Por 47 años mi padre, Ing. Eduardo García Guerrero, trabajó para las Empresas que preside Don Alberto Baillerès, y yo, por 27, hasta jubilarme.
Lo que vi y viví, ¡mucho!, pero ante todo y desde mi niñez en las minas, era el sentido de auténtica mexicanidad.
Llevar a esas minas alejadas de todo y cerca de nada, en los años sesenta, escuelas y nos las artículo 123, iglesias, clínicas y sobre todo trabajo digno para las comunidades.
Los mineros pasábamos nuestras vidas hasta que nos jubilábamos o los que plácidamente se iban, tranquilos y durmiendo, al Creador.
¿Cerrar minas?, bajo el consabido pretexto de ?ya bajaron los precios de los metales?, ¡no!, ahí están en la buenas y en las crisis. ¿Despidos masivos? ¡No!, mejor, nos apretamos el cinturón y seguimos.
Ortodoxia, seriedad y continuidad operativa la hemos vividos miles y por décadas, con la tranquilidad, que el trabajo seguía y en casa estarían tranquilos.
¿Obreros mineros que llegaron a ejecutivos? Sí y no pocos. Aquel joven vendedor de trajes de Palacio de Hierro, hoy un prominente Empresario en la Industria Aseguradora, sueldo y salarios dignos y suficientes, el amable y sincero apretón de manos a todo trabajador que encontraba, divisa de Don Alberto.
Visionario en la Seguridad Laboral, cero accidentes, decenas y decenas de horas de capacitación, entrenamiento, estudios académicos, actividades sociales, deportivas y culturales.
La sonrisa autentica de todos los que hemos trabajado o trabajan en las Empresas que preside, no se borra fácilmente.
No es fácil tener la responsabilidad de crear y conservar miles de empleos directos e indirectos, no es fácil multiplicar los beneficios en las comunidades donde se opera, no es fácil que los empleados de Palacio de Hierro, atiendan con una sonrisa, honrar el pago de siniestros por GNP, no es fácil comprometerse con la educación superior y con decenas de jóvenes becados, en el ITAM; eso se basa y se construye en algo que se resume en la frase acuñada por Don Alberto Baillères: ?Nuestro querido México?.
De su filantropía, no escribo, humildad y lealtad obliga.
¡Bien merecida!