En México las instituciones siguen siendo manejadas por delincuentes que ni siquiera disimulan su desvergüenza.
En las elecciones intermedias de junio pasado hubo, se calcula, un millón de personas que en la boleta depositaron un papel donde se exigía la revocación de mandato, para que decidiéramos, entre todos, democráticamente, si el presidente Peña Nieto se quedaba o no. Pero esta iniciativa ciudadana, de lo más elemental y lógica, fue ignorada con el silencio. Al sistema le es muy práctico guardar silencio. Y en la mayoría de los casos, no le cuesta. Es su arma.
Un ladrón de llantas en México puede estar años y años sin salir de la cárcel, mientras que los poderosos pueden mandar matar y torturar periodistas sin miedo a ser encarcelados. Todo está pactado y fríamente calculado. Los pillos protegen a los pillos. Las sabandijas a las sabandijas; mientras la familia más amplia, la más hermosa, la más noble, diversa y trabajadora, se deja pisotear y pone en manos de la Virgen de Guadalupe o de una fe ciega, a diferencia de la fe racional, el destino de la patria.
No falta también la cómoda y romántica “esperanza” de mucha gente en el 2018, de que la izquierda se lleve los comicios. Muy cómodo es centrar las esperanzas en un futuro que no existe, y peor aún, en una persona. Mientras, el presente carcome nuestra frágil piel y la salud social se mantiene por ahora con sólo la reserva. Vivimos esperando el bien que imaginamos, pero no combatimos el mal que de frente, todos los días, nos azota.
Tal vez la fuerza con que el agricultor sostiene el arado, debería traspasarse a la exigencia colectiva de los derechos más elementales. Y que ese arado se vaya multiplicando, como el peso de los dardos, bien puestos en el blanco.
Tal vez la fuerza y la sensibilidad del arquitecto deba desplazarse a la unión social. Si éste sabe edificar, bien podría ayudar a construir, ya no castillos en el aire, sino un México con otros tejados, con otras fachadas y con cimientos incorrompibles que reenciendan con trabajo, pero también con alegría, el fuego de la dignidad mexicana.
Tal vez, el pintor deba desplazar el arte de su brocha al campo social, minado por colores desteñidos, descuidados y opacos, y rediseñar con su talento un México de imponentes colores, que puedan inspirar una nueva fuerza, sacada desde los rincones de la lucha y la imaginación mexicana, objetiva.
Se equivoca quien piensa que el arte es sólo una forma de expresión. Los alebrijes, las piñatas, la catrina, los altares, los papalotes. El pueblo organizado puede hacer de la imaginación y la creatividad un arma para ir apagando poco a poco las llamas del infierno en que se ha vuelto este país “donde todo se puede”.
No se ha cumplido ni la mitad del mandato de Peña Nieto y los escándalos de corrupción van en ascenso. La segunda fuga de El Chapo, suscitada en pleno viaje del mandatario a Francia, con todo y el Secretario de Gobernación y cientos de políticos ineptos de paseo por el país europeo, la Casa Blanca, que no ha sido vendida, los contratos de Higa, Ayotzinapa, Tanhuato, 15 periodistas de Veracruz sospechosamente asesinados; 22 elementos consignados, entre ellos ex maestras de la Guardería ABC... los 43, esos guerreros.