Caminar entre el fangal con cuidado. En tiempos de ética opcional surge una escala axiológica con el interés concreto de mostrar/proyectar en lugar de ser. El ser ya no cabe en el siglo XXI. El acto sustituyó al ser durante los últimos siglos, ahora no es necesario actuar sino fingir que se actúa, como verdadera reivindicación de las experiencias existenciales. Somos en tanto mostramos aquello que anhelamos ser.
El otro día una persona me dijo que el capitalismo funcionaba porque la esencia de la humanidad es el egoísmo. No lo creo. Primero porque no existe tal cosa que la humanidad, la esencia (si acaso existe es asunto teológico) y lo del egoísmo es una interpretación burda (como todo lo neoliberal) del deseo. El deseo existe y permite la creación de utopías y posibilidades. El deseo es el motor inmóvil: Todo lo mueve, nada mueve al deseo excepto él mismo, es decir, otros deseos.
Hablar de lo inmundo es hablar de lo humano. La Historia no es el cúmulo de experiencias ni el despliegue del Espíritu Absoluto. La Historia es el rastro de hormigas que siguen el cadáver y lo devoran poco a poco. No importa el sujeto histórico, no importan los gruesos poblacionales anónimos, importa aquello que permanece: la silueta del hambre en la marabunta.
Lo inmundo encuentra su dignidad cuando reconoce que existe algo distinto a sí mismo y cuyo alcance puede convertirlo en algo mejor o destruirlo. El problema viene con la ambigüedad frente al bien y el mal. No hay que temer a las representaciones del mal que al final es alegoría de la lucha de dos fuerzas. Se debe temer al bien fingido, en cuya hipocresía se atan a zancos morales con los que se pisa y juzga lo diferente.
La lucha social no es la suciedad dogmática, aunque los ideólogos amantes de frases trilladas (de izquierda o derecha) proclamen lo contrario. Solamente la persona que lucha directamente para destruir las causas de la violencia económica y social tiene derecho a emitir juicios al respecto. Al resto corresponde apoyar, replicando estas medidas. Palabras estériles provienen de quienes creen entender y no conocen el olor de la miseria. Hay que caminar con cuidado entre la porquería para no caer en sus charcos y maldecirla. Hay que caminar con cautela entre tanta infección de indiferencia, pero siempre hay que caminar.