Una de las consecuencias que ha traído esta crisis económica mundial, ya innegable, es la necesidad de rescatar a ciertos pensadores que habían sido condenados al cajón del olvido o de la curiosidad de anticuario. Alguien se ha referido a ellos como “los economistas de la crisis”, no porque el modelo neoliberal haya carecido de crisis (al contrario) sino porque estos economistas y pensadores sociales se formaron o escribieron marcados por dos acontecimientos fundamentales: la gran depresión económica de 1929, y la segunda guerra mundial. Cada vez más personas coinciden en que la situación actual es parecida al primero de estos acontecimientos, y se entiende, porque definitivamente sus efectos guardan con ella más similitud que con las otras crisis “convencionales” a las que inicialmente se fijó como referentes, especialmente la crisis financiera de 2008 por la debacle del mercado bursátil de hipotecas en Estados Unidos.
Sin embargo, el símil tampoco es exacto y ha generado una oleada de pánico, sobre todo entre personas que no tienen conocimientos económicos. Quiero ser muy enfática: la situación económica es grave; los efectos ya se dejaron sentir en el mundo y en nuestro país; cada día que pasa con la economía cerrada, hay personas perdiendo todo lo que habían construido a lo largo de los años, sean comercios o pequeñas empresas, y trabajadores perdiendo su fuente de ingresos que apenas y les daba para subsistir. El mundo entero tiene que concentrarse en mitigar los efectos y la duración de esta recesión, la primera que se puede calificar como “recesión por diseño”, pues fue provocada por medidas deliberadas y necesarias para contener la amenaza sanitaria del nuevo virus. Pero el mundo no es el mismo que en 1929.
Actualmente, el mundo cuenta con instrumentos que no existían durante la gran depresión. No existían los bancos centrales, ni el Fondo Monetario Internacional, por ejemplo. Ya no hablemos de la autonomía que los primeros han ido ganando en cada país a través de los años, y cuyas políticas han sido instrumentales para fijar una ruta de salida, al menos, a uno de los problemas que podrían causar un efecto dominó en la economía mundial, el de la liquidez bancaria. Respecto del segundo, muchos países ya han accedido a líneas de crédito y si bien la posición de nuestro país sobre la adquisición de nueva deuda es complicada, el organismo internacional ya coordinó con un grupo de países acreedores la suspensión de pagos de algunos deudores verdaderamente pobres, como Mali y la isla Dominica. Los detalles de todo lo antes dicho se pueden debatir, pero en 1929 no hubo letra pequeña porque nada de esto existía siquiera. Estas instituciones fueron creadas a partir de las ideas de muchos de los economistas que hoy hay que rescatar y estudiar a fondo, como John Maynard Keynes. Esto permite aventurar que, aunque sea igual de pronunciada, esta nueva depresión podría durar mucho menos que la de ese entonces. Esperemos que así sea.
Otra de las ideas que seguramente se pondrá en boga, conscientemente o no, es la de la “destrucción creativa”, desarrollada por Joseph Schumpeter en los años cuarenta del siglo XX. Según este autor, las fases expansivas de la economía ocurren con las innovaciones importantes en los factores de la producción. Puede ser la introducción de una nueva mercancía o de una nueva materia prima, pero también puede consistir en la invención de formas revolucionarias de producción o distribución de bienes y servicios ya existentes. La pandemia y el difícil proceso de reapertura económica está obligando a las empresas a innovar por necesidad, para salvar sus negocios. Los lineamientos de reactivación económica publicados por el gobierno federal, dejan claro que la nueva normalidad será una sumamente regulada, con incertidumbre semanal respecto de la continuidad de actividades, y hasta qué grado. Todos los sectores de la economía estarán obligados a probar nuevas técnicas, sobre todo logísticas, para que la comercialización de su producto siga siendo posible, sin importar el vaivén del semáforo epidemiológico. Algunas de esas transformaciones pueden ser revolucionarias y dignas de mantenerse aún después de que pase la pandemia. La historia del comercio demuestra que este tiende a adaptarse a las nuevas circunstancias para sobrevivir. Esa resiliencia es más necesaria que nunca. Hay que leer a los economistas de la crisis. Tienen respuestas oportunas para las preguntas de hoy, que ya no son las de hace un año.