de ‘lo litúrgico’ cada mañana.
El primero ha incrementado su afán político a nivel global… el segundo ha disminuido sus criterios políticos para con la sociedad a la que se debe y, cada día que pasa, se olvida de los principios políticos que implican la concertación y el integracionismo que debe promover todo líder demócrata, privilegiando –por el contrario- el encono, la insidia y la división contra quien no piensa como él.
No obstante, ambos comparten dos circunstancias comunes: primera, como todo individuo, ambos son hijos de su propio tiempo y circunstancia y, en segundo lugar, tratan de llegar a su objetivo, llámese grey o pueblo, por medio de un discurso impropio y de una filosofía experimental… pero inadecuada.
El Papa Francisco no se despoja de sus blasones de Cardenal de Buenos Aires y sigue pensando como el ‘Arzobispo peronista’, que sólo le habla a los ‘peronistas’ y que sólo tiene espacio en mente y alma para ese sector de la grey católica. No reconoce o no concibe que es él, quien tiene que adecuarse a las necesidades y a la idiosincrasia de todos los sectores del mundo católico y no ‘atufarse’ porque su idea de individualismo y de fraternidad, no es exacta y puntualmente idéntica a la de los católicos del sur de Alemania o a los de Chicago, en Estados Unidos, por citar un ejemplo. Este Papa regaña y ‘manotea’ a los feligreses en público y más que enérgico o mundano, es un hombre neurótico que no admite que nadie le contraríe ni le interrumpa en su introspección.
Lejos se advierte el grato recuerdo de Juan Pablo Segundo, quien siempre ‘dio de sí’ a quien se le acercó; quien hizo del amor, genuinamente expresado o demostrado, el lenguaje más próximo y sencillo de comunicación con su grey. Ni se diga del oficioso Angelo Roncalli, Juan 23, ‘El Papa bueno’, quien era capaz de vestirse de diablo para ayudar a los pobres y tramarse a golpes en un callejón para defender a un huérfano indefenso, en el más estricto anonimato. Sin tiara ni sotana.
La nueva encíclica de Francisco, “Fratelli tutti”, es un compendio de 12 premisas que configuran su propia idea de lo que debe ser el andamiaje de las relaciones internacionales y la convivencia humana. Un documento que mientras cuestiona fuertemente el ‘individualismo’, no ofrece otra idea diferente a lo que es el comunismo que ‘promueve y normaliza la mediocridad’ entre los seres humanos.
Atacar los derechos individuales como lo denota la encíclica, da la impresión de un texto redactado no por el jerarca de la Iglesia Católica, sino por un estudiante de algún CCH de la Ciudad de México, que se encuentra en franco romance con términos de filosofía marxista, como justicia social, entre otros. Se agradece ciertamente que aborde estos desafíos de la actualidad mundial, que fueron desnudados por la pandemia y que al propio tiempo, develó de forma deliberada la filosofía del Papa actual.
El franciscano no es del todo un émulo de San Francisco de Asís; quien como legado nos enseñó a despojarse de todas sus riquezas mundanas y vivir en la pobreza absoluta. Y al Francisco de nuestros días, no se le ha visto que voltee las arcas del Banco Ambrosino para luchar frontalmente contra la hambruna y ayudar a los pueblos del centro de África o de América latina. Sigue enviando –igual que todos sus antecesores- sólo bendiciones en las catástrofes y ayudas pecuniarias… francamente magras.
Crítica a la forma de explotación criminal del sistema capitalista, pero tampoco dice nada de las atrocidades que comete China en aras de la extracción de recursos ni de la explotación del hombre por el hombre. Definitivamente, no se puede privilegiar el ‘bien común’ en detrimento de las libertades individuales. Por su parte, Andrés Manuel López Obrador, Presidente de México, su inverso proporcional, se ha acercado en sus alocuciones diarias a los conceptos del amor, el perdón , la tolerancia, que constituyen la esencia del mensaje cristiano, no obstante ser una autoridad formal de naturaleza laica, como lo marca la Constitución.
No hay perdón, ni tolerancia… ni paz tampoco, para todo aquel que ose desafiar al gobierno de López Obrador o simplemente en sentido contrario a sus ideas. Mucho menos fraternidad. Toda acción de su gobierno está dirigida estrictamente para su ‘clientela política’… la que va a votar por él en junio próximo. Para la oposición, sólo tiene frases como la que le lanzó a través de los medios de comunicación, a la organización FRENAAA, que está en plantón permanente en el Zócalo de la CDMX actualmente. Les dijo con ironía y hasta con sorna: “¡Échenle ganitas… para que puedan llenar el zócalo!”.
En nada ayudan esas declaraciones; sólo confrontan, polarizan, humillan, aplastan.
Para los niños con cáncer, para los deudos de los feminicidios, de la violencia y la inseguridad, para los desempleados, para los micro y pequeños empresarios, para los agricultores y pescadores, … para ninguno de estos sectores ha tenido AMLO un gesto de fraternidad cristiana, mucho menos una deferencia como autoridad formalmente constituida.
También Mahatma Gandhi, otro personaje a quien dice admirar López Obrador, hizo de la tolerancia, la paz, el amor al prójimo y a la naturaleza, formas de lucha y resistencia en el conflicto.
No se explica como el Andrés Manuel presidente, se haya tornado tan intolerante con sus oponentes, detractores y críticos. La prensa misma ha sufrido el embate del presidente. Y es que tanto Bergoglio como AMLO, han dejado de lado este rasgo de aquellos líderes que, como Gandhi, como Juan Pablo Segundo… y ¿por qué no?, como el propio Jesús de Nazaret, se alojaron en la mentalidad y en el corazón de su pueblo, por medio del ejemplo.
El mejor líder, el que trasciende en el tiempo, no es aquel que grita “¡Vayan!”, sino aquel que dice: “¡Síganme!”. Sin ejemplo no hay acción.
Así que del ‘Fratelli tutti’ al “¡Échenle ganitas”!, no hay mucha distancia, pues ambos líderes son del mismo corte ideológico, pero además, aunque sean inversamente proporcionales, a ambos los identifica una misma actitud: se quieren imponer sin el ejemplo de por medio.