Una de las enormes riquezas de escribir en spdnoticias.com es la pluralidad editorial: en el mismo espacio participan voces tan diversas como las de los libertarios, neoliberales, izquierdistas y centro moderados. En temas controversiales, como la regulación de Uber o las posiciones de Andrés Manuel López Obrador, esta diversidad ideológica ha sido muy provechosa para los lectores de este medio.

Precisamente el día de hoy leí un interesante texto de The Guardian que expone una de esas posiciones que se han sostenido en sdpnoticias.com: el autor George Monbiot (en Twitter conocido como @GeorgeMonbiot) plantea que el neoliberalismo es la ideología que está en la raíz de todos los problemas actuales. El texto de Monbiot, cuya lectura recomiendo, puede consultarse en este vínculo.

La crítica de Monbiot al neoliberalismo es durísima, primero cuestiona su vocación al anonimato, a ocultar su nombre (y, por extensión, la identidad de sus defensores). Sin embargo, también expone que del otro lado del espectro no existe un sustituto digno del keynesianismo, que de hecho es nocivo para el medio ambiente (y, agrego yo, no deja de ser inflacionario).

Como libertario, desconfío de la intervención gubernamental, por ello iniciativas como las de Gerardo Fernández Noroña, los perredistas (o Andrés Manuel López Obrador) me suelen causar ruido: si en las sociedades desarrolladas la intervención de los gobiernos suele ser ineficaz e ineficiente, peor resulta esta receta en países corruptos y sin Estado de Derecho.

Por otra parte, ser libertario no significa ser sacerdote del Templo de Mises, Hayek y Friedman, emisor de bulas excomulgatorias de todo aquel que no siga la sharia neoliberal. Al menos desde mi opinión, los neoclásicos no se equivocaban al sostener que la competencia perfecta era la que excluía la intervención del gobierno: eso implica que los mercados imperfectos o distorsionados deben ajustarse. La diferencia entre los libertarios moderados y los intervencionistas es que los primeros presentan argumentos de eficiencia para justificar la regulación, los segundos invocan valores políticos o extra económicos.

Veamos el caso de las tarifas dinámicas de Uber en la Ciudad de México: mientras algunos de los orientados a la izquierda fustigaron la tarifa «por ser injusta», algunos libertarios la cuestionaron por ineficiente… y a eso dedico el resto de este texto.

El dogma neoliberal extremo sostiene que tener tarifas de 10 veces la normal «es capitalismo», porque «así los choferes salen a ofrecer el servicio que de otra manera no realizarían». Estas afirmaciones son falsas, porque la alta demanda no genera nueva oferta por acto mágico: aún sin el «Hoy no circula», existen limitaciones fácticas para que se sumen nuevos carros de Uber ante la creciente demanda (por ejemplo, nadie puede dar de alta en segundos, ni horas, un nuevo auto de Uber). Por tanto, el aumento de precio no resolvió el problema: en un determinado momento, no habría más autos disponibles, fuera el precio de cinco, diez o cien mil veces la tarifa normal.

Si le queremos buscar tres pies al gato, alguien puede decir que el alto precio desalienta el consumo y eso hará que baje el precio. Nuevamente, la afirmación es falsa: sí, disminuye el precio de un servicio, pero con la generación de costos privados y sociales. Por ejemplo, los que ya no pudieron alcanzar (o pagar) el Uber y no lograron llegar a su trabajo en otro medio (o llegaron tarde y les descontaron el día o los regresaron a su casa) tuvieron una merma en su poder adquisitivo que afecta el consumo de otros bienes y servicios, ya no se diga la producción de riqueza de ese día para toda la Ciudad de México.

O sea, para que Uber pudiera cobrar diez veces su tarifa normal, ¿cuánto dejaron de percibir, por ingresos empresariales o salarios, otras personas que no alcanzaron a consumir el servicio? ¿Hay costos equivalentes (por ende privados) y no se perdió riqueza? O, por el contrario, ¿los costos excedieron la equivalencia y se volvieron sociales, es decir, la sociedad se volvió más pobre? Sostener, como Manuel Molano del IMCO, que los consumidores «no son niños» y que eso justifica la tarifa dinámica, es asumir que en el Instituto Mexicano para la Competitividad le entiende mejor a la Economía que el Premio Nobel Ronald Coase.

Pretender no regular a Uber, «para respetar al mercado», es una falacia, porque en materia de transporte el mercado está distorsionado por varias medidas previas, que también deberían quitarse si se pretende dejar a la oferta y demanda el precio de Uber. Una primera distorsión es el régimen absurdo de concesiones del transporte público, que pone barreras de entrada a otros competidores; también hay otra barrera en el «Hoy no circula»; una más se encuentra en la tardanza en que un asociado de Uber puede estar dado de alta en la plataforma y sumarse a la oferta de servicios; otra barrera más es la ausencia de libertades para la venta de automóviles eléctricos y sus servicios de carga; y, aunque les duela a los detractores del auto, otra distorsión del mercado se encuentra en la reducción de vialidades para el carro (cuando resulta evidente que la oferta de transporte público es insuficiente para todos y que «andar en bicicleta» en la Ciudad de México es imposible para quien tiene que trasladarse grandes distancias: el capitalino promedio no es Alberto Contador).

En suma, como Chesterton decía sobre la Iglesia, para ser libertario no hay que quitarse la cabeza, sino tener la libertad de cuestionar los dogmas de las ideologías económicas. Resulta una pena que, en su afán de quedar bien con ciertos grupos, columnistas como Carlos Mota difundan posiciones nada reflexivas… o que desde el IMCO sigan sosteniendo que lo de las tarifas dinámicas de Uber es eficiente.

Si nov nos gusta el mercado actual, empecemos a desmontar, una a una, todas sus barreras y distorsiones: quedarse en la posición cómoda de pedir no regulación en la última fase, cuando todo lo previo está intervenido y regulado, es digno del Tío Lolo