Para gran parte de los llamados Millennials, escuchar hablar de Manuel Bartlett les suena como un personaje cercano a López Obrador y nada más. Mientras que para quienes nacimos antes del boom tecnológico, el citado nombre nos remonta al oscurantismo político mexicano.
Personaje sombrío, con un pasado nada limpio, Bartlett representa perfectamente al régimen que secuestró a México durante décadas. Y es que, a lo largo de su vida política, el próximo director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), ha sido parte de los más tenebrosos acontecimientos que han ocurrido en la historia reciente del país.
Durante la represión estudiantil de 1968, Manuel Bartlett ya se encontraba en la cúpula del priismo, ese priismo que aplaudió a rabiar a Díaz Ordaz cuando se llenaba la boca presumiendo de su “patriotismo”; para el “halconazo” de 1971, trabajaba en la Secretaría de Gobernación (SEGOB) como brazo derecho del entonces Secretario, Moya Palencia; ahí, muy seguramente, pasaron por su escritorio nombres de perseguidos y muertos durante la “guerra sucia” emprendida por Luis Echeverría en contra de guerrilleros y opositores a su gobierno; colaboró con Miguel De La Madrid desde su campaña presidencial para posteriormente, ser nombrado Secretario de Gobernación; durante el terremoto de 1985, ocupando la silla máxima de la SEGOB, Bartlett permaneció imperturbable ante la desgracia que vivían miles de mexicanos; y como responsable de las elecciones presidenciales de 1988, fue pieza clave en el más grande fraude electoral de la época postrevolucionaria.
A lo anterior, hay que sumarle al señor Bartlett su desastroso paso por la gubernatura de Puebla; su rabioso combate a los medios de comunicación que no eran afines a los intereses del PRI y la persecución de opositores políticos a los gobiernos donde él colaboró.
Hoy, pareciera que en el contexto de la supuesta pluralidad que Andrés Manuel López Obrador se encargó de construir, la apuesta no solo es al olvido del funesto pasado de Manuel Bartlett, sino también a la redención automática por el simple hecho de ser parte del gobierno Morenista.
Tarde que temprano, AMLO tendrá que aceptar que se ha equivocado y que nada es más negligente que el propagar, en las viejas y nuevas generaciones, el virus de la desmemoria.