EMILIO Y SUS DESAFÍOS DE FRENTE A SU MADRE DETENIDA.
El caso de la detención en Alemania de la señora Gilda Margarita Austin, madre de Emilio Lozoya Austin, me recuerda lo que una vez me dijo Don Roberto Robles Rendón (QEPD), considerado entonces, en el ambiente policiaco del noroeste de México, uno de los mejores policías antisecuestros que ha tenido el país y quien, en la época de los ochenta, combatió este flagelo más con su intuición y su olfato de sabueso, que con tecnología, porque en aquella década el audio-cassette y el teléfono convencional eran las herramientas de investigación más sofisticadas.
Una ocasión, ya retirado, me reuní con él en Mazatlán, en un típico restaurante de la histórica y bella zona de Olas Altas. Me interesaba conocer algunos sonados casos de secuestro cuyas investigaciones exitosas encabezó y que formarían parte de un libro de historias reales que, debo confesar, quedó a medias.
Ya entrados en la entrevista, de un maletín extrajo una grabadora y un cassette cuyo contenido me impactó enormemente. Se trataba de una grabación donde el cabecilla de una banda de secuestradores solicitaba, a los padres de un niño, una fuerte suma de dinero a cambio de liberarlo.
El sujeto, sin piedad alguna y usando el lenguaje más soez y amenazante ante los aterrados padres, ponía a la criatura al teléfono para, entre el llanto abierto y los sollozos de muerte, pedirle a sus progenitores que pagaran el rescate. La verdad, al escuchar las súplicas y los gritos desgarradores de la madre, (insultada al mismo tiempo con las palabras más impublicables que jamás había escuchado) no soporté tanta asquerosidad porque no imaginaba, hasta ese día, la existencia de demonios de ese tamaño. La neta, lo primero que experimenté es que ese hijo de puta no merecía vivir.
¿Te das cuenta? me preguntó Don Roberto, y él mismo se respondió: “en este oficio lo que menos encontré fueron damitas de la caridad”. Luego me miró fijo, a los ojos, como solía hacerlo, y me dijo: Estoy seguro que lo que yo sentí en mucho de estos casos, tú lo acabas de experimentar. Lo que te aseguro es que este cabrón que oíste nunca volverán hacerlo. Eso me dijo, pero ya no quise preguntar más.
Me comentó otras cosas, pero rescato una que tiene que ver justamente con Emilio Lozoya y su señora madre, detenida en Alemania por la INTERPOL, acusada de lavado de dinero y asociación delictuosa.
Los secuestradores son unos hijos de la chingada, me dijo el entonces ya ex policía ; generalmente a los que secuestran es a los niños, a los jóvenes, por una sencilla razón: Porque saben que los padres dan la vida por sus hijos; se deshacen de cualquier bien material por tal de que no los dañen. Ellos saben que con este tipo de víctimas, sino les cae antes la policía, el éxito lo tienen asegurado.
En cambio, me expresó, cuando es al revés, es decir, cuando es uno de los padres el secuestrado, los delincuentes no fácilmente convencen a los hijos para el pronto pago del monto del rescate. Ellos, los vástagos, generalmente regatean la suma de dinero solicitada, le apuestan al tiempo y postergan a cada momento las negociaciones. Incluso llegan al grado de romper los acuerdos y dejárselo todo a la policía. Claro, no estamos hablando de todos los hijos que se ven envueltos en esta circunstancia. Algunos, me aseguró Don Roberto, en muchos de los casos, se disputan el dinero de sus padres con los secuestradores, lo que significa que entre ellos no hay mucha diferencia. La ambición por el dinero los exhibe como hijos insensibles, desamorados, culeros pues, pero es lo que menos les importa. Terrible.
Nunca se me ha olvidado esta charla. Y hoy viene a mi mente a propósito de una madre acusada de presuntos delitos a partir de que su hijo, Emilio Lozoya, la habría involucrado en desvíos y lavado de dinero de origen público, al igual que a su hermana y esposa.
Es decir, la Señora Austin está detenida, con razón o no, por los presuntos enredos de su hijo.
Por supuesto, un buen vástago, alguien que ame a su progenitora, no soportaría verla envuelta en estos temas, mucho menos encarcelada. Inocente o no, un buen hijo lo primero que haría es negociar su entrega a cambio de liberar de inmediato a su madre.
Se entiende que todo responde a un entramado jurídico, pero también a acuerdos y negociaciones en el ámbito de la propia política.
La pregunta es: Ante tal circunstancia, si Emilio Lozoya no tiene cola que le pisen ¿por qué no se entrega? Aun en la idea de que su madre fue injustamente detenida, “secuestrada”, incluso, para usarla como gancho, si el tipo tuviese un mínimo sentimiento de amor hacia ella, desde el primer momento de la detención se hubiere entregado. Sin embargo lo que se puede pensar hasta ahora, es que a Emilio Lozoya lo único que le importa es salvar su pellejo.
Un inocente en esta situación, por más que piense que se trata de una venganza o persecución política, como sea, se entrega a cambio de que un ser amado sea liberado. Un hijo de bien, por más injusta que sea su imputación no permitiría, en esa lógica, que su señora madre pagara por lo que él ni ella, se supone, cometieron.
Las cofradías, las mafias, las sectas, se rigen bajo pactos de sangre y cualquiera de sus miembros, ante una orden o prueba extrema, no se tientan el corazón para atentar hasta contra sus padres. O como en este caso, ¿Son los supremos intereses económicos de un grupo, más importante que el destino de una víctima colateral, como la Señora Austin?
¿Cumplirá fielmente Emilio Lozoya el “pacto de sangre” que hizo con su grupo de poder económico, en este caso, sacrificando a su madre a ser juzgada por un delito que no cometió? ¿O decidirá entregarse, liberarla primeramente a ella y luego denunciar, con nombre y apellidos, (Como lo ha sugerido su abogado Coello Trejo) a quienes le ordenaron el saqueo de miles de millones de pesos que pertenecen al pueblo de México?
Ya veremos si Emilio se porta como un hombre decente o como un fanático del dinero y de los intereses oscuros, o lo que es lo mismo, como un desgraciado más.
Por cierto, Emilio Lozoya debería cuidarse más de la cofradía a la que pertenece que de la autoridad, porque corre el riesgo de que atenten contra su integridad para evitar que hable. Eso está a la vista y él seguramente no lo ignora, al igual que su abogado.