La Suprema Corte aceptó el derecho de Jalisco a decir que no se raja. Si Jalisco quiere cambiar las reglas para dar dinero a los partidos, muy su asunto y nadie tiene que venir a decirle que no es mexicano por eso. El Congreso local hizo uso de sus facultades y no violentó la ley al aprobar el esquema llamado “sin tu voto no hay dinero”.
De eso se trató lo que aprobaron los ministros. No decidieron que la ley Kumamoto era buena o mala porque vincula el dinero público al número de votos, sino que reconocieron la facultad de Jalisco para cambiar las reglas de financiamiento. Ahora, si las cambia con una ley Kumamoto o una ley Sandoval o una ley Alfaro, pues muy su asunto y muy el derecho de los jaliscienses (o morelenses, o michoacanos o colimenses o de Durango). En el espantoso marasmo de decisiones centralizadoras, este es un respiro al federalismo.
Le veo, sin embargo, un problema grave. “Sin tu voto no hay dinero” va a producir que tampoco haya votos. Ya lo escribí antes: la ley Kumamoto establece un sistema de incentivos que sólo toma en cuenta un lado del binomio: los partidos. El esquema supone que los partidos tendrán incentivos para llamar a votar, pues de eso depende su dinero público.
Bien. ¿Y los espantosos incentivos que se crean para el otro lado del binomio democrático? Les recuerdo que los electores son individuos racionales que toman decisiones también en función de incentivos, costos y beneficios. Tarde o temprano, los electores se darán cuenta de que cada boleta implica, más que una decisión ideológica, un visto bueno para la manutención de los Anaya, Ochoa, Barrales, Delgado y sus equivalentes estatales.
La ley Kumamoto tiene un objetivo presupuestal: reducir el financiamiento a los partidos, pero para eso necesita pocos electores. Si votan pocos, la ley será un éxito y la democracia un fracaso. Si votan muchos, la democracia será mejor, pero más cara y la ley será un fracaso. Si funciona, mal y si no funciona peor.
La ley Kumamoto no sólo no es ideal. Es dañina. A los partidos deben de cortarles el suministro público por completo y dejar de anclar el voto, que es una acción democrática, con el presupuesto, que es tubería burocrática.
Pondré tres escenarios de decisión racional.
Escenario 1. Soy filoalfarista y quiero que gane (¡es hipotético!). Las encuestas lo ponen arriba. ¿Para qué voto si creo que ya ganó y entre más votos tenga, más dinero tendrán los partidos?
Escenario 2. Soy filopriista y ese partido va abajo (¡es hipotético!). ¿Para qué voto si de todas formas ganará otro y mi papeleta dará dinero a los partidos?
Escenario 3. Ninguno me convence y normalmente busco un voto testimonial o de rechazo (¡es hipotético!). ¿Para qué voto ahora si esta declaración de rechazo será un billete para los partidos?
Jalisco perdió la oportunidad de poner el ejemplo y cortar todo el financiamiento a los partidos, al menos en año no electoral. Ahora hay que tener cuidado, la ley Kumamoto no debe ser ejemplo nacional.