Si Andrés Manuel fuera un jefe de Estado mañoso o artero —no lo es, su principal virtud, al mismo tiempo su principal defecto, radica en que no ve la política como el arte del engaño, diría Sun Tzu—, si su vocación tuviera que ver con la permanente búsqueda de sacar ventaja de todo y de todos, entendería con facilidad a Donald Trump.
Como su esencia es otra, el presidente AMLO esta mañana del miércoles 8 de julio de 2020, en la residencia de la embajada de México en Estados Unidos, antes de bajar a desayunar con sus anfitriones, la embajadora Martha Bárcena y su esposo, diplomático en retiro y periodista siempre, Agustín Gutiérrez Canet, a la hora de arreglarse a solas después de haberse bañado como cada día antes de que amanezca, López Obrador deberá esforzarse por verse en el espejo como si fuera otro; sí, para preguntarse qué haría él si fuera parecido a Trump, es decir, un ser tramposo, sin ética, ambicioso en extremo y, para colmo, ahora mismo en una complicada situación electoral —el magnate de cabello anaranjado va muy abajo en las encuestas y solo piensa en relanzar su campaña, algo para lo que, está convencido, necesita mucho dinero. La filosofía personal de Trump se sintetiza en creer que todo tiene un precio en dólares; en la coyuntura actual, enormes cantidades de esa moneda, ya que no le resultará para nada barato intentar emparejarse con el candidato demócrata líder, Joe Biden.
Valdría la pena que al estarse rasurando o peinando, Andrés Manuel recordara aquello de Sartre: “En la pared hay un agujero blanco, el espejo. Es una trampa. Sé que voy a dejarme atrapar”. Porque este miércoles, al verse a sí mismo no debe sentirse satisfecho por preparase para las reuniones con Trump pensando que le basta con ser transparente y leal como lo es en todas las circunstancias de la vida. En el espejo, en lugar de su propia imagen debe ver la de Trump y preguntarse cuál es la trampa. Y es que, por supuesto, alguna trastada ha diseñado el todavía inquilino de la Casa Blanca, ni duda cabe.
Entendámonos. La trampa en la que quiere hacer caer el presidente de Estados Unidos a nuestro presidente no será una declaración ofensiva contra los migrantes mexicanos. Eso perjudicaría a Trump si lo hiciera en los eventos de hoy, que todos los electores de aquel país que tienen raíces en México van a seguir en los medios poniendo atención en cada detalle. Lo que le conviene al fascista de cabello naranja es —al menos por esta ocasión— mostrarse amable.
La trampa tiene que ser otra
La trampa la veo en la cena, que formalmente será para estrechar relaciones entre las dos naciones, celebrar el nuevo tratado comercial e invitar a los empresarios de Estados Unidos a dejar China para invertir en México. Eso en los discursos previos a los brindis. Pero antes o después Donald Trump hablará en corto, en lo oscurito con sus invitados estadounidenses multimillonarios para hacer lo que más le gusta: pedirles dinero, las grandes cantidades que necesita su campaña. He ahí la trastada. El presidente de Estados Unidos busca reelegirse en el cargo, va abajo en las encuestas y, al fin más comerciante que político, cree no solo que todo se compra, sino que estaba en lo correcto Napoleón —o quien lo haya dicho— acerca de que para ganar una guerra solo hacen falta tres cosas: dinero, dinero y más dinero.
Seguramente Andrés Manuel ha preparado un extraordinario discurso basado en la ética y con profundas reflexiones históricas. Quizá, si no lo ha hecho ya, debería añadir un apunte, al menos una frase: acerca de que en los nuevos tiempos, sobre todo en el contexto de la transformación civilizatoria que representa la pandemia del Covid-19, las cosas ya no son como antes y que se engaña el político que busca dinero para llegar a los electores. Pienso que vale la pena tal vacuna. Para que después no lo acusen sus enemigos de Estados Unidos y de México de que, sin saberlo, participó en una vulgar cena de recaudación de fondos, él, AMLO, el hombre que nunca ha hecho política basada en el maldito dinero que nada vale, como dice la sapiente canción de José Alfredo.