Una carta privada del Papa Francisco, en la que manifiesta su preocupación ante el riesgo de que Argentina se mexicanice, provocó indignación nacional. Por cortesía diplomática, El Vaticano matizó la afirmación, pero es ridículo que los mexicanos nos molestemos por algo que resulta evidente, como es la penetración del crimen organizado en todas las esferas del país.

La piel delgada de la colectividad cuando un extranjero los critica, contrasta con la vocación doméstica a aguantar a políticos y otros prepotentes. Los hechos lo confirman.

Va un contraste, como evidencia de lo afirmado: la presidenta de Argentina está que trina porque los fiscales y jueces se han manifestado por la muerte del Fiscal Nisman, quien investigaba a la mandataria Cristina Fernández. Sostuvo que se constituyó un «Partido Judicial», que busca tomar el lugar del viejo partido militar y sacar del poder al actual oficialismo kirchnerista. ¿Y cómo no? La presidenta trató de quitarle fuerza a la Corte Suprema (mediante la creación de Cámaras de Casación), restarle autonomía al Poder Judicial y habrá quien le reproche su impulso a la reforma del histórico Código Civil argentino. Era obvio que los jueces de ese país reaccionarían con molestia.

Por el contrario, en México, Ernesto Zedillo decidió que la Suprema Corte requería cambios estructurales y logró una reforma constitucional que echó a los ministros de entonces, así como modificó el entorno del Poder Judicial, imponiendo una figura de integración ridícula e invasiva, como es el Consejo de la Judicatura. A diferencia de los jueces argentinos, los mexicanos se quedaron calladitos, no chistaron ante la indignidad de que el Ejecutivo se entrometiera en otro Poder del Estado. Pero la irritación nos sobra si el Papa argentino le dice a un paisano que le preocupa que su país sea capturado por el crimen, como sin duda acontece en el caso de México.

¿Duele que el Papa vea así a nuestra nación? Por supuesto, pero eso no implica que no sea verdad. Más que coraje, la declaración del pontífice debería provocarnos vergüenza, en lugar de chauvinismo (al que no califico de idiota, porque todo chauvinismo lo es).

Ni siquiera merecen molestia las majaderías de Donald Trump, con motivo de los premios Óscar que ganó Alejandro González Iñárritu: la irracionalidad y patanería racista de Trump solo confirma sus deficiencias intelectuales y culturales. Tiene mucho dinero, pero muy poco seso.

En lugar de enojarnos con las verdades dolorosas, busquemos los mecanismos para cambiarlas: esa es la diferencia entre emoción y razón.