Andrés Manuel López Obrador, ha sido señalado en más de una ocasión, de promover el odio y la polarización en México. Yo no estoy de acuerdo, porque este argumento promueve justamente eso de lo que acusan al ex candidato de las izquierdas. 

El discurso del odio no es exclusivo de una facción política, académica o social. En todos lados, en todos colores del espectro político y en cualquier ámbito, podemos identificar diatribas disfrazadas de disertaciones que no entienden razones. El discurso del odio no las necesita. 

Desconcierta, pero no sorprende, encontrar todavía hoy, en artículos periodísticos, frases tales como “incitador de la violencia”, “agitador social” y “amoroso incongruente”. Quienes hacen uso de estos adjetivos, todavía advierten al lector que son verdades incuestionables, de a kilo, con evidencia irrefutable y contundente. 

Si usted, estimado lector, se atreve a cuestionar lo anterior, entonces es ciego, le lavaron el coco, no ve más allá de su nariz. Felicidades. Ahora es usted un pejezombie. Sin embargo, omiten convenientemente presentar los hechos como verdaderamente ocurrieron, descontextualizan la información y la acomodan según su propio beneficio, utilizando con dolo la ventaja que la publicación en un medio nacional conlleva. 

El discurso del odio tiene como objetivo destruir, a costa de lo que sea, al objeto de su encono. Está lleno de maldiciones, engaños y fraude, pero no se sostiene por sí mismo. 

Su peor cara se disfraza de tolerancia, semitismo e incorruptibilidad para promover justamente lo contrario, porque no admite réplica, duda o cuestionamiento. No las soporta. El disenso no solamente no es permitido, sino que representa la prueba fehaciente de traición: “O conmigo o contra mí”. No hay términos medios. 

Andrés Manuel López Obrador no tiene por qué ser responsable tampoco de que entre sus simpatizantes existan quienes operan de la misma forma que quienes tienen como único objetivo en la vida, desacreditar al político de izquierda. 

Sin embargo, ayudaría a la congruencia, al cambio y a la concordia, que quienes hacen de la diatriba su mejor argumento, sean llamados a la reflexión. En todas partes. El vecino, el amigo, el primo, el hermano, son mexicanos antes de ser priistas, panistas, perredistas o del color que usted prefiera, y sus simpatías políticas no definen su calidad humana. Eso es un hecho. 

Monstruos hay en todos lados y operan difamando y calumniando al amparo de la libertad de expresión. Bajo el disfraz de “información”, se difunden las peores bajezas, utilizando la figura de autoridad académica, política, sindical, periodística o social como única fuente válida de información. La manipulación es una herramienta indispensable de trabajo. 

Y en este punto, posiblemente usted se pregunte, estimado lector ¿qué podemos hacer? 

En un mundo donde lo único constante es el cambio, es imperativo construir y formular nuestro propio criterio. No le crea a nadie. Dude siempre, cuestione todo el tiempo, pregunte a cada momento. ¿Quién lo dice? ¿Por qué lo dice? ¿Para qué lo dice? ¿Para quién trabaja? ¿son ellos y nosotros? ¿son ellos o los otros? ¿ buenos vs malos? ¿los Mayas tenían razón? 

No está de más la reflexión acerca de las terribles situaciones que padece un día sí y otro también, nuestro país. Lo que menos necesitamos los mexicanos es división, agravios, difamaciones, calumnias. Parece que a veces olvidamos que “el otro” puede ofrecernos una nueva mirada, diferente, constructiva si así lo decidimos

¿Usted qué opina, estimado lector?