Irreverente

La luna aquella, aún siendo delgadita y fina, hizo que la noche luciera más clara, radiante y luminosa que cualquier día.

Y adentro, en el improvisado foro operístico, la noche brilló aún más con el talento de voces, músicos y directores que hicieron de "Don Giovanni", de Mozart, un manjar de casi tres horas que se nos fue como un suspiro.

La ópera compuesta por el genio de Salzburgo hace 233 años, sedujo a quienes -guardando las severas indicaciones sanitarias- estuvimos al menos en uno de los tres días de su presentación en el Auditorio Carlos Prieto del Parque Fundidora, los días 16, 17 y 18 de éste pandémico mes de dicihambre.

Les platico: Tengo el gusto de conocer a Alejandro Pérez y a Gustavo M. de la Garza, quienes con Luis Montemayor, Alberto de la Garza Evia y Jorge Vázquez, son los motores y corazones de "México Opera Studio", MOS para los amigos, patronato que impulsa, promueve y apoya a talentos musicales que por su juventud están comenzando a abrirse paso en el difícil, competido y complejo mundo del arte.

La labor de Alejandro, Gustavo, Luis, Alberto y Jorge merece ser replicada por gente de la llamada IP y por supuesto, de los tres niveles de gobierno: federal, estatal y municipal, porque el arte es una actividad que enriquece los espíritus y más en épocas tan complejas como las que estamos viviendo.

Las voces que escuchamos la última noche de su presentación; la calidad actoral; su vitalidad histriónica; la música en vivo de siete elementos que sonaron como si fueran una orquesta sinfónica y el despliegue de dirección musical (Alejandro Miyaki) y de escena (Rennier Piñero), hicieron que algunos de los asistentes que han tenido la fortuna de ver ópera en París, me dijeran al intermedio que esto que vimos superó con creces lo que les tocó en la Ciudad Luz.

Algo mucho más que sobresaliente está haciendo "México Opera Studio" para que 37 actores, cantantes, músicos y directores, llenaran de tanto talento la noche de la cual les platico.

La trama de Don Giovanni", de tan conocida que es, casi ni amerita que me ocupe de ella; baste decir que las peripecias y enredos amorosos tramados por el libretista Lorenzo Da Ponte para ponerle historia a la música de Mozart, fueron traídos al tiempo actual con ingeniosos detalles de la producción.

El vestuario -con un cuidado de manufactura de 1a clase- de pronto traspasó los umbrales del tiempo para aderezarse con artilugios de la modernidad, como los lentes oscuros que lució uno de los personajes y los modernos y a simple vista cómodos botines que por igual calzaron mujeres y hombres.

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El escritor español Tirso de Molina fue quien dio lugar a esta historia de Don Giovanni (Esteban Baltazar, bajo-barítono), el libertino cuyo criado Leporello (Carlos Adrián Hernández, bajo bufo) le come el mandado en varias escenas.

Y tan se lo come que en la trama casi se merienda a Donna Elvira (Priscila Portales, soprano lírico-spinto) cuando suplanta a su amo, tratando de librarlo del asedio de la engañada.

Me gustaron las libertades que el director de escena Piñero les dio a sus cantantes y actores para desplazarse a sus anchas en el foro de dos niveles.

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Fue delicioso ver cómo en momentos se movían como si la escena se reprodujera en cámara lenta, a manera de contra punto -y esto hay qué destacarlo- precisamente cuando la música era más rítmica, rápida y melodiosa.

Los movimientos evidentemente formaron parte de un guión escénico, pero hubo tanta naturalidad en el baile de máscaras y en otros cuadros, que lucieron como si el mismo público estuviera dentro de la fiesta, y vaya que así fue, pues teníamos a los cantantes/actores pegados a nosotros.

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Insisto, la calidad vocal de los personajes es digna de un óleo y las arias que más me gustaron fueron el dueto "Lá ci darem la mano" del primer acto y por supuesto, el recitativo del final de esa parte: "Don Ottavio, son morta".

Menciono aparte el aria de Donna Anna (Patricia Pérez), "Or sai chi I´onore", porque el furor que Mozart le exigió a su soprano, fue representado fielmente en un clamor de venganza que aún al final de la obra resonaba en mis oídos… y por lo menos en el de mi querido amigo Gustavo, que se mantuvo firme las tres horas en primera fila junto a su inseparable Carmen.

Fue genial escuchar a las cuerdas imitando las carcajadas de Leporello burlándose de Donna Elvira y conforme el criado enlistaba las 1,003 conquistas de su amo Don Giovanni, los violines de la orquesta de seis, que parecía de sesenta, se reían.

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En serio, los cinco artistas de las cuerdas hicieron reír a sus violines en ésta deliciosa -perniciosa- parte de la obra.

Al final, el escenario todo y el aforo completo del teatro también -incluyendo los afortunados audientes- se vistieron de rojo en la lúgubre pero a la vez brillante escena del “transporte” del disoluto Don Giovanni a los infiernos, donde pagaría las mil trastadas que en vida, por su lascividad hubiere cometido.

La afición de la irreverente de mi Gaby y de éste su servidor por la ópera, nos ha llevado a buscarla hasta en un país como Panamá donde de la bachata no pasan, sin que esto sea para nada un agravio contra los gustos musicales de los paisanos del General Torrijos.

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Un día que transmitían por satélite la ópera del Met de NY, ahí nos tienen yendo al único lugar de esa ciudad en que la pasarían: el auditorio del Canal, donde nos hicieron pagar el doble de la butaca más cara del mismito Met y todo con tal de ver cantar a mi tocayo Plácido Domingo la delirante aria “E lucevan le Stelle”, de Tosca, de Puccini.

Y fue inevitable que las añoranzas me asaltaran a mansalva: mi primera ópera en vivo fue “Tosca”, en el desaparecido Cine Florida de la Calzada Madero de Monterrey, cuando siendo editor de la Sección Cultural de El Norte, me apersoné para ser testigo de la cobertura que haría de esa función el finado maestro de canto, Oscar Xavier Garza Treviño, habilitado por éste que escribe, como reportero de la fuente.

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Mi amigo Nacho Villarreal Junco me había dicho: “si Plácido canta en Monterrey como lo acaba de hacer en NY, se va a caer el Florida". Y cantó mejor, y el cine donde fue la función, se cayó, y a los pocos meses más tarde, se derrumbó.

Los efectos de la "modernidad" de finales de los años 70 le dieron en la madre a dos de los más hermosos cines que había en Monterrey, el citado Florida, con su techo plagado de estrellas, y el otro el Elizondo, que era poquito menos que un palacio chino.

No me pregunten que hay ahora en donde estaban esos teatros porque dan ganas de llorar.

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CAJÓN DE SASTRE

“Y brillaban las estrellas´, en el aria donde Mario Cavaradossi canta su inmortal frase ´se desvaneció para siempre mi sueño de amor´, antes de ser ejecutado. Y cuando salimos flotando de la última función de Don Giovanni, la noche fue más clara que el mismo día”, dice la irreverente de mi Gaby.

Crédito fotos: Plácido Garza.