El gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha entrado en una fase crítica, donde tiene que asumir decisiones estratégicas que, necesariamente, marcarán el destino de su administración. Una de esas decisiones fundamentales tiene que ver con la democracia sindical. México tardó más de 60 años para ratificar el Convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo en materia de libertad y autonomía sindical. Pero se aprobó ya en el Senado el año pasado y se legisló en la reciente reforma laboral.
La lógica es categórica: la libertad sindical y el voto libre, directo y secreto para tomar decisiones al interior de los sindicatos, necesariamente producirán dirigencias sindicales representativas, con legitimidad para defender los intereses de sus agremiados. De este modo, desaparecerán los sindicatos “charros” que se venden a los patrones; perderán terreno las dirigencias autoritarias que negocian con los derechos de los trabajadores.
¿Por qué es fundamental el papel del Presidente de la República en la implementación de la democracia sindical? Porque es la primera vez que la Ley reconoce este derecho de los trabajadores y establece procedimientos inequívocos para hacerlos realidad.
Por lo tanto, AMLO debe decidir si genera condiciones para que la democracia auténtica llegue a las organizaciones sindicales, o si debido a la coyuntura política cae en la tentación de conservar los peores rasgos del corporativismo sindical para granjearse el importante apoyo político y social de los grandes sindicatos.
Un caso emblemático será el de los maestros. El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) es el más grande de México y tiene una enorme influencia en la vida pública nacional, más allá de lo laboral. El SNTE tiene gran presencia política y social porque sus agremiados, los maestros, tienen un elevado nivel de formación y cuentan con el mayor reconocimiento social.
El SNTE tiene agremiados en todo el país, hasta el más alejado rincón de la geografía nacional cuenta con una maestra o un maestro que, día con día, trabajan en la formación de mejores seres humanos, aún en las condiciones más adversas. Por lo mismo, el SNTE es tal vez el sindicato con mayor nivel de conciencia política y social.
Por la naturaleza de sus agremiados, es de los pocos sindicatos que puede, debe y exige tener una participación activa en la definición del marco jurídico, las políticas públicas, estrategias y programas que le atañen, en este caso todo lo relativo a la educación. El propio AMLO reconoció que ninguna reforma educativa es posible sin la participación activa y resolutiva de las maestras y los maestros.
Esto hace que el SNTE juegue un papel importante en la gobernabilidad, no solo del sistema educativo nacional, que ya es mucho, sino en la gobernabilidad del conjunto del sistema político mexicano.
Es en este escenario que López Obrador debe decidir si respalda elecciones libres directas y secretas para renovar la dirigencia nacional del SNTE este año, o permite que se carguen los dados en favor de alguno de los diversos actores que juegan en este importante proceso político-sindical.
Es verdad que AMLO ha mostrado especial inclinación por la CNTE, que es una expresión del SNTE. Podría pensarse que López Obrador la apoyaría para hacerse de la dirigencia formal del sindicato, sin embargo, la naturaleza radical y contestataria de la Coordinadora, que además no ha desarrollado un discurso educativo mínimo, debería ser un factor determinante para valorar si conviene al país, a la educación y a los maestros que el Presidente la proyecte a la dirigencia formal del SNTE.
Otro actor relevante es Alfonso Cepeda, el actual dirigente nacional del SNTE. Cepeda formó parte del grupo de maestros que avaló el golpe contra Elba Esther Gordillo y respaldó, sin reserva alguna, la reforma educativa de Enrique Peña Nieto que, en lo sustancial, consistió en conculcar los derechos de los maestros y en la satanización de éstos. Cepeda y su grupo, además, apoyaron absolutamente a José Antonio Meade en la elección presidencial de 2018.
Cepeda pretende jugar en las elecciones internas para seguir como dirigente nacional del SNTE o bien impulsar a un cercano. Hace unas semanas, Cepeda, en un giro de 180 grados en su posición política, declaró que los maestros bajo su liderazgo serán el “ejército intelectual” de la Cuarta Transformación. Es decir, Cepeda se muestra insensible a los nuevos tiempos de reclamo democrático en los sindicatos y ofrece a sus agremiados como “ejército” al servicio del Presidente, en un reflejo autoritario que ejemplifica todo lo que se busca erradicar con la aprobación del Convenio 98 de la OIT.
Es significativo que Cepeda utilice la figura del “ejército”, porque exhibe una concepción vertical, impositiva, ultra disciplinada de la vida sindical, donde no cabe la democracia, el diálogo, la discusión, la pluralidad. Desde luego, esta definición política estratégica Cepeda no la consultó con los maestros a través del voto libre, directo y secreto.
López Obrador debe decidir si acepta el ofrecimiento de Cepeda de contar con un “sindicato de Estado”, esto es: un sindicato sometido, subordinado, acrítico e incondicional, o bien, reconociendo los nuevos tiempos, rechaza esta tentadora oferta y se inclina por una ruta donde sean los maestros, en una votación libre, directa y secreta, los que elijan a la nueva dirigencia del sindicato más grande de América Latina.
Otra figura que reclama su lugar en este proceso es Elba Esther Gordillo, quien ha expresado pública y abiertamente su propósito de contender por la dirigencia nacional del SNTE. Elba Esther dirigió por largo tiempo el SNTE y más allá de las críticas que ha recibido, se promueve como alguien que cuenta con el conocimiento del gremio y las conexiones dentro y fuera del sistema educativo para ofrecer una transición ordenada hacia un nuevo modelo educativo y una nueva relación de los maestros con el Estado.
Recordemos el golpe autoritario de Peña Nieto: mientras su reforma educativa estaba discutiéndose en el Congreso, Peña tomó la decisión de encarcelar a la líder de los maestros. El tiempo mostró que, en el fondo se trató de una agresión política para descabezar al SNTE e imponer la mal llamada reforma educativa de 2013.
Será interesante ver qué respuesta obtiene Elba Esther Gordillo Morales de parte de los maestros en unas elecciones libres, directas y secretas por la dirigencia nacional del SNTE. Son muchas las acusaciones que ha recibido en su larga trayectoria como dirigente magisterial, pero la última imagen de su etapa como líder es poderosa: se negó a convertir al SNTE en un sindicato avasallado por el Presidente Peña Nieto en 2013, aún al costo de ser encarcelada. Esta imagen contrasta totalmente con la opción de Cepeda, quien ofrece la restauración del “sindicato de Estado” al servicio del Presidente en turno.
El éxito de la reforma educativa y de buena parte de la 4T, deberán mucho a la auténtica democratización del SNTE. En todo caso, este año habrá elecciones por su dirigencia nacional y su desarrollo, debate y desenlace, serán cruciales para la democratización de la vida pública nacional. AMLO propone multiplicar los espacios de la democracia directa para que el pueblo incida en las grandes decisiones del país. Ello implica democratizar las organizaciones sociales y su relación con el Estado, razón por la cual un proceso de elección auténtico en el SNTE es fundamental para dotar a la Política de un significado popular y un contenido verdaderamente democrático.