California.- Con pasos lentos y el rostro surcado por 85 años de edad, pero con todo el buen ánimo, doña Micaela se apresuró al encuentro de su hija Ada tan pronto como la presentó don Gustavo, enlace del Instituto Oaxaqueño de Atención al Migrante (IOAM) en este lugar de Estados Unidos.
Ada salió hace 35 años de Nazareno Etla y desde entonces su mamá no la había vuelto a ver. La hija vino a trabajar, pero su condición migratoria le impidió regresar a su pueblo natal y finalmente aquí se estableció, se casó y formó su propia familia.
La tarde de este sábado seis de julio, doña Micaela conoció al yerno, a los nietos y a los bisnietos, a quienes abrazó desbordando amor como solo las madres pueden hacerlo. Y ellos la colmaron de besos. “Dios, gracias por volver a ver a mi hija”, murmuró doña Mica con infinita tranquilidad dibujada en el rostro.
Luego se apearon hacia la mesa asignada a aquella familia en un salón de eventos sociales, ex profeso para llevar a cabo las ediciones 31 y 32 del programa Guelaguetza Familiar e Intercambio Cultural Oaxaca-Estados Unidos, que el gobierno de Alejandro Murat Hinojosa implementó a través del IOAM, a cargo de Aída Ruiz García.
El salón llamado “Oaxaca”, seguramente de un paisano, estaba decorado con mesas redondas con manteles blancos y cubres dorados, una plato con doritos y otro con salsa. Del plafond pendían esferas de cristal y luces. Pero el mejor adorno eran los familiares en espera de su mamá, de su papá, o de ambos.
Los familiares aguardaban cuchicheando en español, los nietos a veces en inglés. Y es que las nuevas generaciones han nacido en suelo estadounidense.
Los hijos desbordan alegría, rompían en llanto y algunos hasta se arrodillaron pidiendo perdón a la mamá, al papá, por haber abandonado el hogar, el terruño natal, en busca del sueño americano, sin la esperanza de volverlos a ver.
Como el caso de Ángel, quien se hincó y abrazó a doña Juana mientras enjugaba lágrimas en su hombro quizá como cuando era pequeño; la escena se repetía a 25 años de distancia, los mismos que dejaron de verse.
En el salón se escuchaba llanto, pero también aplausos y gritos de alegría cuando la hija, el hijo, veían entrar a su madre, a su padre, quienes en ese preciso instante conocían a los nietos, bisnietos y hasta tataranietos. También al yerno o a la nuera.
Mientras, una banda filarmónica, integrada por jóvenes músicos hijos de oaxaqueños, tocaban la Diana cuando al salón entraba cada uno de los embajadores culturales, porque con esta calidad viajaron a Estados Unidos los adultos mayores que fueron al reencuentro de sus hijos.
María Felisa, quien durante el viaje se convirtió en el alma del grupo, pues cantaba animando a sus compañeras y compañeros, siempre sonriendo y de buen humor, rompió en llanto cuando abrazó a su hija Claudia; ésta atravesó el salón corriendo con los brazos extendidos hacia su madre.
Muchos migrantes mexicanos han hecho su familia en suelo estadounidense. Aquí se casaron, tuvieron a sus hijos y están viendo crecer a sus nietos. Y son tantos los años que han transcurrido, que no importa las barreras físicas para llegar hasta donde están para abrazarlos y decirles cuánto les ama el corazón de una madre, de un padre.
Doña Epifania hizo el esfuerzo a pesar de estar en silla de ruedas. Así llegó hasta California para besar a su hija Ángela después de 20 años de no verla. La familia completa de su pequeña --porque para una madre los hijos siempre serán sus nenes— recibió a “mamá grande”.
Cada una de las 49 personas adultas mayores, mujeres y hombres, guardan una dolorosa historia de migración; no habían visto a sus hijos desde hace 20, 25, 30 y 35 años. Eran jovencitos, hoy son señoras y señores con su propia familia.
CÓMO EMPEZÓ LA TRAVESÍA
Todo empezó cuando se enteraron de la existencia del programa Guelaguetza Familiar; la mayoría de enteró por la radio, otros por boca de paisanos que ya han sido beneficiadas.
Entonces empezó el sueño de reunirse con aquella hija, aquel hijo, que hace tantísimos años salieron de sus hogares y pueblos natales guiados por el anhelo de procurarse mejores condiciones de vida ganando dólares en el desempeño de cualquier trabajo en los Estados Unidos.
Y la mañana de este sábado estaban a unas horas de alcanzar el sueño de verlos nuevamente, de abrazarlos como nunca; de conocer a los nietos, bisnietos y tataranietos, a quienes solo habían visto por fotografías.
En pos de ese sueño llegaron tempranísimo al Aeropuerto Internacional “Benito Juárez de Oaxaca”; incluso, mucho antes de la anticipación exigida en vuelos internacionales. Hubo quienes pasaron la noche en vela esperando el momento de emprender el viaje para encontrarse con el ser amado.
“Yo no he dormido nada”, dijo doña Socorro sentada en una de las butacas cercanas al mostrador de la aerolínea en la sala de abordar. No era para menos; hasta la mañana de este sábado llevaba 20 años sin ver a su hijo Víctor, desde cuando salió de San Marcos Arteaga, en la mixteca oaxaqueña.
“Yo salí desde las cuatro de la mañana de San Juan Teitipac”, comentó doña Irma, muy animada por reencontrarse con su hija Epifania. Aguardaba en la hilera de asientos pegados a la pared. En frente, estaba don Francisco ataviado con la vestimenta cotidiana de su pueblo natal; de manta y sombrero de palma.
Desde otra hilera de asientos se escuchó un tarareo de la canción mixteca: “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido, inmensa nostalgia invade mis sentimientos…” Y luego, en un tono más alegre, algunas estrofas de “Las Mañanitas”. Era la voz de doña María Felisa, quien de ese modo animaba a sus compañeros y compañeras del grupo de embajadores culturales del programa “Guelaguetza Familiar”.
Vestían como acostumbra en sus pueblos; algunas mujeres iban ataviadas con la ropa regional, y otras, con su infaltable mandil del diario y de huaraches. Tal y como son. Además el mismo vestuario forma parte de los fines del programa, porque mediante éste las y los embajadores culturales llevan las tradiciones y costumbres del estado de Oaxaca y de su pueblo natal.
Iban preparados para todo. Incluso, con tortas bien hechas y sabrosas para comer durante el viaje. Y como habían salido muy temprano para estar puntuales en el aeropuerto, mientras esperaban en la sala de abordar sacaron las primeras, nada comparadas con las tortas insípidas y refrigeradas que venden carísimas en las tiendas de conveniencia del lugar.
Las y los embajadores culturales se distinguían porque además de su ropa muy oaxaqueña, portaban un gafete grande de color rojo con sus datos personales y el distintivo de “embajador cultural”. Iban guiados por Magui y Mario, dos personas del equipo del IOAM, que con toda paciencia les explicaban el proceso del viaje.
Además los apoyaban en cualquier cosa, sobre todo a las adultos mayores que caminaban con más dificultad.
A bordo del avión iban en silencio. La mayoría aprovechó las cuatro horas del viaje para dormir un ratito, pues la desmañanada había estado pesadita.
“QUÉ LEJOS ESTOY DEL SUELO DONDE HE NACIDO…”
El avión llegó a las 14 horas tiempo de México, 12 horas tiempo de suelo estadounidense. Y las embajadoras y embajadores culturales oaxaqueños bajaron al final; se reunieron en una pequeña sala cercana a la puerta de llegadas internacionales mientras esperaban a quienes aún permanecían en migración.
Aída Ruiz García, directora del programa, ya aguardaba en el aeropuerto junto con doña Bertha, una migrante oaxaqueña, oriunda de Yanhuitlán, también con 20 años en California, y quien de manera solidaria apoyó en esta ocasión al Gobierno del Estado de Oaxaca vía IOAM; ella llevó pequeños ramos de rosas rojas para dar la bienvenida al grupo embajadores culturales.
Unos pasos antes de salir del aeropuerto el grupo se detuvo en un establecimiento porque unas personas estadounidenses se mostraron curiosas y asombradas ante el contingente de adultos mayores oaxaqueños. Entonces, doña Maria Felisa arengó al grupo a cantar “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido, inmensa nostalgia invade mis sentimientos…”.
Luego se apearon hacia la parada del autobús, donde esperaron un especial. Uno a uno subieron lentamente, y ya abordo la señora Bertha les ofreció un inboxlunch mientras llegaba la hora de la comida con los familiares.
Después, el autobús aparcó a la puerta de un salón de eventos sociales, donde las hijas, los hijos, los nietos, los bisnietos, esperaban en la banqueta con globos en mano, peluches, ramos de flores, para recibir a mamá, a papá; muy a la expectativa porque no sabían si se reconocerían a pesar de tenerse presentes mediante fotografías.
Y entraron al salón, para que las y los embajadores culturales pudieran bajar y entrar a un área aparte hasta la presentación de uno por uno al interior del salón.
“POR FAVOR, QUE EL PROGRAMA NO SE ACABE NUNCA”
Don Gustavo, primeramente presentó a la directora del IOAM, Aída Ruiz, quien saludó a los familiares ahí reunidos de las personas adultas mayores que llegaban en calidad de embajadoras culturales.
Y les dijo que en virtud del programa, éstos habían obtenido la visa por diez años, por lo cual en lo sucesivo podrían viajar cuantas veces quisieran a Estados Unidos a ver a sus hijo, ya bajo la responsabilidad de éstos. Y también dio la buena noticia de que en esta ocasión, se quedarían 18 días para convivir con la hija, el hijo, los nietos, los bisnietos.
“¡Plac, plac, plac”, sonaron los aplausos interminables por tan buenas noticias. Y una ovación similar se escuchó cuando la funcionaria dijo que este programa tenía el firme respaldo del gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat Hijonosa, para reunificar familias al tiempo de promover las costumbres y tradiciones del estado y de los pueblos originarios.
Después de la presentación de las y los embajadores culturales, una de ellas, doña Petra, hizo uso de la palabra para manifestar su agradecimiento a la directora del IOAM y a Magi, a quienes calificó como “personas muy lindas”, por toda su paciencia, entrega y dedicación al programa Guelaguetza Familiar.
Y al gobernador, a quien le envió un gran abrazo por su sensibilidad por respaldar el programa, aquella madre con el corazón en la mano le envió un mensaje pidiéndole: “Que nunca desaparezca el programa Guelaguetza Familiar”.
Tras la comida, los hijos, las hijas, los nietos, bailaron a todo lo largo y ancho de la pista con su mamá, con su papá, música de las ocho regiones de Oaxaca: El Jarabe del Valle, Pinotepa Nacional; sones serranos, istmeños; Flor de Piña, el Jarabe Mixteco, etc.
Al fin y al cabo la reunificación coincide con Julio, Mes de la Guelaguetza, que es la máxima festividad de los oaxaqueños.